Vamos tragando y vomitando, porque no es digerible, un aluvión de mentiras que medios generalistas y profesionales supuestamente serios no tienen la menor intención de filtrar y desmentir. Más bien, al contrario. Ejercen como el multiplicador necesario para que la ola se convierta en tsunami”

“He visto pedir explicaciones, recibir críticas e incluso dimitir a políticos por robar o mentir, pero hacerlo por decir la verdad es, repentinamente, novedoso: una maniobra que sirve para escarbar un poco más en el pozo en el que algunos parecen empeñados en sepultar al periodismo”

OPINIÓN. 
La grieta. Por Alejandro Díaz
Periodista

12/01/22.
Opinión. El periodista Alejandro Díaz reflexiona en su colaboración semanal para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre cómo se ha extendido el gran bulo creado por periodistas y medios sobre unas declaraciones veraces y cargadas de razón sobre la ganadería intensiva y las repugnantes macrogranjas, efectuadas por el ministro de...

...Consumo, Alberto Garzón.

La gran recogida de cable

Hay una canción del grupo La Habitación Roja titulada ‘Van a por nosotros’; unos versos dicen: “Empezamos a tragar / y lo que no es normal / se ha ido convirtiendo / en algo natural”. Considero que esa expresión representa lo que sentimos muchos durante esta última semana. Concretamente, desde que el pasado 5 de enero explotase un nuevo gran bulo que afectaba al ministro de Consumo, Alberto Garzón, por unas declaraciones sobre la ganadería intensiva. Los periodistas y los medios tenemos el compromiso de construir una realidad que se aproxime lo máximo posible a la verdad, igual que los médicos realizan un juramento de preservar la salud de los enfermos. Es lo normal, aunque esa normalidad se haya ido pervirtiendo hasta naturalizar la creación y difusión de mentiras de forma masiva como práctica habitual y, a veces, intencionada.


Y así vamos tragando y vomitando, porque no es digerible, un aluvión de mentiras que medios generalistas y profesionales supuestamente serios no tienen tampoco la menor intención de filtrar y desmentir. Más bien, al contrario. Ejercen como el multiplicador necesario para que la ola se convierta en tsunami. El origen de la campaña de desprestigio contra Garzón, como analiza el especialista en desinformación digital, Julián Macías Tovar, nace de un artículo publicado el 3 de enero en una revista llamada ‘Cárnica’ y afín a las patronales agrarias y ganaderas. El titular es el siguiente: ‘Garzón afirma en The Guardian que España exporta carne de mala calidad de animales maltratados’.

Como recoge Macías Tovar, en la revista trabaja Jorge Cocero, periodista que estudió en San Pablo CEU, donde operaba la secta ultracatólica ligada a la derecha extrema ‘El Yunque’, y quien previamente trabajó en Microsoft News. Precisamente esta plataforma de noticias del gigante tecnológico ofreció al día siguiente más de 15 referencias en portada sobre la noticia falsa publicada por la revista ‘Cárnica’, frente a ninguna de dos hitos que aquella misma fecha eran de actualidad: la recuperación del empleo a niveles precrisis de la Covid y el caso de corrupción de Zaplana. En apenas 48 horas, esta ‘fake new’ contra Garzón se había multiplicado a través de las redes, los canales y los medios afines del Partido Popular y del partido de derecha extrema Vox.

Aquí terminaba el episodio más predecible de la campaña de desprestigio contra el ministro y comenzaba lo que realmente debe preocuparnos a quienes creemos en la democracia. Empecemos por aquellos medios que cumplen ciertos estándares de calidad y los profesionales que trabajan en ellos. En lugar de contactar con el equipo de prensa de Garzón para conocer su versión, de ir a las fuentes primarias y secundarias, y de contrastar la información, replicaron el bulo y trasladaron la presión mediática al otro partido del Gobierno central, el PSOE. No fueron pocos los periodistas supuestamente serios que contribuyeron a darle mayor difusión a la desinformación a través de sus opiniones personales en redes sociales y artículos con comentarios que es mejor ahorrarnos por abreviar y por propia vergüenza ajena.

No es ésta una historia de buenos y malos, pero sí de verdades y mentiras. Una vez que la ministra de Educación, Pilar Alegría, del PSOE, y líderes territoriales también socialistas como Javier Lambán, en Aragón, o Emiliano García-Page, en Castilla-La Mancha, desautorizaron las declaraciones de Garzón, la campaña de desinformación comenzó a volverse en contra de quienes habían participado en ella por ignorancia, por publicidad encubierta o por razones de ego. Sin invertir un céntimo, sin pagar patrocinios ni promociones a los medios, gracias a quienes intentaron todo lo contrario y gracias a los medios y periodistas que sí ejercen con honestidad su trabajo, hoy la sociedad española es más consciente que nunca antes del peligro que entrañan las macrogranjas para la salud pública, para el bienestar animal, para el medioambiente, para la ganadería extensiva, para la agricultura, para el suelo, para los ríos, para la costa y para los habitantes de un territorio.

