OPINIÓN. Me tienen
contento. Por Juan Torres
Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla
11/06/12. Opinión. “Un tema que debería ser central en nuestras economías: ¿cómo salvar la industria? (…) Es preciso un nuevo tipo de sistema de financiación empresarial e incluso me atrevería a decir que una nueva ética bancaria y financiera. Para salvar a las economías y a las empresas, lo que viene a ser lo mismo, es imprescindible poner bridas al sistema financiero: frenar su deriva compulsiva, disminuir la velocidad de crucero de los capitales hasta que se asemeje
a la de
la actividad productiva, penalizar su funcionamiento cortoplazista. Sabemos que
hay capital suficiente y hasta sobrante (como demuestra que el total de
operaciones financieras tenga un valor sea casi 70 veces mayor que el del PIB
mundial) y conocemos cuáles son los mecanismos e instrumentos que pueden
garantizar que las empresas cuenten con la financiación que precisen en cada
momento sin hipotecar su actividad productiva y sin dedicarse simplemente a
generar deuda para beneficio de los bancos: impuestos sobre las transacciones
financieras, sobre la ganancia especulativa, banca pública o privada pero de
servicio público… No es un problema técnico y ni siquiera económico. Es
político, pues se trata de someter los intereses de los financieros que hoy día
nos dominan a todos”. Una colaboración de Juan Torres con EL
OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.
Hay finanzas que matan empresas
EL
último número fuera de serie de la revista francesa Alternatives Economiques (nº 93, tercer trimestre de
2012) está dedicado a un tema que debería ser central en nuestras economías:
¿cómo salvar la industria?
ENTRE
los artículos que contiene me gustaría destacar y comentar el del profesor
Gabriel Colletis (La finance est-elle en
train de tuer l’industrie?), quien así mismo ha publicado
recientemente un libro de gran interés, L’urgence
industrielle (Le bord de l’eau, 2012) en el que desarrolla, entre
otras, las ideas que expone en este artículo.
COLLETIS
señala con razón que la industria francesa, aunque yo creo que su juicio es
perfectamente extrapolable a la española, incluso existiendo aquí hay problemas
añadidos que no se dan en Francia, padece una enfermedad grave como
consecuencia de las lógicas que imponen las nuevas formas de financiación de las
empresas.
LO
que en su opinión ha ocurrido en los últimos años es que las empresas
industriales (y creo que esto podría decirse igualmente de las de servicios)
han debido recurrir a una financiación que responde a una lógica muy diferente
a la tradicional. En lugar de que los capitales las financien buscando
competitividad, mayor crecimiento y en función de las inversiones que debieran
realizar para optimizar sus resultados y su posición en los mercados, lo están
haciendo para aumentar su valor accionarial y así remunerar en mayor medida a
los accionistas (razón por la cual retribuyen en gran parte a los directivos
con acciones de la empresa).
LOS
capitales que deberían permanecer junto a la actividad productiva se han
desplazado a la actividad financiera especulativa, y las empresas industriales
han tenido que recurrir a ellos. Pero estas fuentes de financiación externa
consideran a las empresas que financian simplemente como un activo líquido,
como algo cuyo valor se puede y debe exprimir rápidamente en función de su
cotización en bolsa y no de lo que produzca o de cómo lo haga. Es decir, que
están dominadas por la visión a corto plazo, que buscan que el beneficio se
produzca lo más rápidamente posible y que renuncian a fijarse cualquier otro
tipo de horizonte que tenga que ver con el desarrollo interno de la empresa,
con su posición en el mercado y, mucho menos, con la función que puedan tener
en el sistema económico en el que se integran.
SE
genera así una lógica financiera que domina, en el peor sentido del término, a
las empresas industriales y que llega a esterilizar la riqueza que pudieran
crear. Sobre todo, porque imponen que el beneficio que puedan obtener se
utilice cada vez más para ampliar la autocartera, tratando de esta forma de
mejorar su cotización, el valor de las acciones y la retribución de los
accionistas, y no para mejorar su funcionamiento interno, para mejorar la
gestión o incluso para conquistar más mercados.
SE
puede decir que este proceso supone una auténtica financiarización de las
empresas, entendiendo por ello que su funcionamiento general se articula
exclusivamente para rentabilizar a corto plazo los capitales puestos por los
accionistas pero solo en cuanto que valores cotizados, y en detrimento del
valor que pudieran alcanzar como tales empresas, es decir, como creadoras de
bienes o servicios reales para el mercado.
LAS
consecuencias de ello es que se obliga a que las empresas asuman estrategias de
posición de los mercados y de gestión interna muy problemáticas, por muy
rentables que a corto plazo sean para los financieros que se lucran con ellas.
