“… a los musulmanes, a los budistas, a los hinduistas, a los ateos, a los agnósticos, a los homosexuales, a los pansexuales, a los transexuales, al Papa Francisco, a los derechos de la mujer, a los derechos de los menores, a la educación pública, a la salud pública, a las viviendas sociales, a la banca pública, a las cajas de ahorro…”
“… al activismo social, al Estatuto de los Trabajadores, a los sindicatos. al poliamor, a la familia monoparental, al matriarcado, a la reparación de todas las víctimas, a los periodistas de izquierdas, no a la protección del patrimonio, no al fomento de las artes, no a las Humanidades y no a la mismísima Humanidad”
OPINIÓN. La grieta. Por Alejandro Díaz del Pino
Periodista19/01/22. Opinión. El periodista Alejandro Díaz del Pino escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la derecha negacionista de este país que dice no a todo: “No a que se prohíba fumar tabaco en el interior de los bares. No a que se prohíba fumar tabaco en el puesto de trabajo. No a que se prohíba fumar tabaco en las terrazas por convivencia, educación y porque...
...atravesamos una pandemia producida por un virus que se transmite por aerosoles. No a las restricciones de la pandemia, desde el minuto uno”.
Los del no a todo (versión españita)
Estos días estarán pululando por la Feria Internacional de Turismo de Madrid (Fitur), ataviados con sus mejores galas y dejándose agasajar por periodistas de todos los rincones del país. Votan religiosamente a la derecha, de toda la vida. Miran con condescendencia a quienes no piensan como ellos. Gentes que, cosas de la meritocracia, han alcanzado las cotas más altas de la sociedad y están muy cabreados cuando ésta no se adapta a sus negativas. Son los del no a todo.
Desde el inicio de la democracia, el ‘no’ ha sido siempre su condición política. Dijeron no al divorcio. No al derecho de las personas que así querían y quieren ejercerlo como lo que es, un derecho. ¿Qué era eso de que una mujer pudiese divorciarse de un hombre de forma unilateral si años antes requería un permiso del mismo para poder trabajar?
No, por supuesto, al aborto. Faltaría que una mujer, además de poder divorciarse, pudiese decidir sobre su propio cuerpo. Y, así, fueron cimentando un espacio político de negación y negacionismo a lo largo de este periodo histórico conocido como Régimen del 78. Franquistas que, de un día a otro, ya eran demócratas. Tachán. Magia.
No a que las personas del mismo sexo pudiesen contraer matrimonio en las mismas condiciones que las personas heterosexuales. No a que la familia sea diferente a un padre y una madre unidos para siempre. “Matrimonio es la unión de un hombre y una mujer; lo otro es otra cosa”. Porque como así había sido antes (durante el nacionalcatolicismo), quiénes eran las nuevas generaciones para cambiar nada.
No a la autodeterminación de género. No a las relaciones afectivas no binarias. Cuestiones ‘woke’ (pronunciado con menosprecio y mondadientes) que muchas personas y colectivos progresistas asumen en su discurso. No, por tanto, a que el Estado dé cobertura y reconocimiento legal a todas las formas de familia o de definirse con respecto al género que escapen a los limitadísimos conceptos básicos de sociedad y cultura de los del no a todo.
No a que una mujer dé su consentimiento explícito para mantener una relación sexual. No a igualar los permisos de paternidad y maternidad por ley. Si, total, es a la mujer a la que corresponde el cuidado de los hijos y, además, qué mejor para un hombre que poder refugiarse en su trabajo de esa labor tan impropia de la masculinidad como es la de educar y ver crecer a sus hijos. ¿Conciliación pudiendo ser un padre ausente? Claro que no.