Fue el propio Garzón quien publicó la transcripción completa de la entrevista a The Guardian. No pocos periodistas y medios informaron con rigor al respecto de las afirmaciones del ministro. Lo primero que sorprendió es que sus argumentos se sostenían por la propia evidencia científica. Greenpeace, asociaciones de ganadería extensiva, carniceros y cocineros mostraron su apoyo contra las macrogranjas y en defensa de la ganadería extensiva.


No sólo ellos. En estos días hemos sabido que el ministro de Agricultura del gobierno alemán ha hecho unas declaraciones en la misma línea que Garzón; que el ministerio de Agricultura de España trabaja en un plan para poner coto a las macrogranjas; que estas acciones están incluidas en la Agenda 2030 (de la que tanto le gusta presumir al presidente Pedro Sánchez), y que la Comisión Europea mantiene abierto un expediente a España desde hace cuatro años por incumplir la directiva de nitratos.

La campaña de desprestigio al coordinador de Izquierda Unida es fácilmente susceptible de ser desmontada. En los últimos días se ha desatado un fenómeno que ya podríamos denominar como ‘La gran recogida de cable’. De pedir su dimisión, ante tantas evidencias, ‘La gran recogida de cable’ comenzó con que muchos cambiaran su argumento a: “Sí, Garzón tiene razón, pero un ministro no debe conceder una entrevista a un medio extranjero para hablar mal de su país”.

He visto pedir explicaciones, recibir críticas e incluso dimitir a políticos por robar o mentir, pero hacerlo por decir la verdad es, repentinamente, novedoso: una maniobra que sirve para escarbar un poco más en el pozo en el que algunos parecen empeñados en sepultar al periodismo. Que compañeros y compañeras de profesión difundan la idea de que nuestros políticos han de mentir ante un medio extranjero representa el reflejo de cómo entienden algunos el ejercicio de nuestro trabajo y la política en este país.

Para empezar, piensan que un colega de The Guardian va a entrevistar a un ministro sin documentarse, que no le va a cuestionar a un titular de Consumo sobre cuestiones que son de dominio público y que atañen de forma directa a sus competencias y al gobierno al que pertenece. Piensan que Garzón va a ir a cubrir el expediente y decir que la ganadería intensiva española es maravillosa, que el periodista se va a limitar a transcribir lo que le diga el político por un módico precio de publicidad institucional para su medio y, después, se van a ir juntos a tomarse unas pintas. No, así no deben funcionar la profesión periodística ni la política. Un profesional de la comunicación, tanto del lado del medio como del equipo de prensa del ministro, ha de prepararse ante una entrevista o un reportaje que, a pesar de la rima, no es lo mismo que un masaje.


Para terminar, estos próceres del periodismo patrio dan a entender que la estrategia de comunicación de un político ante un problema colectivo, que además trasciende al Estado y está instalado en la UE, ha de ser la mentira, la evasiva o la ocultación de la verdad, por mucho que ésta esté corroborada por la ciencia y los planes estratégicos diseñados por las instituciones democráticas de su país, y de la comunidad internacional de estados miembros a la que pertenece.

Estamos tocando fondo si los periodistas pedimos a nuestros representantes políticos que nos mientan o no nos respondan ante determinadas cuestiones. Si no nos salta ningún ‘clic’ cuando una noticia de este corte se viraliza dos semanas después de ser publicada (26 de diciembre) y justo el día en que el Gobierno central va a ofrecer buenos datos en un país castigado históricamente por el desempleo, es que algo estamos haciendo realmente mal. No es una cuestión de instinto, sino de profesionalidad.

‘La gran recogida de cable’ está siendo reparadora e hilarante casi a partes iguales. Los primeros en ‘matizar’ ahora son los primeros que difundieron el bulo y pidieron dimisiones. El Partido Popular ha pasado de exigir el cese inmediato de Garzón a asegurar el pasado lunes, tras chasquear los dedos y proclamar ‘¡eureka!’, que en España “no existen las macrogranjas”. Dato falso, por supuesto. Lambán, que se mostró tan beligerante, aprovechó también el inicio del nuevo curso político tras la Navidad para negar que en Aragón haya macrogranjas “salvo contadísimas excepciones”. Cómo estará siendo este fenómeno nacional de recogida de cable que el propio Gobierno y al menos cuatro autonomías han anunciado o aprobado medidas contra las macrogranjas, entre ellas, la región de Castilla-La Mancha, presidida por García-Page.