Por un lado, provocan deslocalización y reconversiones constantes no porque las
empresas dejen de ser rentables sino porque no lo sean suficientemente, ya que
los estándares de rentabilidad a los que deben responder no son los que tienen
que ver con los ritmos de producción, con los costes y , en general, con la
naturaleza mucho más pausada de la actividad productiva o real, sino los que
establece la dinámica especulativa del capital en los mercados financieros,
mucho más volátiles y arriesgados. Por otro, obliga a que las empresas se
centren en conseguir el crecimiento externo, basado sobre todo en la
adquisición de otras empresas y en una constante e imparable huida hacia
adelante, y no en el crecimiento interno, habitualmente mucho más equilibrado,
al basarse en el desarrollo de nuevos productos, en la innovación o en la
mejora de sus posiciones competitivas en el mercado.
EN
la medida en que este último tipo de estrategias de consolidación interna dejan
de ser necesarias, como lo que menos interesa o buscan los capitales
especulativos que toman las empresas es producir bien o mejor, satisfacer a la
demanda, innovar productos o estar a la vanguardia de la actividad productiva,
el resultado es un recorte continuo de costes asociados con la dimensión real
de la empresa, es decir, básicamente de los salarios, de los que se derivan de
las relaciones con proveedores y clientes de la empresa, y de los fiscales.
EN
definitiva, lo que están mostrando estas nuevas prácticas es que se ha impuesto
una nueva forma de financiar a las empresas (podríamos decir que no solo a las
industriales sino en general a las productivas) que de hecho imposibilita, o al
menos dificulta extraordinariamente, que puedan llevar a cabo su desarrollo
natural como tales, como creadoras de riqueza efectiva, y no solo de la
financiera que se manifiesta en alta cotización de sus acciones y en la casi
exclusiva consideración del muy corto plazo como espacio temporal de la actividad
empresarial.
RECUPERAR la
actividad y el tejido empresarial es fundamental para que las economías salgan
adelante y lo que estas reflexiones anteriores indican es que, si de verdad se
quiere conseguir ese objetivo, hay que replantearse el modo en que se financia
su actividad.
EL
sistema financiero actual está orientado a rentabilizar los capitales en un
universo volátil y especulativo en donde prima el ritmo acelerado y el
beneficio ultra rápido: ¿cómo puede competir cualquier empresa productiva con
inversiones que se realizan al ritmo de 1.000 millones de dólares por segundo
en los mercados financieros y sin que allí apenas se considere el riesgo porque
la abundancia de operaciones y los márgenes elevados compensan el que sea
muchísimo más elevado? Y con capitales “hechos” para esa dinámica es imposible
financiar adecuadamente la actividad productiva empresarial que requiere
perspectiva a medio y largo plazo, crecimiento hacia dentro, compenetración con
la demanda, mecanismos de prueba y error que no pueden rentabilizarse
inmediatamente, en fin, una lógica totalmente distinta a la de la inversión
financiera.
DEJAR
que la actividad empresarial siga sujeta a esta lógica impuesta por la banca y
los grandes fondos de inversión es condenarla a la desnaturalización y, a la
postre, a su muerte segura.
ES
preciso, por el contrario, que las empresas puedan disponer un nuevo tipo de
sistema de financiación empresarial e incluso me atrevería a decir que una
nueva ética bancaria y financiera. Para salvar a las economías y a las
empresas, lo que viene a ser lo mismo, es imprescindible poner bridas al
sistema financiero: frenar su deriva compulsiva, disminuir la velocidad de
crucero de los capitales hasta que se asemeje a la de la actividad productiva,
penalizar su funcionamiento cortoplazista. Sabemos que hay capital suficiente y
hasta sobrante (como demuestra que el total de operaciones financieras tenga un
valor sea casi 70 veces mayor que el del PIB mundial) y conocemos cuáles son
los mecanismos e instrumentos que pueden garantizar que las empresas cuenten
con la financiación que precisen en cada momento sin hipotecar su actividad
productiva y sin dedicarse simplemente a generar deuda para beneficio de los
bancos: impuestos sobre las transacciones financieras, sobre la ganancia
especulativa, banca pública o privada pero de servicio público… No es un
problema técnico y ni siquiera económico. Es político, pues se trata de someter
los intereses de los financieros que hoy día nos dominan a todos.
PUEDE leer aquí otras noticias relacionadas con esta información:
- 26/04/12 ¿Argentina es quien perjudica a España?
- 03/04/12 Los presupuestos del PP
-30/03/12 Tiempos de cambio en Andalucía
- 01/03/12 La cruel agonía griega
- 02/02/12 Las mentiras de Botín
- 30/01/12 Alemania impone “reparaciones de guerra” al resto de Europa
- 17/01/12 ¡Qué pena que algunos obispos piensen tanto en el fornicio!
- 09/12/11 El economista Juan Torres da una explicación y salidas a la situación económica en ‘Contra la crisis, otra economía y otro modo de vivir’
- 23/11/11 Los seis frentes de Mariano Rajoy
- 22/10/10 La foto de la Virgen del Pilar con el manto del Banco de ‘Satander’ que el catedrático de Economía Juan Torres López lleva en su móvil