“Está claro que Strogonoff es de origen ruso, aunque se cuenta que esta receta la invento un chef francés que trabajaba para esa familia adinerada y la bautizó con el linaje de su patrón”
Cocina vegetal
Por Dela Uvedoble
19/10/21. Opinión. La conocida escritora malagueña Dela Uvedoble comparte con los lectores de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com recetas de ‘su’ cotidiana cocina vegetal: “Aquí encontrarán recetas sencillas y familiares, la mayoría malagueñas. Son las comidas que preparo para los míos, sanas, económicas y... totalmente vegetales”. Esta semana nos trae...
...una receta de pasta con salsa strogonoff. Pasen y pónganse el delantal.
Receta 43. Strogonoff con pasta dos colores
Os presento una salsa que es a la vez guarnición. Con todo el sabor de la Gran Madre Rusia y ligero acento francés.
Ingredientes
—300. g de champiñones.
—200 ml de crema vegetal (nata de soja).
—1/2 cebolla.
—2/3 dientes de ajo.
—3 cucharadas de mostaza de Dijon.
—Un chorrito de Ketchup o salsa de tomate concentrada.
—Medio vaso de leche de soja.
—1/2 cucharada de jengibre en polvo.
—Un pellizco de nuez moscada.
—Aceite de oliva.
—Sal.
Preparación
1) Lavar muy bien los champiñones y picarlos no demasiado menudos. Dejad escurrid.
2) Cortad fino la cebolla y los ajos y sofreír en cacerola.
3) Cuando empiecen a dorarse incorporad los champiñones; el usar una olla es porque estos presentan mucho volumen estando crudos y en sartén puede ser difícil remover sin que se salga alguno.
4) Salar un poco para que suelten el agua.
5) Añadid la nata y la leche de soja, el jengibre y la nuez moscada. Cuando empiece a hervir, bajad a fuego lento y poned la mostaza y el tomate. Si fuera preciso corregir la textura de la preparación porque esté muy espesa se puede poner más leche. Rectificad de sal.
6) Dejad cocer a fuego medio unos 8/10 minutos y ya está lista.
7) Servir caliente sobre la pasta, que en esta receta son de dos tipos: macarrones blancos y unos strozzapreti de color anaranjado, rehogadas con aceite y ajo. Así el plato resulta más vistoso.
*El Strogonoff suele servirse con patatas fritas, asadas o arroz cocido.
*Strozzapreti: tipo de pasta hendida y corta. El empleado aquí es 100% de lenteja roja por lo que aporta proteínas y fibra, estando libre de gluten.
Curiosidades “onomásticas”
No me fijé nombre de la pasta pues la escogí por su color y parecerme más nutritiva, pero como no creo que la curiosidad mate al gato investigué y resulta que strozzapreti quiere decir en italiano “asfixiacuras”. La explicación a este nombre tiene que ver con el secular anticlericalismo de toscanos y romaños. Las mujeres tenían que pagar los diezmos a la iglesia elaborando para el clero estas delicias. Como les daba tanta rabia plegarse al mandato los iban maldiciendo mientras retorcían la pasta, deseándoles a los curas que se atragantaran al comerla.
Por otra parte, está claro que Strogonoff es de origen ruso, aunque se cuenta que esta receta la invento un chef francés que trabajaba para esa familia adinerada y la bautizó con el linaje de su patrón. Fue muy generoso pues así lo hizo pasar a la historia, no conociéndose a ciencia cierta su nombre, aunque a veces aparece en algún tratado gastronómico como André Dupont. Se piensa que creó el plato para el conde Pável Aleksándrovich Strogonoff, famoso militar ruso, y que con él ganó una competición culinaria en San Petersburgo en 1909.
Una receta redondeada por el tiempo
No existe una salsa Strogonoff como tal, sino que se hizo especialmente para acompañar la carne. La primera receta llevaba mostaza y crema agria (smetana) que son las que le dan ese punto ácido tan gustoso. Elena Ivanovna Molokhovets fue quien primero dejó impresa la receta en su tratado Un obsequio para las amas de casa jóvenes (San Petersburgo 1917).
