
Taibo vaticina un decaimiento de “la aviación, el automóvil, la
energía nuclear, la industria bélica, la propaganda, la agricultura industrial
y los transgénicos”
17/11/09. Sociedad. El
pasado tres de noviembre el profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma
de Madrid y experto en política internacional Carlos Taibo ofreció una
conferencia sobre el decrecimiento con motivo del II Encuentro sobre Decrecimiento organizado por Ecologistas en
Acción de Málaga. El colaborador de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com
Paco Puche desgrana en esta entrevista con Taibo qué es y en
qué consiste el decrecimiento. Sirvan estos ejemplos: “redistribuir la renta y
el tiempo de trabajo, anteponer la vida social y relacional a la productiva, fomentar
el ocio creativo, reducir la burocracia y el tamaño de infraestructuras y
corporaciones, privilegiar lo local respecto a lo global, y practicar la
simplicidad o sobriedad voluntaria”.
PROFESOR
Taibo,
bienvenido a Málaga ¿Por qué suscita tanto interés el tema del ‘decrecimiento’,
especialmente entre los jóvenes? No es normal ver esta sala llena con más de
100 atentas personas.
Es así en todas partes a la que me
invitan a hablar sobre decrecimiento; se llenan los espacios y con gente de
todas las edades aunque, efectivamente, en su mayoría jóvenes.
EL término ‘decrecimiento’ no es bien aceptado, incluso por
gente que está de acuerdo en todos los contenidos del mismo ¿Considera oportuno
mantener este nombre introducido desde Francia?
Desde el punto de vista práctico, el
término está siendo muy bien acogido, suscita curiosidad. Es como un guiño
anticapitalista, habida cuenta de que el sistema no habla más que de
crecimiento. Es como un aldabonazo que anuncia un proyecto alternativo.
DE
entrada ¿Cómo
delimitaría este proyecto?
Hay que hacer tres precisiones.
Primera: entiendo el proyecto como una propuesta claramente anticapitalista, no
sólo antineoliberal. Segunda: hablamos de reducir los niveles de producción y
consumo en el Norte rico, no en el Sur pobre. Tercera: no podemos olvidar que
en ese Norte rico existen unas importantes, y cada vez mayores, bolsas de
pobreza a las que no se les puede pedir que consuman todavía menos. A mi
entender, no puede imaginarse, en el Norte opulento y a principios del siglo
XXI, un proyecto anticapitalista que no sea al tiempo decrecimentalista,
autogestionario y antipatriarcal.
PERO el crecimiento genera riqueza, trabajo,
cohesión social, felicidad en suma.
No es así, como puede verse en el caso
de China. Después de estar creciendo en torno al 10 por ciento anual desde hace
dos décadas, ¿existe ahora más cohesión social? Parece que no. Pero, ante todo,
el crecimiento genera un ‘modo de vida esclavo’: para tener más bienes que no
precisamos, debemos trabajar más horas, atrapados por la publicidad, el crédito
y la caducidad de los productos. Y en cuanto a la felicidad, los trabajos de
Hamilton en su reciente libro El fetiche
del crecimiento muestra que mientras el norteamericano medio ha multiplicado
su renta por tres en los últimos 50 años, la proporción de los que dicen
sentirse felices ha descendido sensiblemente. A partir de ciertos niveles
mínimos no hay relación alguna entre dinero y felicidad. Igualmente, Japón, el
segundo país más desarrollado del mundo, exhibe en siniestra correlación la
mayor tasa de suicidios.
SIN
embargo, los países
desarrollados tienen más inversiones en salud y por tanto mayor esperanza de
vida, por ejemplo.
Si comparamos dos casos bien cercanos,
EEUU y Cuba, veremos que la salud y el dinero que gastan en sanidad tampoco
guardan tan estrecha correlación. Así, aunque EEUU gasta en salud 5.274 dólares
anuales por persona, en tanto Cuba sólo invierte 236, los dos países muestran iguales cifras en materia de
mortalidad infantil y de esperanza de vida. Hay, por tanto, otros factores
importantes más allá de las cifras.
¿OTROS
factores? ¿Cuáles?
Aunque resulte paradójico, ha sido la
escasez relativa en la que han estado sumidos los cubanos con el bloqueo la que
explica parte de esta aparente contradicción. Se han visto obligados a llevar
una dieta más vegetariana que los estadounidenses y la carestía del petróleo
les hace caminar más cada día. En conclusión, llevan una vida mucho más
saludable que sus vecinos y necesitan menos cuidados médicos. Por cierto, que
en los países ricos empieza a haber señales de que la esperanza de vida comienza
a declinar a causa de la contaminación, la obesidad y el estrés.