Seamos honestos. El problema nunca fue lo que dijo Garzón, sino el que quien lo dice es un rojo que, además, cumple con lo prometido y, por más que los medios lo fiscalicen, no son capaces de encontrar el mínimo atisbo de corrupción, ilegalidad o comportamientos poco éticos. Así que recurren a la difamación en contra del código deontológico profesional. Hasta hace dos años, era inconcebible en la mente de muchos que un comunista estuviera al cargo de un ministerio. Cabe recordar que la primera batalla que libró Garzón fue contra el juego de azar y las casas de apuestas.

¿Quiénes eran unos de los mayores receptores de dinero por parte de estas empresas que fomentan la ludopatía y tributan, en su mayoría, fuera de nuestro Estado? Los medios de comunicación, que recibían partidas publicitarias ingentes. No en vano, el decreto que aprobó el Congreso tardó en entrar en vigor porque la Patronal de la Prensa Escrita recurrió la norma ante los tribunales hasta que éstos, finalmente, le dieron la razón al Gobierno central. ¿A quién atribuyeron los medios la demora? A Garzón. Y no, no fue Garzón. Fue por un recurso de su propia patronal. Por eso se tardó y no porque, como se traslada habitualmente desde algunos espacios, el ministro Garzón tenga una cartera simbólica que no sirve para nada.

Ha servido para combatir la ludopatía, que golpea con fuerza especialmente a los jóvenes y los barrios obreros. Ha emprendido una campaña de concienciación sobre el abuso del consumo de productos cárnicos y sus consecuencias para la salud pública y el medioambiente. Ha dado un primer paso con el etiquetado de Nutriscore para fomentar unos hábitos de alimentación más saludables. Ha subido el IVA a las bebidas azucaradas. Ha limitado precios de productos básicos. Ha cuestionado el modelo desarrollista y turístico de bajo coste que saquea a ciudades como Málaga. Trabaja en una Ley de Consumidores que proteja de los abusos de las grandes empresas. Y todo lo ha hecho desde la evidencia, a partir de estudios y datos objetivos, con austeridad, educación, serenidad y a sabiendas de que cumpliendo con su programa iba a molestar a muchos poderosos que no están acostumbrados a que un comunista diez, veinte o treinta años más joven y elegido democráticamente les saque, aunque sea por un rato, de su atalaya de impunidad.


Del presidente Sánchez se espera algo más que chuletones y lamentos por declaraciones que son completamente pertinentes y ciertas. Él mismo fue víctima de un bulo, como recordó Pablo Iglesias en la tertulia de Hora 25 el pasado lunes. La ultraderecha acusó Sánchez de falsear su tesis doctoral. Durante meses, en el Congreso, parlamentarios de PP y Vox se burlaban de él y le llamaban “el doctor Sánchez” o “el doctorado”. Unidas Podemos le apoyó, como apoyó al ex ministro Ábalos cuando fue también víctima de otra noticia falsa que afectaba a aspectos de su vida privada. Son mínimos de lealtad y convicción cuando se gobierna junto a otra fuerza política. 

La vicepresidenta Yolanda Díaz ha llamado a cuidar del Gobierno de coalición en un contexto en el que el ministro de Agricultura, Luis Planas, mostró ayer su desavenencia con Garzón por no llamarle antes de la entrevista, algo que ha respaldado la portavoz del Ejecutivo, Isabel Rodríguez. Como siempre, se agradece el tono conciliador de Díaz y, seguramente, será capaz de encontrar entendimientos a través del diálogo. Pero a veces, cuando están desprestigiando a un compañero por hacer su trabajo y decir una verdad más grande que una macrogranja, por incómoda que ésta pueda resultar para algunas partes, hay que aprender también a cerrar filas. Hay límites.

Las macrogranjas, como los bulos, son una amenaza transversal. Los Mañueco y los Moreno Bonilla, que se saben en año electoral, mantienen su petición de cese de Garzón como cortina de humo a su pésima gestión. Sánchez tiene la oportunidad de pasar a la historia como pasaron los políticos que durante décadas combatieron y negaron las consecuencias del tabaquismo por las presiones de la industria, e insuflar respiración artificial a sus verdaderos rivales políticos. O arropar a un miembro de su Gobierno víctima de un bulo. Practicar la empatía. Se ha echado mucho de menos. No es tarde. 

Que no olvide Sánchez que los Lambán y los García-Page son los mismos susanistas que le montaron aquel “golpe de estado de teniente chusquero” para acabar con su carrera política, mientras Unidas Podemos ha cedido hasta a su líder, elegido democráticamente y que era vicepresidente, con tal de que este país pudiese agotar una legislatura que garantizase cierto progreso. Queda, por tanto, también invitado el presidente Sánchez a ‘La gran recogida de cable’. Las presiones políticas por incomodar a un sector poderoso tienen el recorrido que tienen. La evidencia científica en su punto es, sin embargo, imbatible en el tiempo y la distancia.

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