No a la eutanasia. Tu cuerpo es tu cuerpo, pero cuidado. Paliativos hasta que un dios o el azar decidan el cómo y el cuándo. Porque ¿quién es nadie para poner fin a sus días con garantías sanitarias y cobertura legal? No a la Sanidad Pública. No a que ninguno de los derechos adquiridos ya citados los cubra el sistema sanitario estatal. Quien decida abortar, que se lo pague. Quien solicite la eutanasia, que se la pague. Quien tome la decisión de iniciar una transición de género, que se la pague. Y quien quiebre el sistema bancario, colapse la economía de un país a través de la especulación y se lleve a un par de generaciones por delante que… Que se lo paguemos todos vía impuestos; que para morir rico no sólo hay que nacer así. A veces hace falta un empujón. Y quien dice un empujón, dice un rescate estatal millonario condicionado por políticas de contención del gasto público.
No a subir el salario mínimo interprofesional (SMI), porque en las facultades de Economía y ADE les enseñaron, no una tesis refutable (ciencia), sino un dogma de fe (religión): que aumentar el SMI destruye empleo. Da igual que exista ya literatura científica suficiente y que la realidad más inmediata desmonten esa teoría. Son los del no a todo y por supuesto no van a decir que sí a una medida que mejore la vida de las personas más vulnerables. A esas personas, sacrificio y caridad.
No a un impuesto a las grandes fortunas. ¿Qué es esto de tocarle los bolsillos a los milmillonarios? ¿Cómo van a estar a favor de una medida que sólo beneficiaría al 99,9 por ciento de la población? Hay quienes siguen pensando que bajar los impuestos a los ricos genera empleo y redistribuye riqueza. En un marco en el que la economía es especulativa, global y financiera, desconectada de lo que se conoce como ‘economía real’ (una panadería, por ejemplo, o la propia economía doméstica), esa tesis, al igual que la de las consecuencias perniciosas de la subida del SMI, es rotundamente falsa y así está demostrado científicamente.
No a que se prohíba fumar tabaco en el interior de los bares. No a que se prohíba fumar tabaco en el puesto de trabajo. No a que se prohíba fumar tabaco en las terrazas por convivencia, educación y porque atravesamos una pandemia producida por un virus que se transmite por aerosoles. No a las restricciones de la pandemia, desde el minuto uno. La libertad individual está amenazada y hay muchos más suicidios desde que limitaron el tiempo en el que uno puede estar colocándose en el interior de una discoteca. Y ancha es Castilla.
No a las ayudas económicas directas a las personas, dentro o fuera del contexto pandémico. ¿Qué es esto, un paraíso comunista? Pareciera que los problemas de salud mental no tienen nada que ver con las condiciones laborales y materiales de vida, con que cuatro de cada diez personas estén en riesgo de exclusión severa en España y la incertidumbre que eso produce.
No tienen el mínimo interés en la salud mental quienes la usan como coartada para mantener la hostelería abierta, el turismo masificado y evadir su responsabilidad colectiva e individual en esta pandemia. Si no, el debate se hubiese abierto cuando en el contexto de la década del austericidio, de los despidos masivos y la explosión de desahucios, ya repuntó el número de suicidios.
No a la ‘Ley rider’. ¿Cómo que un chaval con una mochila y una bici no es un joven emprendedor? Vale que no lleve mocasines, ni vaya a sesiones de ‘coach’, ni papá le haya pagado la carrera en una universidad privada y un MBA en la ‘city’ de Londres. Pero ahí está: empezando desde cero y siendo su propio jefe.
No a la regulación del precio del alquiler. Eso es más intervencionismo. Si has heredado diez pisos o eres un fondo de inversión, ¿quién es el Estado para evitar la especulación con un derecho fundamental? ¿Derecho fundamental? Já. Bien de consumo. Quería decir bien de consumo. Que el precio del alquiler suba más de un 40 por ciento en cinco años es razonable, lo que no es razonable es que el farmacéutico te haya colado un test de antígenos por diez pavos para irte de cenita la pasada Navidad. Ahí sí hay que intervenir y poner el grito en el cielo. Con la vivienda, no. El rentismo a gran escala no se toca.
