“Cada vez que se celebra un evento de traslados de imágenes, procesiones y la propia Semana Santa, el dispositivo se financia con los fondos del erario público al que contribuimos todos

OPINIÓN. 
La grieta. Por Alejandro Díaz del Pino
Periodista

03/11/21.
Opinión. El periodista Alejandro Díaz escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la celebración en la ciudad de la procesión llamada la magna: “La vía pública es de todos y de nadie. Málaga no puede vivir ningún día grande si excluye, incomoda e insulta a una parte de sus ciudadanos, que es exactamente igual de malagueña aunque no participe...

...del mundo cofrade, o lo haga ‘a su manera’. Máxime si se realiza de forma sistemática y reiterativa hasta aburrir. Ayer mismo se anunció una nueva batería de traslados de imágenes para el próximo día 14”.

Un puente magnamente terrorífico

Por fin pasó, aunque no todos estemos bien. El pasado sábado 30 de noviembre se celebró en Málaga el evento cofrade de la magna: 16 imágenes titulares en procesión por las principales vías de la capital. No se puede negar lo evidente: miles de malagueñas y malagueños salieron a la calle tras este paréntesis de restricciones pandémicas y vivieron esta manifestación desde su expresión religiosa y popular. La Agrupación de Cofradías apostó contra los pronósticos meteorológicos que apuntaban lluvia y se embolsó alrededor de 400.000 euros, según sus propios cálculos. Todo un éxito de asistencia y de recaudación.


Me crie en el barrio de La Victoria, capillita donde los haya. Vi cómo se levantaban casas hermandades por doquier. Mi  formación cofrade no iba más allá de una conversación que mantuve con mi padre cuando era niño: me contó que él sacaba el Cristo del Amor por dos cartones de tabaco, pero que cuando empezó la moda de pagar por sacar un trono, él se borró. Hasta bien entrado yo en la adolescencia, mi padre y mi madre, siempre que podían, cogían vacaciones durante la Semana Santa para huir de aquella saturación y hacer una escapada junto a mi hermano, mis tíos y abuelos. O te gusta la Semana Santa u olvídate de llevar una vida medio normal en La Victoria durante esos días.

Cuando no había dinero o posibilidad de descanso, salía con los amigos, que sí eran cofrades muchos de ellos; no puedo decir que guarde grandes recuerdos de aquellos días y madrugadas. Lo único que me divertía era algo que llamaban los colegas ‘hacer la cuesta del cangrejo’, que consistía en caminar de espaldas al trono mientras subía algún tramo empinado. A falta de sentimientos y cultura cofrade, qué menos que un poco de emoción que llevarse a las neuronas. Creo que ya está prohibido o, cuando menos, mal visto. También me quedé a algún que otro encierro: sentía curiosidad por ver cómo introducían esos armatostes en sus moradas.

Antes de la mayoría de edad, ya comenzaba a parecerme difícilmente soportables aquellos nueve días de continuas idas y venidas procesionales que mantenían el barrio en permanente estado de sitio. Prefería la escuela. Mientras mis compañeros de clase celebraban que llegaban las vacaciones, yo sólo pensaba en la vuelta a la normalidad. Recuerdo estar volviendo del trabajo ya adulto y encontrarme una multitud en calle Alcazabilla, adonde había llegado con la certeza de que por calle Larios, siendo recorrido oficial, no iba a poder avanzar.


La gente se amontonaba en la puerta de una casa hermandad (creo que es la de El Sepulcro la que se ubica allí). Intenté pasar y aquella marabunta empezó a empujarme y a decirme que por ahí no iba a cruzar. Así que me acerqué a un policía, le expliqué que trataba de volver a casa, que acababa de salir del trabajo, que había evitado calle Larios y que sólo quería seguir mi camino, que no tenía ninguna intención de pararme para presenciar nada. La respuesta del policía no fue “espera, te hacemos un hueco”, sino que continuase por los Jardines de Puerta Oscura y saliese por Mundo Nuevo a calle Victoria o, si no, bajase hasta el parque y cruzase por el túnel. Yo venía de calle Bolsa, donde estaban las oficinas y sólo quería llegar a mi casa a descansar después de una jornada de curro.

