“Si para encontrar información radiofónica con un enfoque editorial progresista, no digo ya de izquierdas, hay que migrar definitivamente a los podcasts independientes, vale. Sea”
OPINIÓN. La grieta. Por Alejandro Díaz del Pino
Periodista
10/11/21. Opinión. El periodista Alejandro Díaz del Pino escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la radio: “Me crie con la radio de fondo. Creo recordar que era a las nueve de la noche cuando volvía a conectar en directo para cambiar el dial al 100.4 de la frecuencia modulada para dar paso a la voz de Carlos Llamas, quien narraba desde un prisma serio...
...la actualidad en los estudios centrales de la Cadena Ser en la Gran Vía de Madrid, que imaginaba como el epicentro del mismísimo Universo”.
Días de radio
Gomaespuma era mi despertador. Yo aún no lo sabía, pero asistía a los últimos años del programa del dúo humorístico formado por Juan Luis Cano y Guillermo Fresser en la ya desaparecida emisora M80. El 101.1 del dial de Málaga, recuerdo. Antes de que sonara la sintonía (“¡Gomaespuma, Gomaespuma! ¡El programa va a empezaaar!”) y de “las orejas levantar” casi antes que nuestros cuerpos, un breve sketch del personaje de Cándida anunciaba una nueva jornada, que comenzaba sabiendo a primera hora el número de la Lotería: concretamente, el de un cupón que no había sido el afortunado. Enhorabuena a los no premiados.
Yo tenía un equipo de sonido JVC semidigital de la época de finales de los noventa con casete, CD y radio que permitía guardar las emisoras y programar la hora en la que se encendía y se apagaba. Se convirtió en un buen compañero durante los últimos años de la Secundaria y el Bachillerato. Mientras me preparaba para ir a clase, seguía el programa en directo hasta salir de casa. Antes de irme, dejaba grabando en un casete Sony HF de 120 minutos el resto de la emisión hasta donde alcanzase. Cuando regresaba, después de comer, me metía en mi habitación y seguía escuchando a los Gomaespuma mientras hacía las tareas antes de ir a entrenar con el equipo de fútbol sala. Normalmente, iba a los entrenamientos con un amigo del equipo. Y otras me desplazaba igualmente acompañado por aquel casete hasta agotar la cinta.
Me crie con la radio de fondo. Creo recordar que era a las nueve de la noche cuando volvía a conectar en directo para cambiar el dial al 100.4 de la frecuencia modulada para dar paso a la voz de Carlos Llamas, quien narraba desde un prisma serio la actualidad en los estudios centrales de la Cadena Ser en la Gran Vía de Madrid, que imaginaba como el epicentro del mismísimo Universo. Cuando llegaba la hora de acostarme, dejaba programado mi equipo JVC para que me despertasen al día siguiente los buenos de Cano y Fresser. Después, encendía una pequeña radio de llevar, a pilas, que metía debajo de la almohada hasta quedarme dormido mientras sonaba El Larguero, magazine deportivo que por entonces presentaba José Ramón de la Morena. Sin ser hincha, yo era el mejor escuchando el transistor. Ra. Ra. Ra.
Pasé muchas tardes de los fines de semana oyendo Carrusel Deportivo. En casa no teníamos Canal Plus y por la tele podía ver el partido de la jornada en abierto en Canal Sur. Suficiente. Los domingos hacía un breve paréntesis para acariciar el cielo de Nashville en el Vuelo 605, programa musical pilotado por Ángel Álvarez en M80. Y, después, vuelta a La Ser para terminar la semana con el sanedrín deportivo (otra vez) de El Larguero, ya con la maleta hecha y todo preparado para retomar el lunes mi rutina radiofónica.
