“La hostelería ha convertido esta ciudad en un vampiro que chupa la sangre de sus habitantes. No genera riqueza, la extrae del espacio público que fue peatonalizado y adecentado con el dinero de todos los contribuyentes”
OPINIÓN. La grieta. Por Alejandro Díaz del Pino
Periodista
17/11/21. Opinión. El periodista Alejandro Díaz del Pino escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre como la hostelería, con la connivencia de Francisco de la Torre, se ha apoderado de Málaga: “La ciudad vampira, una vez que te ha sacado hasta la última gota de sangre, te expulsa. No formas parte de ella, no participas, no les reportas los beneficios...
...que te exige. Así que te tienes que alejar cada vez más y más si quieres llevar una vida digna”.
La vampirización de Málaga
No debe ser fácil, lo reconozco. Comer las uvas el próximo 31 de diciembre sabiendo ya, de antemano, que tras 22 años tu proyecto de ciudad es un fracaso rotundo. Más allá de intereses particulares, la Málaga de Francisco de la Torres Prados es un modelo fallido para sus residentes, para quienes la habitan. Para quienes un alcalde, teóricamente y en primerísima instancia, gobierna.
De la Torre se ha empeñado con el tiempo en dilapidar hasta lo más valorado de su gestión, la peatonalización del barrio del Centro o semipeatonalización de otras arterias, como la Alameda. Pasados los años, es patente que todo aquel espacio ganado a los vehículos motorizados ha ido a parar, en gran medida, no al disfrute público, sino al lucro privado. Hablo de las concesiones para terrazas.
La hostelería ha convertido esta ciudad en un vampiro que chupa la sangre de sus habitantes. No genera riqueza, la extrae del espacio público que fue peatonalizado y adecentado con el dinero de todos los contribuyentes. Y vive, como quedó patente durante el año 2020, de un turismo de masas que tardará tiempo en regresar, si lo consigue, a las cifras precovid de 2019, en plena burbuja.
Dicho año, el del ejercicio de 2020, evidenció que el modelo económico del centro de la capital era insostenible sin la llegada de visitantes. “El Centro, el barrio de todos” fue el eslogan de la campaña impulsada desde el propio Consistorio porque aquello era un erial. Ya volvemos a no ser ni contingentes ni necesarios. Por fortuna, porque el mensaje no se lo creyó ni el más ferviente de los seguidores de De la Torre.
El pasado fin de semana, me tomé unas copas durante la tarde en una terraza de Tomás de Echeverría. No tardé en percibir que la música estaba bien alta. Las puertas abiertas hacían que la música llegase a la calle y los clientes elevábamos la voz para poder escucharnos. Era música de ‘chunta, chunta’, de discoteca cutre de seis de la mañana, pero a las seis de la tarde y en la vía pública.
Algunos no dudaban en pedir una cachimba. Yo, que no me prodigo desde hace años por los bares, desconocía esta moda en tiempos aún de pandemia. Lo primero que pensé fue en lo poco higiénico que parecía ‘compartir’ las caladas entre grupos de personas con el virus aún circulando. Uno de los momentos más surrealistas fue cuando una mesa cercana pidió una y, de repente, me vi envuelto una especie de nube de vapor de fresa o algún aromatizante dulzón.
A partir de las siete de la tarde, el movimiento en la calle fue creciendo exponencialmente. Los peatones se desplazaban en fila de uno a lo largo de todo el tramo de la vía en el que me ubicaba. Conté hasta diez establecimientos de hostelería contiguos, en línea, que se sucedían unos a otros. Ahora que los empresarios hablan tanto de seguridad legal, ¿qué seguridad legal tenemos los ciudadanos ante un abuso tamaño?
El Ayuntamiento tiene la competencia de otorgar y renovar las licencias para la apertura de negocios y la cesión de espacio público para su explotación y beneficio privado. ¿De verdad en estos 22 años como alcalde De la Torre no ha pensado que no es conveniente otorgar alrededor de diez licencias para la apertura de locales de hostelería (todos con terraza en una acera enana) en apenas unos metros cuadrados? Da igual la ideología: no puede permitirse tal concentración en tan poco espacio.
Eso genera un ecosistema tóxico y dependiente de una actividad volátil como lo es la del sector hostelero, donde abunda la temporalidad, el empleo de muy baja calidad, y donde la atomización de la riqueza extraída queda en las manos de unos poquísimos privilegiados y malcriados por las instituciones públicas durante décadas. Además, esta situación genera problemáticas de mayor calado: todos estos establecimientos están ubicados en una zona residencial. Concretamente, en los locales a pie de calle de una urbanización. ¿Cómo pueden vivir las familias del primero, las del segundo y hasta las del último piso?