APARTE
de esta desconexión
entre dinero y bienestar, o entre inversión y salud, ¿existe algún otro
argumento de peso que nos empuje al ‘decrecimiento’?
O decrecemos por las buenas o lo
haremos por las malas: el capitalismo se hunde. Pero incluso en otro sistema
que imaginemos que venga a sustituir al capitalismo, por muy alternativo que se
muestre, no podrá obviarse el decrecimiento. La razón es bien sencilla, y lleva
anunciándose hace varias décadas: se trata de los límites de nuestro planeta,
cuya capacidad de carga ya hemos superado.
¿Y
eso como podemos
saberlo a ciencia cierta?
Por la ‘huella ecológica’, entre otros
indicadores. Es ésta una herramienta muy certera porque no mide en dinero la
realidad económica, sino en tierra ecológicamente productiva. El dinero se
puede inflar y estar desconectado de la realidad -como decía John Kenneth
Galbraith, “la extrema importancia dada al producto interior bruto está en el
origen de una las formas de mentira social más extendidas”-, como en el caso de
la burbuja actual, pero las tierras productivas son las que son y están ya
prácticamente explotadas en su totalidad. Por ejemplo, si repartiésemos
equitativamente la tierra ecológicamente disponible nos tocarían 1,8 hectáreas por
persona y año: un norteamericano medio consume en la actualidad, sin embargo 9,6
hectáreas. Así pues, si quisiéramos extender en el futuro el modo de vida
norteamericano a todos los habitantes del planeta necesitaríamos más de cinco
Tierras.
PERO
la tecnología puede
hacernos más eficientes y lo que hoy parece imposible, mañana...
Aparte de que el capitalismo se esté hundiendo y de que la huella ecológica
haya sido sobrepasada en más de un 25 por ciento -estamos consumiendo el
patrimonio de nuestros hijos y nietos-, se han acumulado las crisis: a la
financiera y de sobrepasamiento hemos de unir el cambio climático, el fin del
petróleo barato, el deterioro de los ecosistemas y la escasez de recursos
minerales.
¿Y la tecnología salvadora?
Cuando llego a este punto, en el que la
creencia beatífica de la gente se vuelve de todo menos razonable, suelo traer a
colación las enseñanzas de Cornelius Castoríadis, quien decía que deberíamos
adoptar la resolución del ‘pater
familias diligens’. Esta figura no cometería la imprudencia de hacer
viviendas sin escaleras esperando que en el futuro la ciencia y la tecnología
superen la ley de la gravedad. ¿Y si no la superan? ¿Y si este acontecimiento
llega dentro de 100 años? El
padre de familia diligente hace todo lo que puede, con la mejor tecnología
disponible, pero sin esperar quimeras que en el pasado se han mostrado
engañosas. ¿No prometían energía gratis, abundante y limpia, en los años 50,
con el uso de la energía de fusión para fines civiles? Hoy la energía nuclear
de fisión es una pesadilla y la de fusión una quimera, que desde luego no
llegará a tiempo para solventar la triple crisis en la que estamos sumidos:
financiera, social y ecológica. Permítame una cita de Maurizio Pallante, muy
esclarecedora al respecto: “Confiar en la potencialidad inmensa de la
tecnología para resolver los problemas ambientales que han sido causados
por el crecimiento de la potencia
tecnológica significa creer que un problema puede resolverse fortaleciendo su
causa”.
PERO
decrecer parece un
programa pobre en sí mismo: yo decrezco, tú decreces, ellos decrecen, el paro
aumenta y los ricos ni se enteran. ¿Qué otra cosa propone el decrecimiento?
Decrecer será inevitable, pero hay, al
menos, dos maneras: una equitativa, democrática, paulatina y ordenada, y otra
impuesta a favor de los que ahora dominan el planeta, ese uno por ciento que en
EEUU controla el 28 por ciento de la renta de su país, o ese 20 por ciento de
la población mundial que corre a cargo del 86 por ciento del consumo. Como escribió
Henry Kissinger en 1974, “Para perpetuar la hegemonía estadounidense y asegurar
a los norteamericanos un libre acceso a los minerales estratégicos del conjunto
del planeta, es necesario contener, esto es, reducir la población de los trece
países del tercer Mundo (India, Bangladesh, Nigeria...) cuyo peso demográfico
por si solo los condena a desempeñar un papel de primer plano en política
internacional”.