En aquella etapa también sintonizaba algunas madrugadas con Cadena Dial, donde María Quirós lanzaba al abordaje en su Océano Pacífico canciones de Enrique Urquijo, Javier Álvarez, Pedro Guerra, Joan Manuel Serrat o Antonio Vega, y textos que enviábamos sus oyentes a través de cartas postales escritas de puño y letra con cuentos, poemas o peticiones. Ella, amablemente, los leía antes de dar paso a la sugerencia musical. Flor de Pasión, de Juan de Pablos, completaba en Radio Nacional mis días de radio.
Este amor por los transistores no está relacionado con que decidiese estudiar y dedicarme a la profesión de periodista. Sólo soy un oyente más. Sin quererlo ni apreciarlo, estaba asistiendo a un cambio de siglo y de paradigma mediático. Muchas de aquellas voces se fueron quedando mudas de una forma u otra. En el año 2002 entré en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga. Apenas unos meses antes de que comenzase el curso 2002-2003, el despertador de Gomaespuma se apagó.
Lo sustituí por los editoriales de Iñaki Gabilondo, con los que él iniciaba Hoy por hoy y yo, una nueva etapa. Ya no dejaba el casete grabando. Simplemente escuchaba la radio hasta que empezaban las clases, o en época de exámenes mientras estudiaba o leía o me desplazaba o hacía algún trabajo. Dos años después, y éste es por razones obvias el recuerdo más potente generacional que guardo de la radio, Gabilondo inició el programa informando de un posible accidente en un tren en Madrid. Hablo de memoria, así que disculpen las posibles distorsiones cognitivas.
Era el 11 de marzo de 2004 y aquel día ‘el despertador’ no consiguió levantarme de la cama para ir a clase. Al poco de encenderse la radio, Gabilondo advirtió de posibles heridos. Después, de víctimas mortales. Desconexiones. Cortes publicitarios más largos de lo habitual. La escaleta cambió trágicamente. Aquellos ‘accidentes’ pasaron a un primer plano. A medida que avanzaba la mañana, las explosiones se contaban por decenas, y la cifra de muertos y heridos eran incalculables.
Creo que fue alrededor del mediodía, cuando un Gabilondo notoriamente emocionado a pesar de su característica distancia emocional a la hora de comunicar, anunciaba que dejaba de informar. Explicó que había momentos, y aquel tristemente era uno de esos, en los que era imposible dar nuevos datos y que cualquier información que no estuviese relacionada con aquellos atentados había perdido todo su sentido.
Durante un tiempo indefinido sonó música clásica, de funeral, de luto. Con la respiración contenida, volvía a hablar Gabilondo para actualizar cifras, para conectar con los periodistas del equipo que trataban de informar sobre terreno. Y otra vez sonaba la música clásica. Aunque con un ojo puesto en la televisión y el otro en Internet, la radio seguía sonando. Porque la radio era y es algo más que un medio de comunicación. La radio nunca se termina. La radio es compañía hasta en los momentos más ingratos.
Lo fue para nuestros mayores que padecieron la Guerra Civil y una posguerra, lo fue para nuestros padres que escucharon en la clandestinidad La Pirenaica y lo fue para mi generación cuando ningún otro medio era capaz de retransmitir tanta verdad acompañada con esa suerte de complicidad. De abrigo. De refugio. La radio nos recuerda hasta a los más solitarios, en los momentos de mayor dificultad, que no estamos solos. Será su carencia de artificios. Su sencillez. Su inmediatez. Su aparente sensación de proximidad.
Aquel 2004, me subí a bordo por última vez del Vuelo 605 y la voz de Ángel Álvarez descansó apenas unos meses más tarde para siempre. Un año después, Océano Pacífico se secó de un día para otro de la programación de Cadena Dial. Carlos Llamas, quizás el mejor periodista, el más combativo, comunicativo, inteligente, culto e íntegro que ha estado al mando de Hora 25, abandonó los micrófonos definitivamente en 2007 tras la recaída en un cáncer del que no se recuperó y a causa del que falleció demasiado pronto.
