“Ni siquiera acata el gobierno local las sentencias judiciales. Utiliza los recursos de todos para recurrirlas. Aunque lo que dicte esa sentencia sea beneficioso para los propios vecinos”
OPINIÓN. La grieta. Por Alejandro Díaz del Pino
Periodista
01/12/21. Opinión. El periodista Alejandro Díaz del Pino escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre algunas de las actuacones del Ayuntamiento que van en contra de los intereses de los vecinos: “Él prefiere esta Málaga gris, cementera y hormigonera, donde llamamos ‘parque’ a una avenida con zonas ajardinadas a ambos lados. Donde los carriles bici son...
...anecdóticos y donde hemos cambiado un servicio público calamitoso de bicicletas, por una de las mayores flotas privadas de Europa de patinetes y bicicletas que no tienen por dónde circular y escapan, cuando se trata de turistas, del más mínimo control”.
Peritas en dulce
Tras décadas de fomento de un modelo desarrollista exclusivamente dedicado al turismo, la hostelería de bajo coste y el ocio desenfrenado de borrachera, se puede afirmar (si ésa era su intención) que el Partido Popular ha conseguido expulsar a los vecinos del distrito centro. Lo saben los que gobiernan en La Casona desde hace tiempo y lo sabe una ciudadanía que ve en ese entramado de franquicias y ruidos un territorio hostil. Hay quienes resisten. Pero quienes fueron desterrados dejaron un hueco enorme que fue ocupado, en muchos casos, por viviendas con fines turísticos.
No es una opinión personal ni una percepción de un pequeño grupo que hace mucho ruido. El Observatorio Turístico de Málaga Costa del Sol especifica que en el ejercicio 2019 había registradas en la capital más de 30.000 plazas de alojamiento de viviendas con fines turísticos, cuando antes de 2015 no había ninguna plaza de estas características. Todo ese espacio ganado para uso exclusivo del visitante en detrimento de la habitabilidad de la ciudad es ya un modelo agotado. Apenas quedan vecinos por expulsar ni edificios que certificar para uso hotelero o turístico en el distrito centro.
O eso parecía cuando en 2020 estalló la pandemia de la Covid-19 en España y rompió la cesta de la gallina de los huevos de oro, o más bien, de cobre. Tras la burbuja del ladrillo de 2008, la ciudad alimentó lo que devendría en la crisis de otra burbuja: la de la simbiosis entre turismo de borrachera, sol y playa, y la restauración de bajo valor añadido. Lejos de apostar por nuevas estrategias ante la evidencia palmaria de que el modelo, además de injusto, insalubre y gentrificador, había hecho aguas por todos los lados, la administración local, con Francisco de la Torre Prados al frente, prefirió hacer como si nada y seguir concediendo licencias para la remodelación y edificación de nuevos establecimientos hoteleros y pisos turísticos en un distrito centro cada vez más vacío de Málaga y más lleno de aberraciones.
No sólo miró hacia otro lado, sino hacia otros lados. El alcalde puso sus lentes en el distrito oeste para permitir edificar grandes torres de lujo a la altura de La Térmica, cuya primera venta fue ejecutada sobre plano por un valor de 3,2 millones de euros. Miró hacia Tomás de Echevarría, en el barrio de Huelin, donde implantó zonas azules a petición de los mismos hosteleros entre los que reparte concesiones de terrazas y aperturas de bares por toda la avenida y alrededores. Miró a los callejones de El Perchel, donde un nuevo pelotazo urbanístico amenaza con dejar sin hogar a multitud de familias que lleva viviendo más de medio siglo en la zona. Y todo para que un fondo de Madrid derribe sus hogares y levante más viviendas con fines turísticos. Mire a donde mire el alcalde, siempre ve la misma ciudad impersonal, desapacible, hortera y desarrollista que ha defendido desde sus inicios en la política. Poco importa la vida de los nadie.
Ahora parece que ya les ha echado el ojo a los vecinos de El Palo de la zona de La Pelusa. Tal y como publicaba El Observador el pasado lunes, el acalde mandó al coordinador del Distrito Este del Partido Popular, José Luis Gallardo, a que mantuviese un encuentro con la Asociación de Vecinos Gálica-La Pelusa y escuchase sus reclamaciones, contrarias a la autorización dada por el Consistorio para que les coloquen una gasolinera al lado de sus casas. Su presidenta, Inmaculada de la Torre, lamentó las malas formas de Gallardo, quien les dijo a los residentes que se tenían que resignar, ya que “La Pelusa es una perita en dulce, y tarde o temprano, queráis o no queráis, esto lo van a urbanizar”. La presidenta le contestó: “Señor mío, esto ya está más que urbanizado, lo que usted quiere decir es que nos van a echar de nuestras casas, porque aquí no hay ya nada que urbanizar”. (Sic.)
Lo que expresó Gallardo es impropio en democracia. El ‘esto se va a hacer sí o sí’ representa un deje pero que muy preconstitucional. Porque lo verdaderamente peligroso, además de vivir al lado de una gasolinera, es la impunidad de la que gozan algunos próceres de esta ciudad. Hay que reconocer que una parte de responsabilidad la tienen, o la tenemos, quienes llevan refrendando a través de las urnas, la desmovilización, el silencio o la adulación en los medios a este tipo de personajes. Gallardo no es más que un pequeño eslabón perdido más de la cadena de una administración que, tras más de 26 años en el gobierno de Málaga, proyecta en la ciudad cualquier tipo de capricho, como el malogrado Museo de las Gemas, sin rendir demasiadas cuentas.