Después se le añadiría la cebolla, la salsa de tomate y las patatas fritas. Así figura en el Larousse Gastronomique de 1938. Los champiñones se agregaron mediado el siglo XX, constituyendo así una completa guarnición.
Era un plato muy popular en los restaurantes de cierto nivel en China (en donde incorporaban ya la carne a tiras) antes del comienzo de la II Guerra Mundial, tras la caída de la Rusia zarista. Los refugiados rusos y chino, así como los soldados estadounidenses lo importaron hasta América, donde tuvo mucho éxito en la década de los cincuenta.
Pese a ser una receta sencilla hoy día no es frecuente verla en las cartas de los establecimientos siendo un estupendo complemento para arroz blanco, quinoa, pasta, papas… como hecho a medida para formar parte de una cocina vegetal.
Los divinos rusos
Leídos con avidez en mi adolescencia y con algo más de calma en la madurez, los autores rusos siempre han estado entre mis predilectos. Gogol y su cuento “La nariz” me hicieron tener pesadillas una noche.
Cuando leí “La guerra y La Paz” de Lew Tolstói (1828/1910) e indagué en la vida del prolífico escritor me encontré con que se volvió vegetariano, algo muy acorde con la postura pacifista de esta obra, aunque Tolstói en su juventud fuese militar.
En 1891 concibió un tratado de título “El primer peldaño” donde dejó claro que su vegetarianismo era la consecuencia lógica de una ética mucho más amplia.
Se cuenta que llegó a esta conclusión tras visitar un matadero:
Hablé hace poco con un matarife y también él se sorprendió de que dijera que es una lástima matar. Como es habitual, replicó que así son las cosas, pero al final me dio la razón, dijo: sobre todo cuando el animal es manso y está domesticado. El pobrecito confía en ti, ¡me da muchísima pena!
En el último viaje que quiso emprender, Tolstói se sintió muy enfermo en la estación de tren que con los años llevaría su nombre. Al verse rodeado de tanta gente que le había reconocido y trataba de socorrerlo dijo:
Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?
Falleció instantes después. Está enterrado en una tumba sin lápida en su finca familiar de de Yásnaia Poliana.
Iglesia de “La Sangre Derramada”. A sus pies el típico mercadillo del mismo nombre
San Petersburgo, la dama surgida del barro
“La menos rusa de las ciudades rusas” dicen de San Petersburgo. Aún se percibe en ella una admiración obsesiva por lo francés. En el siglo XIX toda la burguesía utilizaba esta refinada lengua entre ellos. De Paris copiaron las grandes avenidas, multiplicando su espacio porque el ruso siempre es excesivo. Junto al Neva se extienden grandes avenidas donde parece que el viento quisiera llevarte. Su meteorología es tan cambiante que se pueden experimentar las cuatro estaciones en un mismo día.
Visitar el museo Hermitage es imprescindible, a ser posible con guía eslavo que conozca los nombres de los gatos que lo guardan y además recomiende dos o tres sitios para comer ruso. Tienen una sopa de patatas, parecida a nuestro emblanco, que se toma sorbiendo (allí es signo de distinción) junto a un chupito de vodka.
A los pies de la colorida iglesia de “La sangre Derramada” se instala un mercadillo donde comprar artesanía y matriuskas, una Torre de Babel donde todos los vendedores son políglotas y puedes pagar en euros, dólares o rublos. Me agradan los eslavos porque aman a los perros, a los felinos y respetan las palomas por creerlas encarnación del Espíritu Santo.
También idolatran los libros, venerando a Pushkin (1799/1837) el bardo nacional. En muchos restaurantes sus obras están a disposición (en ruso, a veces en inglés) para ojearlas mientras se espera la comida. Tampoco falta una caja con piezas de ajedrez y aunque vayan solos nunca faltará otro comensal que se ofrezca como adversario.
Los famosos e imprescindibles gatos guardianes del museo Hermitage
Es curiosa la idiosincrasia de esta ciudad, de apenas trescientos años, surgida sobre una ciénaga por el empeño del zar Pedro I de tener una estratégica salida al mar.
Si podéis visitarla no os decepcionará. Mientras id abriendo boca con un buen strogonoff vegetal.
Priyatnogo appetita, tovarishch!
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