Los carruseles deportivos y los largueros se enzarzaron en una lucha de egos sin cuartel que me llenó de pereza y de motivos para apagar el transistor a la hora de seguir el deporte. Ra. Ra. Ra. Preferí cambiar el dial para sintonizar con otras frecuencias, como la de Radio 3, donde los elefantes soñaban con la música, los discos eran grandes y Juan de Pablos continuaba deshojando su Flor de Pasión hasta hace apenas unos años. U Onda Cero, donde Gomaespuma regresó para experimentar la que es hasta el momento su última aventura radiofónica. También probé a asomarme a La Ventana de Gemma Nierga y, posteriormente, de Carles Francino. Los formatos fueron cambiando. A Francino fue al primero que vi a través de la web. No hace tanto. Y qué espectáculo verlo, pero prefiero escucharlo. La Vida Moderna, sin embargo, sólo la he seguido a través de Youtube y siempre en diferido.
No nací en la prehistoria. Sociológicamente, estoy incluido en la generación millennial: soy hijo de la generación baby boomer y nacido después de 1981. Otra cuestión son los usos y costumbres, el haber habitado un mundo completamente analógico cuya transición hacia el digital fue acompasada con mi transición de la niñez a la edad adulta. Lo de antes no fue mejor. “Todo tiempo pasado fue anterior”, recuerdan Les Luthiers. Sólo eso. Pero sucede que existe un vínculo emocional difícil de romper cuando uno, ya desde la infancia, ha pasado tanto tiempo entre frecuencias medias vinculadas a unas emisoras. A unas voces. Y quizás a demasiados egos y falsas proyecciones.
Siempre me ha gustado la carretera. Conducir el viejo Focus del 2000. He hecho miles de kilómetros con la única compañía de la radio, cuya señal siempre perdía al pasar por algunos tramos, como por Despeñaperros. No la apagaba: bajaba el volumen para que no me molestase demasiado, pero con la intención casi obsesiva de estar ahí, en el preciso instante en el que la conexión volviera.
Desde hace años, hay periodistas haciendo proyectos propios interesantísimos en las plataformas digitales, como Javier Gallego con Carne Cruda o Fernando Berlín con La Cafetera, que se pueden escuchar por Spotify. Me voy acostumbrando, como a dejar atrás el uso del coche para cualquier desplazamiento. Pero me gusta sintonizar. Pensar que la radio tradicional generalista no va a parar nunca.
Aimar Bretos ha tomado las riendas de Hora 25, un profesional de 36 años que abrió su primer programa recuperando la sintonía del Hora 25 de Carlos Llamas. Hermoso homenaje. Una declaración de intenciones. Y me gusta su forma de comunicar. A mí, al menos, me ha ganado como oyente analógico, clásico, fiel, de toda la vida. Tanto que hace unas semanas fui a casa de mis padres a desempolvar mi equipo JVC. Ya no le funcionaban el casete ni el reproductor de CD, pero sí la radio. Una metáfora más de esta vida llena de hilos apenas perceptibles que por momentos aparentan conectarlo todo.
Aunque en Bretos he encontrado refugio, los cambios en la línea editorial de la cadena de Prisa respecto a aquellos años son notorios. No siento nostalgia. Pero sí cierto ‘escozor’ ante la degradación de unos principios de pluralidad, de altura y de tono en el debate que quedan patentes demasiadas veces. Para muestra, la tertulia del Hoy por hoy de Àngels Barceló del pasado lunes.
Los invitados eran la profesora internacional de Derecho Internacional Público, Mariola Urrea; el profesor de Políticas, Antón Losada, y el ex diputado por la extinta Corvegència i Unió (CiU), Ignasi Guardans. El debate, si se puede llamar así, giraba en torno a la Ley de Equidad, Universalidad y Cohesión sanitarias aprobada en el Consejo de Ministros y que tiene como fin, en teoría, blindar la sanidad pública. Blindar o proteger. He ahí la cuestión. Porque son verbos distintos con significados distintos. Un debate, a priori, de lo más saludable y del que hay argumentos razonables, sin estridencias, para confrontar con rigor. Nada que no pueda permitirse La Ser. Más bien, al contrario. Debería ser imperativo.