Si el fin de semana es para el descanso, ¿cómo van a descansar? No es sólo el ruido: es el humo, el olor a fritura y las voces. Todo esto degrada la calidad de vida y devalúa el precio de la vivienda, que acabará siendo utilizada para alquileres turísticos de bajo coste y expulsará a quienes en su día pidieron una hipoteca y, con el fruto de su trabajo, la fueron pagando para tener su casa en propiedad. Que crearon vínculos con sus vecinos. Y en ningún espacio ni en la letra pequeña les advirtieron de que gobernaría un alcalde que convertiría aquella zona muchos años después en un nuevo parque temático. Invivible. Insufrible.
La ciudad vampira, una vez que te ha sacado hasta la última gota de sangre, te expulsa. No formas parte de ella, no participas, no les reportas los beneficios que te exige. Así que te tienes que alejar cada vez más y más si quieres llevar una vida digna. Y entiendo por una vida digna aquella que te permite ejercer el derecho al descanso en el propio hogar. A no verte obligado a atravesar una concentración de personas de fiesta y caminar esquivando mesas y sillas cada vez que salgas o entres de casa.
Es necesario que quienes sucedan a la actual corporación apunten y tengan bien claro qué es un ecosistema urbano, cómo se crea o se interviene. Imaginen que el Ayuntamiento, en lugar de otorgar una decena de licencias para actividades relacionadas con la hostelería, hubiese limitado el número de concesiones. O, cuanto menos, penalizado fiscalmente la apertura de más locales destinados a bares, restaurantes y ocio nocturno por saturación, e incentivado otros negocios, como un comercio, una lavandería, una librería, una frutería o una oficina.
El alcalde, lejos de contemplar estas opciones, les ha regalado la zona azul en batería recién estrenada para mayor goce y disfrute privado de los empresarios hosteleros de Tomás de Echeverría, y para complicar aún más la vida a los residentes de una barriada donde escasean los aparcamientos y la mayoría de familias no puede permitirse uno de alquiler. De nuevo se vuelve a demostrar que el desmadre de este sector no genera riqueza, que la extrae de lo público, de lo que es de todas y de todos. De la vía pública, que también es vida pública, para ponerla en unas pocas manos. Porque si fuesen negocios donde la riqueza, aun extraída y no generada, fuese correctamente redistributiva, no faltarían camareros a pesar de las elevadas cifras de desempleo.
En mi opinión, la estrategia del Partido Popular en Málaga es clara. Gracias al buen trabajo de la Asociación de Vecinos del Centro, en La Casona saben ya que no es compatible soportar sentencias condenatorias por el exceso de ruido ni que se vean en televisiones estatales habitualmente las imágenes que deja la mezcla de turismo de borrachera y la abundancia de locales de restauración de bajo coste en un entorno como es el Centro, con protección BIC. Todos esos hoteles con pretensiones de modernidad que están abriendo en la capital no se van a llenar con el turismo que atrae esa proyección de Málaga, cada día más parecida a la de Magaluf.
Así que están exportando el ocio de borrachera de bajo coste a los barrios. Las copas en las terrazas de los hoteles están a diez euros y en los barrios, a tres euros. Está claro lo que se nos viene encima a los vecinos de Huelin y otras barriadas: lo hemos visto y normalizado durante décadas en el Centro histórico. En la cabeza del alcalde y del Partido Popular de Málaga no caben otras fórmulas que no sean las del desarrollismo más recalcitrante. Ladrillazo, parques temáticos deslocalizados e impersonales, sol y playa.
Ya forma parte de la cultura popular local aquello de que De la Torre habrá hecho muchas cosas mal, pero que ha cambiado Málaga. Este tópico lo llevan tatuado miles y miles de malagueños en el epicentro de sus mentes. Seguro que lo habrán escuchado, incluso dicho, alguna vez. Tal éxito se le atribuye a su apuesta por la peatonalización como citaba al inicio. Pero si ese espacio ganado en teoría para los peatones, finalmente sólo ha servido para poner terrazas y más terrazas y más terrazas de bares y restaurantes concentrados en zonas donde hacen la vida imposible a los vecinos, ¿de qué estamos hablando?
De la Torre celebrará su vigésimo segundo año como alcalde en los próximos meses. A veces pienso que, durante esta crepuscular etapa de su todopoderoso reinado, hay días que se asoma a la ciudad y la ve hecha un desastre, y la mira con los mismos ojos con los que Nerón miró a Roma arder.
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