Ni siquiera acata el gobierno local las sentencias judiciales. Utiliza los recursos de todos para recurrirlas. Aunque lo que dicte esa sentencia sea beneficioso para los propios vecinos. Les da igual a sus concejales. Intentan venderlo, en un ejercicio de cinismo mayúsculo, como una defensa de Málaga. Ante tantas evidencias, a mí no me queda otra que pensar que el Partido Popular y sus aliados de la derecha extrema en otras latitudes (próximamente también aquí) no representan a los ciudadanos; representan los intereses de unos pocos que, si montasen un grupo musical, se podrían hacer llamar ‘Los de siempre’. No es tan descabellado. Pasarán los años y, como les ha pasado a los populares nivel estatal, más de uno terminará cantando. Tiempo.
El alcalde ve peritas en dulce por todos lados. Y el problema de esta adicción lisérgica del regidor por las peritas en dulce es que cada vez son de mayor tamaño y requieren de un ingente número de recursos para cultivarlas. No son suficientes el hotel rascacielos en el dique de levante, el hotel de Moneo (ya conocido como ‘MacMoneo’, ‘Moneazo’ o ‘Mamomeno’ en el argot popular y que es, de facto, uno de los más altos del Centro), el hotel en La Equitativa, los Room Mate, el Ibis, el Málaga Palacio, el Molina Larios, el Miramar, el Vincci… ¡Málaga necesita más hoteles, y más rascacielos, y más viviendas de uso turístico! ¿De verdad, con la amplia nómina de asesores bien pagados que atesora, nadie le ha explicado a De la Torre que la presión turística que puede derivar de este modelo nos lleva de cabeza a la ruina y a un malestar generalizado que se extiende desde el Centro hacia toda la ciudad?
El pasado mes de noviembre, el consistorio de Ámsterdam prohibió la construcción de más hoteles precisamente por eso, por la presión turística sobre la capital neerlandesa. Yo viajé en mayo de 2018 y me pareció una ciudad invivible. Con los mismos establecimientos prefabricados que uno puede encontrar en cualquier ciudad turística europea. Los mismos pubs de papel cartón con fotos antiguas sacadas de Internet. La misma decoración temática. Los mismos restaurantes mexicanos – argentino – indio – italiano. Las mismas franquicias. Los mismos problemas de ruido y peleas de la muchedumbre colocada que impide el descanso de los vecinos. ¿Ámsterdam como modelo? Ni en pintura.
Allí, en museos como el de Van Gogh, apenas puedes reparar unos minutos en una obra porque están saturados y no dejan tiempo para permanecer en cada sala. Todo ha de fluir muy deprisa porque está pensado para el visitante. Cuantos más, mejor. Al menos, sus grandes parques, como sucede en Londres, permiten que la ciudad respire. Sería positivo que el gobierno de Málaga atendiese unos mínimos, como las demandas del Bosque Urbano en los terrenos de Repsol. Que acatase la moción que le insta por mayoría democrática del Pleno a renaturalizar el Guadalmedina. Pero ni eso. Al alcalde parece incomodarle la alegría, la salud y el bienestar ajeno.
Él prefiere esta Málaga gris, cementera y hormigonera, donde llamamos ‘parque’ a una avenida con zonas ajardinadas ambos lados. Donde los carriles bici son anecdóticos y donde hemos cambiado un servicio público calamitoso de bicicletas, por una de las mayores flotas privadas de Europa de patinetes y bicicletas que no tienen por dónde circular y escapan, cuando se trata de turistas, del más mínimo control. Sin vecinos ni negocios vinculados a sus vecinos, la ciudad termina por perder toda su identidad. Ni Café Central, ni El Harén, ni Libritos, ni Discos Candilejas, ni restos arqueológicos del Astoria, ni próximamente, según pretende De la Torre, La Invisible, otra perita en dulce para el regidor. Pero vayamos a la madre del cordero.
El modelo es un error por dos razones. La primera de ellas es muy sencilla: por los propios límites de la naturaleza. Es insostenible. Y esto no sólo depende del alcalde de Málaga, sino de todos los responsables políticos de la Costa del Sol. No hay recursos hídricos para mantener la oferta, y aún menos para atender a la demanda que puede generar en temporada alta. Así llegamos a la segunda razón. Para que este modelo sea rentable, requeriría de un número de visitantes que ni en el mejor año de los registros históricos, el del ejercicio de 2019, han conseguido la capital ni la provincia. Todo en un contexto, como ya sabemos, volátil e incierto por la pandemia mundial. Desconocemos cómo va a cambiar los hábitos más inmediatos, los de a medio y los de a largo plazo.
Basta con que se anunciase hace unos días una nueva variante de la Covid-19 para que se cerrasen espacios aéreos, se impusiesen restricciones en bares y comercios, La Bolsa cayese once puntos lastrada por las compañías turísticas y las consultoras mundiales corrigiesen las expectativas de crecimiento para todo el conjunto del Estado. Los grandes cruceros que arribaban al Puerto de madrugada lanzando fuegos artificiales a medianoche llegan con cuentagotas, o no llegan. No los echo de menos, lo reconozco. Pero no importan mucho mis preferencias en este caso. Sin la pandemia, el modelo es inviable e insufrible. Con la pandemia, es directamente jugar a apagar el fuego con más gasolina, que es a lo que están jugando con las masificaciones en calle Larios motivadas por el espectáculo de luz y sonido navideño.
A una sociedad civilizada, la memoria de un crac económico por el ladrillazo que ha lastrado a toda una generación debería bastarle para no reproducir determinadas conductas. Si esto va de construir por construir porque se les han acabado las ideas, que lo digan claro y se aparten. Les honraría. Porque el problema de las peritas en dulce es que, cuando se convierten en amargas, es lo que nos dan de comer al pueblo. Y, al final, como bien nos ha hecho aprender el rescate bancario, quien paga los desmanes a los ricachones somos los de siempre. Y a costa de muchas fatigas. Demasiadas ya.
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