Y así, poco a poco, se fue forjando en mí un rechazo cada vez mayor a la Semana Santa. Hasta que un diario conservador para el que colaboraba me propuso realizar una serie de reportajes durante la Cuaresma. Para documentarme, pasé varias semanas entrevistando a cofrades, muchos de ellos de base. Recuerdo con especial cariño a quien me atendió en la hermandad de El Rescate, que me explicó todas las actividades que realizaban a lo largo del año. Mientras dialogábamos, me iba presentando a todo quien iba pasando por allí: que si el de las tallas, que si éste que es ‘rojo’, que si aquél que hace unas paellas estupendas para las verbenas, que si a fulanito que lo que le gusta es el flamenco, que si el otro que es ateo pero echa en la hermandad todo el día, que mirase tal foto, que apreciase lo bonitas que se ven las imágenes desde tal azotea.

Intuí que tras ese mundo que me había llenado de prejuicios había además de la estrictamente religiosa, una cultura popular que ensalzaba vínculos de comunidad y colectividad. Algo parecido a la película ‘Luna de Avellaneda’, escrita y dirigida por el cineasta argentino Juan José Campanella. Un club social por donde van pasando distintas generaciones, y van uniendo lazos y cuyo arraigo es la propia supervivencia del club. Que existía pluralidad en el mundo cofrade: unos estaban en contra de la presencia militar en las procesiones, otros veían retrógrado que no se permitiese a las mujeres ser portadoras de trono. La inmensa mayoría de los cofrades me atendió con educación y respeto, a pesar de que yo no era ningún periodista especializado en la materia y así lo comunicaba para evitar malos entendidos cuando interrumpía a la persona entrevistada para cuestionarla sobre algunos términos que a mí me sonaban a otro idioma, como ‘arbotante’, ‘capataz’ o ‘candelería’.

La pasada primavera, la ex portavoz del grupo Podemos en el Parlamento Andaluz, Teresa Rodríguez, realizó unas declaraciones en las que ensalzaba “la importancia” de la Semana Santa en Andalucía y la “labor social” de las hermandades. Ella, vinculada al sector de los anticapitalistas, recibió un aluvión de críticas por parte de propios y ajenos. Rodríguez vino a defender el significado popular en la región de la cultura cofrade y reivindicó su carácter plural. A mí me ayudó a reflexionar sobre la torpeza que suponía la actitud de cierta izquierda, que ha sido la mía durante muchísimos años, a la hora de confrontar con el mundo cofrade desde cierta superioridad moral y entendiendo a éste como un corpus único reaccionario y conservador.


Así lo expresé en Twitter el día de la magna, mientras picaba palabras, que es mi trabajo. Básicamente, pienso que dejar toda esa cultura en manos de quienes repartieron aldabonazos a diestro y siniestro aquella jornada, el alcalde Francisco de la Torre y su séquito de reaccionarios, es un lujo que la izquierda andaluza y andalucista no puede permitirse. Aunque mi nivel de exposición pública es muy inferior al de Rodríguez por fortuna, acabé discutiendo hasta con un artista cuya música sigo desde sus primeros discos. ¡Qué mal que acabásemos interactuando personalmente por primera vez en la vida a través de una red social y por algo así!

Ahora bien, igual que desde la izquierda, incluso la anticapitalista, se reconoce el valor y la diversidad de la cultura cofrade andaluza, los y las cofrades de Málaga han de realizar una profunda reflexión sobre qué es exactamente lo que quieren ser y aportar en esta sociedad que compartimos. No es de recibo que el gobierno local del Partido Popular haya roto bancos con nocturnidad y alevosía para celebrar la magna. Que haya cortado las principales arterias de la ciudad. Que los periódicos locales de mayor tirada salieran al día siguiente con portadas que recordaban a las de tiempos anteriores a la democracia, sólo que con fotos a color. Si la magna o la Semana Santa van a convertirse en una evocación de la época en la que la Iglesia y el Estado eran lo mismo, y van a ser un motivo de impunidad para que los dueños del cortijo digan “aquí estamos”, y hagan y deshagan a su antojo, entonces no hay pluralidad posible y todo el que participa tiene su grado de responsabilidad en este desaguisado.