No a regular los juegos de azar y las casas de apuestas. La ludopatía, que se ceba con los más jóvenes y en los barrios obreros, es sólo un pequeño riesgo sobrestimado que hay que asumir a cambio de preservar la libertad de perderlo todo por una adicción que, hasta hace unos meses, fomentaban los referentes deportivos de esos chavales y no tan chavales con total impunidad y en horario protegido.
No a regular el cannabis. Paraíso comunista y, además, con hippies. “¡Ya perdisteis vuestra guerra!” Los del no a todo están en contra de legalizar la marihuana, y te lo pueden explicar perfectamente mientras se aprietan el quinto Black Label del día con las pupilas bien dilatadas y se abren la segunda cajetilla de tabaco tras comerse un chuletón en su punto. “¿Quieres uno?, el de después de comer es el cigarro que más disfruto.”
No a poner coto a la ganadería intensiva ni a cumplir con la directiva de nitratos de la UE. Nos podemos permitir perder el Mar Menor, contaminar Doñana, pero ¿cambiar nuestros hábitos de consumo y, especialmente, los de los más ricos por sostenibilidad? Eso sólo trae pobreza, hambre, miseria y doscientos billones de muertos por comunismo por lo menos, ¿o no habéis estudiado Historia?
Siguiendo con el hilo. No a la Ley de Memoria Histórica y democrática. No a derogar la Ley de Amnistía. No a desmantelar el mausoleo donde hasta hace unos años descansaba y se rendía homenaje al genocida Francisco Franco con total normalidad e impunidad. No a desenterrar a las más de cien mil víctimas de la dictadura fascista que aún permanecen en fosas comunes y cunetas de carreteras por todo el Estado.
No a la jubilación a los 65 años ni a las prejubilaciones. No a unas pensiones dignas. La economía del Estado no puede soportarlas y, además, oye, cada uno es libre de seguir trabajando hasta la edad que quiera. El paro juvenil supera el 20 por ciento y de un andamio puedes estar colgado el tiempo que puedes estar colgado. Pero qué más da. Libertad. No a regular el mercado de trabajo. Todo se autorregula estupendamente a través de la ley de la oferta y la demanda, como sucedió nunca en ningún Estado.
No a los ecologistas, a los socialdemócratas, a los liberales, a los comunistas, a los anarquistas, a los musulmanes, a los budistas, a los hinduistas, a los ateos, a los agnósticos, a los homosexuales, a los pansexuales, a los transexuales, al Papa Francisco, a los derechos de la mujer, a los derechos de los menores, a la educación pública, a la salud pública, a las viviendas sociales, a la banca pública, a las cajas de ahorro, al activismo social, al Estatuto de los Trabajadores, a los sindicatos, al poliamor, a la familia monoparental, al matriarcado, a la reparación de todas las víctimas, a los periodistas de izquierdas (se les nota, no como a los de derechas), no a la protección del patrimonio, no al fomento de las artes, no a las Humanidades y no a la mismísima Humanidad.
No a todo en nombre de la libertad. La libertad de que tú casa sea, de repente, el mejor de los hospitales. La libertad de que Don Amancio done una máquina contra el cáncer mientras hace ingeniería fiscal en Malta para comprar un megayate más grande. La libertad del comisionista y el comisionado. La libertad de que puedas leer este artículo sólo en EL OBSERVADOR porque absolutamente ningún diario o revista de masas de Málaga podría publicarlo por las presiones que ejercen los conglomerados mediáticos a los que pertenecen y las convicciones de quienes sientan a dedo en los despachos directivos de esos medios. En un tuit que Pablo Iglesias hizo viral, un entrevistador le pregunta al teórico de la comunicación Noam Chomsky cómo puede saber si se está autocensurando. Chomsky le responde: “No digo que usted no crea sinceramente lo que piensa, sólo que si pensase otra cosa no estaría aquí”. Fin de la cita.
Se dicen provida. Pero lo cierto es que son tan del no a todo que están en contra de la vida misma.
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