La polémica se desató cuando el portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique, colgó en Twitter un extracto de la tertulia en el que cada participante marcó sus posiciones acompañado de las siguientes declaraciones: “Esta mañana en la SER han defendido sin paliativos la privatización de la sanidad pública (con el eufemismo "colaboración público-privada", que es exactamente lo mismo). Y, si no, juzguen ustedes mismos.”
Dicho fragmento de la tertulia comienzó con Barceló introduciendo el apartado, donde remarcó el objetivo del proyecto de “revertir algunos de los recortes que se habían hecho durante el Gobierno de Mariano Rajoy”. Continuó Urrea, quien expresó que impedir por ley la colaboración público privada en el sistema público de salud “no es un escenario legalmente realista”.
Le siguió Losada, quien devaluó la posición de Unidas Podemos respecto a esta reforma a una cuestión de “eslogan”. Y afirmó, tajante: “Tú, en una ley, no puedes prohibir que haya provisión privada”. Añadió que la colaboración público privada en el sistema público de salud es “hasta deseable”. Losada reconoció lo que ha sucedido en la Comunidad Valenciana, donde el gobierno regional ha retomado la gestión pública directa de Ribera Salud (colaboración público privada ruinosa para la región), pero acto seguido le restó importancia porque “existen muchos casos de éxito”.
Me llamó la atención que a Losada sí le viniese a la mente un caso concreto, el de Ribera Salud, de gestión de la sanidad pública a través de lo privado tan lesivo para los valencianos como lucrativo para los intereses privados de unos pocos, pero de los “muchos casos de éxito” no fuese capaz de nombrar siquiera uno. Tampoco fue interpelado sobre ello por la moderadora. Guardans remató este tramo de la tertulia con un “el populismo es lo que tiene”. “Es los ‘echeniques’, que no están en el Gobierno, pero lo presionan”, prosiguió Guardans, quien concluyó con la siguiente afirmación categórica: “Es evidente que Podemos, si tuviera mayoría absoluta, no podría impedir la colaboración público privada en el ámbito de la sanidad”.
Cuando Barceló percibió la repercusión que estaba teniendo en redes el tuit de Echenique, no dudó en improvisar poco más de dos minutos del programa para que sus tertulianos se defendieran de lo expuesto por el representante político. Es en ese momento cuando Losada perdió los papeles. “Basta ya. Si tienes argumentos, ponlos encima de la mesa. ¡Ya está bien, hombre!”, espetó. Losada se refirió a “los dedos acusadores” y se jactó de haber luchado en favor de la sanidad pública. “Yo lo que no le voy a tolerar a nadie, se llame Pablo Echenique o se llame como se llame, es el descrédito, el desprestigio y el ataque personal”. “Primero, reclamo un mínimo de decencia a la hora de entrar en el debate; segundo, no manipular, no mentir, y tercero, saber un poco de lo que se habla”, finalizó Losada.
A lo largo del día, Losada publicó una serie de tuits en relación a Echenique, como: “Se ha quedado escocido. Qué cansino”. O: “Y ahora me voy a privatizar un rato. Por si queréis decírselo a @PabloEchenique”. Y mi favorito, el de la victimización: “A mí podéis insultarme lo que queráis, decir que soy de tal o de cual, que opino así por unas lentejas, lo que queráis. Me da igual. No me callaron los de antes, no me van a callar los de ahora.” He dejado las capturas guardadas, no vaya a ser que se le ‘caigan’. Que no es lo mismo que borrarlos tras pedir unas disculpas sinceras.