La vía pública es de todos y de nadie. Málaga no puede vivir ningún día grande si excluye, incomoda e insulta a una parte de sus ciudadanos, que es exactamente igual de malagueña aunque no participe del mundo cofrade, o lo haga ‘a su manera’. Máxime si se realiza de forma sistemática y reiterativa hasta aburrir. Ayer mismo se anunció una nueva batería de traslados de imágenes para el próximo día 14. No parece ni medio civilizado que una ciudad que aspira a cierta modernidad viva en apenas dos semanas una magna y una jornada de traslados.

Eso es secuestrar la capital y, además, degrada el sentido, bien sea religioso, bien sea popular, de la Semana Santa andaluza, para convertirla en un objeto más de márketing y propaganda. Que haya presupuesto para cortar bancos del Parque de Málaga y no para poner un bolardo en una calle peatonal del Centro (dicho por el propio Ayuntamiento), como vienen demandando vecinos de la calle Gigantes desde hace años, representa una broma de muy mal gusto y escenifica la gestión del sainete que tiene montado el Partido Popular en Málaga.


La magna dejó titulares ridículos y esperpénticos. Como que Antonio Banderas, que lo tenemos hasta en el gazpachuelo desde que volvió de Estados Unidos, metió el hombro debajo del varal del Cristo de no sé qué. Que eso se eleve por un medio que aspira a presentarse como serio a categoría de noticia debe, insisto, hacer reflexionar al mundo cofrade sobre cómo quiere proyectarse ante la sociedad. A mí me hizo gracia por lo caricaturesco de la situación; lo de cercenar mobiliario urbano para la magna me resultó, sin embargo, vergonzante.

Cabe subrayar que cada vez que se celebra un evento de traslados de imágenes, procesiones y la propia Semana Santa, el dispositivo se financia con los fondos del erario público al que contribuimos todos. La Policía Nacional, la Policía Local, los servicios de limpieza y la destrucción (y supongo que restitución posterior) de bancos lo pagamos todos y todas para beneficio privado de la Agrupación de Cofradías y para propaganda de De la Torre y sus amigotes, entre otros.

Como siempre, las incomodidades de los vecinos se traducen en ingresos para el gremio de la hostelería, huérfano durante la pandemia de atracones como el que se pegó el fin de semana pasado. Sólo un día después de la magna, llegó ‘Halloween’, que dejó un reguero de noticias de la sección de sucesos realmente terrorífico. Violencia y heridos reales, sin disfraz: desde un agresor que estrelló una copa en la cara a una camarera de un bar de Teatinos hasta un tiroteo a la salida de un local de alterne en Fuengirola.

Ni truco ni trato: el ocio nocturno se demoniza él solito, no necesita ninguna pandemia para poner en evidencia que no existiría en los términos actuales sin el blanqueo de capitales, la esclavitud sexual de la mujer o el incumplimiento de las normas laborales y sanitarias más básicas. Y a costa de degradar, también, la convivencia e impedir el descanso de quienes intentan habitar esta ciudad gobernada por una administración devota del turismo de masas y la restauración de muy baja calidad, la misma que recurre en lugar de acatar sentencias judiciales por el exceso de ruido.


Jesús de Nazaret echó a los mercaderes del templo. Antonio Machado no pudo cantar ni quiso al Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar. Me parece simpático que esa sea una de las saetas, la de Machado, que el pueblo andaluz le canta a las imágenes de Jesús crucificado, pues demuestra el carácter sincrético entre lo religioso y lo popular de estas manifestaciones. Y qué más sincrético que un ‘Halloween’ a la malagueña. Dentro de todos estos excesos descritos, hay una mayoría plural, civilizada y mesurada. No me cabe la menor de las dudas. Sin embargo, coexiste con una minoría absoluta que ordena y manda conformada por muchos intereses e interesados en apropiarse de esa bendita diversidad para sus fines lucrativos y opacos.

Y esa minoría son los mercaderes del templo. Los reaccionarios que ya tenían sus cargos privilegiados en el Movimiento Nacional (ya sea en la prensa, ya sea en la Diputación, y ahora los han heredado para continuar mandando) y que utilizan todo lo relacionado con la Semana Santa para escenificar su poder, igual que sucedía con Franco, al que algunas cofradías parecen extrañar por su puesta en escena con cabras y a lo loco. ¿Se lo vamos a permitir? ¿Les vais a permitir los cofrades que os dejen en ese lugar? A mí me parece un espectáculo magnamente terrorífico, más bien propio de una de esas películas de miedo que tanto se han emitido estas últimas semanas por ‘Halloween’.

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