SE
vislumbran, según
eso, dos escenarios: uno el de un cambio profundo, sistémico, lo más pacífico y
socialmente sostenible posible y otro escenario neofascista, como ya vemos que
apunta algunos gobiernos poderosos autodenominados democráticos.
Así es, simplificando las cosas. Porque
es difícil pensar en escenarios intermedios, socialdemócratas o keynesianos.
¿POR
qué no esos
escenarios intermedios, más realistas?
Para entendernos: estamos en un barco
que a 25 nudos por hora se dirige hacia un acantilado. Disminuir la velocidad
es meramente retrasar el encontronazo: hay que cambiar el rumbo. Hoy por hoy la
socialdemocracia lo que busca es hacer más agradable la estancia a bordo pero
sin cambiar el rumbo hacia el desastre.
HABLEMOS, pues, de las medidas de un decrecimiento
ordenado, equitativo, de aquel que interesa a la gran mayoría.
No se trata sólo de decrecer, es
necesario transformar. Algunos capítulos pueden ilustrar lo que decimos: redistribuir
la renta y el tiempo de trabajo, anteponer la vida social y relacional a la
productiva, fomentar el ocio creativo, reducir la burocracia y el tamaño de
infraestructuras y corporaciones, privilegiar lo local respecto a lo global, y
practicar la simplicidad o sobriedad voluntaria. No se trata de inventar la
pólvora, porque muchas de estas prácticas han estado o siguen estando presentes
en muchas sociedades. Pienso en una parte del movimiento obrero, en las
prácticas indígenas y campesinas y en muchas acciones de la vida familiar. En
todos esos ámbitos imperan a menudo el don, la ayuda mutua y la reciprocidad. Serge Latouche, buen
conocedor de los pueblos africanos, se preguntaba si no serían ellos los que
tendrían que ayudarnos en tantas cosas y agregaba que la mejor ayuda que
podríamos ofrecerles era la de dejarles en paz.
EN
esta dinámica
decrecimentista, ¿qué sectores deberían ser los más afectados?
El del automóvil, la aviación, el AVE
(no el tren convencional), la energía nuclear, la construcción, la industria bélica
y la propaganda, la agricultura industrial y de transgénicos, y la ganadería
intensiva, por poner algunos ejemplos notables.
EN
sentido contrario,
¿cuáles sería necesario fomentar?
Todas las que tengan que ver con
energías alternativas, agricultura sin venenos y de proximidad, transporte
colectivo por raíl y bici, restauración ambiental, protección de aguas para
abastecimiento, fomento de cooperativas de producción y consumo, industrias ‘verdes’,
pesca artesanal, servicios de cuidados... En una palabra: las actividades que
tengan que ver con la atención a las necesidades sociales y el respeto al medio
ambiente.
¿NO
os tacharán de querer
devolvernos a la edad de piedra?
¿Qué le parece un país en el que sólo
hubiese 200.000 desempleados, en el que la criminalidad presentase niveles
cinco veces inferiores a los de hoy, en el que las hospitalizaciones por
enfermedades mentales se redujesen a una tercera parte, en el que los suicidios
se redujesen al 50 por ciento y en el que no se consumiesen drogas? Pues ésa
era la situación de Francia en 1960, no precisamente en la edad de la piedra.
Cuando decimos que en los países ricos habría que reducir el consumo de energía
a la mitad, no estamos hablando de volver al imperio romano o a la Edad Media,
sino al consumo característico de la década de los sesenta.
MOVIÉNDONOS
en esta perspectiva
de decrecimiento en el Norte, controlado, democrático y socialmente sostenible,
¿qué grupos sociales o agentes se vislumbran como los más probables?
Yo suelo decir que, en este magma de
crisis múltiples, se anuncia una edad de oro para los movimientos de
contestación, que pronto podrán observar cómo, pese al miedo y la sumisión que
las autoridades desean crear, muchas gentes están dispuestas a escuchar
mensajes radicales que hace poco quedaban en el olvido. Un viejo lema, ‘socialismo
o barbarie’, se halla hoy de mayor actualidad que en cualquier otro momento de
la historia.
PARA terminar, déjenos un mensaje que sintetice todo lo que
nos viene comentando.
Como dice Walter Benjamín: “La
revolución no es un tren que se escapa. Es tirar del freno de emergencia”. En
positivo, podríamos resumir esta conversación diciendo que la tarea que
proponemos no consiste en intentar alcanzar las estrellas, sino en volver a
nuestra naturaleza como criaturas, en volver a nuestra finitud y a nuestra
fragilidad como personas.
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