Porque ignora Losada que quienes censuraban “antes” estaban en una posición de privilegio y que “antes” era una dictadura. Ignora Losada que los censurados eran el eslabón más débil y que la censura era sinónimo de exilio, cárcel o ejecución. Ignora Losada que ahora el empoderado, el que expresa libremente en directo su opinión desde la cadena de radio más escuchada e influyente en todo el Estado es él, no un periodista o a un activista de un medio minoritario o clandestino que reparte pasquines. ¿Está ubicando, de verdad, al discrepante de esta norma a la altura de un censor por expresar su opinión en una minoritaria red social frente a quien tiene voz ante millones de oyentes sin nadie que pueda rebatirle en las mismas condiciones? No parece ecuánime.
Ignora Losada la obviedad de que para “poner los argumentos encima de la mesa” es condición sine qua non estar también invitado a la misma mesa. Ignora Losada que quienes defendemos la gestión pública directa por ley de la sanidad pública tenemos argumentos y no dedos acusadores. Ignoran Barceló, Urrea, Losada y Guardans que una tertulia donde todos defienden la misma postura y donde todos se dan la razón claro que ‘escuece’. Escuece a cualquiera que crea en la pluralidad, que defienda el periodismo y entienda el papel que juega la estructura del sistema de medios en una democracia. Escuece a millones de personas que hemos crecido escuchando La Ser. Escuece. Por supuesto que escuece.
Cada día nos hacen sentir más huérfanos de radios generalistas a millones de ciudadanos. Las competidoras directas son abiertamente conservadoras, por no decir reaccionarias. Si para encontrar información radiofónica con un enfoque editorial progresista, no digo ya de izquierdas, hay que migrar definitivamente a los podcasts independientes, vale. Sea. Ya nos ha pasado con los grandes medios de la prensa escrita y el proceso, a día de hoy, parece de no retorno. Mientras El País, El Mundo o ABC pierden lectores a espuertas en cada EGM y los conglomerados mediáticos a los que pertenecen presentan pérdidas millonarias ejercicio tras ejercicio, nativos digitales como Eldiario.es consiguen beneficios incluso en un año de confinamiento y pandemia.
Pero creo que pueden quedar más días de radio generalista. Que si en lugar de la reacción exagerada y pueril por un tuit del representante de quienes creemos que es conveniente para un estado del bienestar impedir por ley la entrada del negocio privado en las estructuras que afectan a los derechos fundamentales de los ciudadanos, los tertulianos respirasen profundamente, el debate no sería un espectáculo bochornoso que avergüenza a ajenos y estoy seguro de que, pasados unos días, también a propios. Si además sentasen en la mesa a una voz autorizada y experta en la materia (seguro que la encuentran), que pudiese disentir y defender dichas tesis completamente legítimas, enriquecerían el sentido de la tertulia y del término debate.
Antes de reducir un programa informativo a un sainete de cuatro personas que se dan la razón entre ellas y se muestran airadas de forma elocuente por los comentarios en una red social, podrían incluso hacer una pausa para escuchar, por qué no, la canción favorita de la directora del programa. De seda y hierro, de Antonio Vega. No sé este dato porque la conozca personalmente ni porque lo haya sacado de ninguna entrevista. Lo narró la propia Barceló hace varios años, cuando presentaba Hora 25. Dejó sonar la canción entera y creo que la versión acústica, que es mi favorita. Yo estaba recalentando la cena. Recordé que la primera vez que escuché esa obra maestra fue en Océano Pacífico.
Pacífico, de paz.
Porque no es hoy ni son horas. Son días. Muchos días de radio.
Días de radio es una película de Woody Allen. Al final, uno de los personajes secundarios, en estado de embriaguez, lamenta desde una azotea de los estudios donde se celebra un gran espectáculo radiofónico que en un futuro ya nadie se acordará de ellos.
Reflexionen.
Hagan el esfuerzo de sintonizar por una vez ustedes con nosotros o acabaremos por perder la señal.
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