“Desmontar la decoración de Carnaval, que es la misma que la de Navidad, para montar la tribuna de los ricos y los vallados después de los diez días de Festival de Cine, con exposición y alfombra roja encharcada, en la vía más representativa de la capital creo que lo dice todo sin decir ni mu”

“Málaga está mejor que nunca para los de siempre: da igual si lo que hay es pandemia o procesiones o ambas cosas. Lo cierto es que los demás seguimos igual de jodidos”


OPINIÓN. 
La grieta.
Por Alejandro Díaz.
Periodista

06/04/22.
Opinión. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. El periodista Alejandro Díaz escribe en su columna sobre la actual situación de Málaga: “No hemos salido mejores, de hecho, ni hemos salido, pero hemos retomado nuestra normalidad. Un centro ocupado con viviendas turísticas, barrios donde se vuelven a expulsar a los vecinos, alquileres que rozan la media de los 800 euros, 21.000 demandantes de...

...viviendas de VPO, y paro crónico a la espera de que esos billetitos hagan su magia estival para ir tirando, como se pueda, el resto del año”.

Málaga está mejor que nunca y nosotros igual de jodidos

Nos hemos convertido en la ciudad del disparate. Abordar desde la seriedad o la indignación su estado no parece ni serio ni digno por parte de una persona, perdón por la alegría, que, sin caer en el cinismo, no puede evitar interpretar lo que le rodea con unas dosis altas de ironía e, incluso, carcajada. Hace dos años, cómo pasa el tiempo, estábamos confinados y sin vacunas ante la amenaza del virus pandémico mundial de la Covid. Fue en ese contexto, ante un horizonte donde se vislumbraba una desescalada para la campaña estival, cuando nuestro alcalde, el ínclito Francisco de la Torre, declaró aquella célebre frase de “Málaga está mejor que nunca”, cuando no había por dónde cogerla.


Entonces íbamos a salir mejores y el Centro Histórico era “el barrio de todos”, porque sin turismo, aquello fue por unos años un erial. Los malagueños y malagueñas, con un cuarto de la población en riesgo de exclusión, somos unos tiesos, claro. Así que, con la llegada de la nueva normalidad, que se parece tanto a la antigua que casi la supera en dislates, el Ayuntamiento ha apostado por retirar esa campaña. “Gracias por los servicios prestados, podéis seguir en vuestra miseria, ya no hacéis falta”, le ha faltado comunicar para dar por finalizada la campaña.


Lo cierto es que Málaga está mejor que nunca para echarse unas risas por no llorar. Y para comprobarlo, ninguna metáfora mejor que lo que sucede en el entorno de calle Larios. Recuerdo que cuando pisé por primera vez una redacción, me cayó un enorme puteo porque llevaba una ‘gacetilla’ con una fotodenuncia. Un día, llegado ya casi febrero, fotografié el árbol de Navidad de calle Larios, que seguía allí sin visos de que lo fuesen a desmontar por mucho que ya estuviesen floreciendo los almendros. Tremenda bronca, voz en grito, se escuchó aquella tarde en el periódico. “¡Pero esto qué es, que ahora nos escriben los editoriales los becarios!”, se podía oír en lo que por entonces era una inmensa redacción hoy muy mermada mientras yo, cada vez, me iba haciendo más diminuto y trataba de escurrirme en la silla hasta intentar quedar completamente mimetizado con el entorno cual camaleón.

Era el año 2006 y aprendí dos lecciones: la calle Larios era de todo menos una calle comercial y la libertad de prensa bien, pero ojo. Supongo que al árbol de Navidad lo desmontarían en algún momento, ya nunca quise saber mucho. Hasta este año, que, tras la época de restricciones, hay quienes quieren recuperar todo el tiempo perdido en un suspiro, aunque sea a costa de nuestra salud mental. De ahí que en la icónica calle dedicada al marquesado (hay que ser hortera para que la principal vía de tu ciudad está dedicada a un aristócrata), haya atravesado últimamente por una concurrencia sólo posible, tal vez, en la siempre sincrética Ciudad de México.

No pasean, aún, comerciantes ambulantes con una batería para poder pegarte unos ‘calambritos’ a cambio de unas monedas, pero sí ha sido posible, gracias a la gran planificación de nuestro excelentísimo equipo de gobierno local, convertir las luces navideñas y los arcos en iconos carnavalescos. La plaza de la Constitución ha sido escenario de convergencia entre quienes disfrutaban del Carnaval, quienes acudían a un traslado de imágenes religiosas, una manifestación y no sé qué más, con esa bandera de España de dimensiones desproporcionadas que no tapa que un negocio de hostelería ponga sus sillas sobre las esculturas de las portadas de los diarios del día que se aprobó la actual Constitución. Todos los tiempos a la vez, como en la isla de la mítica serie Lost o la novela del autor argentino afincado en Barcelona, Rodrigo Fresán, El fondo del cielo, que recomiendo sin venir a cuento. Porque en Málaga las cosas se hacen así, sin venir a cuento o justificadas con mucho cuento. Qué más da.


Ahora ha comenzado la retirada de la decoración navideña que, todo sea dicho, estos dos últimos años ha estado marcada por la presencia de unas guirnaldas enormes que a mí se me representaban, a todas luces, como una alegoría del coronavirus con esa canción ya célebre que no quiero mentar con mensajes cruzados entre De la Torre y Mariah Carey mediante. Mientras se producía esta deconstrucción al inicio de calle Larios, ya todo se va preparando para la Semana Santa, la primera en tres años. Ahí es poco para los no cofrades y hasta para más de un cofrade. Desmontar la decoración de Carnaval, que es la misma que la de Navidad, para montar la tribuna de los ricos y los vallados después de los diez días de Festival de Cine, con exposición y alfombra roja encharcada, en la vía más representativa de la capital creo que lo dice todo sin decir ni mu.

Málaga está mejor que nunca. Ahora vuelven los cruceristas con sus carteras bien cargadas para que les pongan pegas en los establecimientos de ropa de alguna gran cadena porque no aceptan billetes de 500 euros. Es el mercado, amigos, concretamente, nuestra economía. No hemos salido mejores, de hecho, ni hemos salido, pero hemos retomado nuestra normalidad. Un centro ocupado con viviendas turísticas, barrios donde se vuelven a expulsar a los vecinos, alquileres que rozan la media de los 800 euros, 21.000 demandantes de viviendas de VPO, y paro crónico a la espera de que esos billetitos hagan su magia estival para ir tirando, como se pueda, el resto del año.

También se viene dramita. Mayo, a priori, parece que continúa siendo el único mes en el que la calle Larios esté despejada, sin toldos, ni decoraciones de pesadillas en el parque de atracciones, ni tribunas, ni dios, ni amo, ni rey. No habrá Copa América. No habrá eventos. Un mes como si fuésemos una ciudad habitable. Una calle entregada al azul intenso con el que brillan los ya larguísimos días de mayo. Algo tendrán que inventar, no vaya a ser que le entre la depresión a nuestros concejales del Partido Popular, que tanto han cambiado todo a base de vender humo, colaboración público privada, patrocinios, catering, agasajos y torpezas, aunque sea a peor. Además, seguro que hay ahora mismo un becario de 20 años en el mismo medio, en aquella misma silla, al que le tendrá que caer el primer puteo de su vida por intentar contar, inocentemente, las cosas como son. Málaga está mejor que nunca para los de siempre: da igual si lo que hay es pandemia o procesiones o ambas cosas. Lo cierto es que los demás seguimos igual de jodidos.

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