OPINIÓN. La grieta
Por Alejandro Díaz. Periodista20/04/22. Opinión. El periodista Alejandro Díaz escribe en su habitual opinión para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre Málaga y el recorrido vital que la ha llevado a discurrir por estos largos meses que han ido desde que empezó la fiesta allá por septiembre del año pasado, a este casi mayo en el que parece que amanece un respiro, que no es poco...
...Calle Larios es testigo del total olvido en el que el Ayuntamiento de la ciudad, que encabeza ese caducado personaje en que se ha convertido el alcalde Paco de la Torre, mantiene a sus habitantes vecinales, para ser políticamente correctos en su denominación, y que vienen a ser las malagueñas y malagueños de a pie, su olvido a favor del turismo desbordado e insostenible, los hosteleros avaros, las voraces cofradías, las promotoras urbanísticas, los fondos buitres especulativos, la prepotencia política de su mayoría, el poder y, por supuesto, la falsa y caduca gloria.
Tiempo de luz
Lo peor ya ha pasado y Málaga vuelve a ser una ciudad, con sus singularidades y lugares comunes, pero una ciudad al fin y, si me apuran, un poco más habitable. Desde que en septiembre del pasado año comenzasen a colocar la decoración navideña, el camino ha sido largo y, para qué negarlo, extenuante hasta el punto de que hay quien ha echado de menos los confinamientos. Un poco en broma, algo exagerado o completamente en serio. El otoño comenzó con la procesión de La Magna, por la que la Agrupación de Cofradías se embolsó cerca de medio millón de euros y los tronos tomaron las principales vías de la ciudad. “Ya estamos aquí”, parecían indicar. Y sí, acabamos de comprobar que no sólo están, sino que no de las mejores maneras.
Aquello sucedió en un puente en el que la macroprocesión coincidió prácticamente con ‘Halloween’: es decir, con un Centro a rebosar con los bares y discotecas con manga ancha para hacer los agostos en un día que la pandemia les había negado los dos últimos años. “Hay que ser compresivos y tolerantes”, nos decían. Y lo fuimos, lo fuimos tanto que el encendido navideño llegó cuando el Niño Jesús estaba tan lejos de nacer que apenas podía ser un minúsculo embrión gestado por alguna gran superficie comercial y las ansias de un Ayuntamiento que, menos a sus conciudadanos, quiere mantener contentos a todos. A todos los que tienen riqueza y poder, claro.
La cosa se fue embraveciendo con el levantamiento de las restricciones y un diseño de Navidad en el Centro que estará bien para el que le guste, como todo, pero que a muchos resultó excesivo a todas luces, como las proyectadas a forma de ‘video mapping’ sobre La Manquita o las que colgaban del entramado de calle Larios, con claras formas de coronavirus por segundo año consecutivo. Que ya hay que tener mal gusto. Para ir tan sobrados de iluminación, cualquiera diría que a más de uno y de una en La Casona le faltan luces.
Mención aparte merece la pijada, sacada de los mundos de Disney, que se inventaron para el Jardín Botánico de La Concepción. Cualquiera podría pensar que la vida de las plantas, las aves y los insectos se preserva mucho mejor sin luces artificiales nocturnas, sin música ambiental, sin atracciones mecánicas, sin aglomeraciones y sin el mal gusto de los seres humanos. Porque en ese mundo mágico de Alicia en el país de las maravillas, la flora y fauna seguían siendo reales, aunque ya no las protagonistas. Pero qué más da. Sin el Plan Director de Uso y Gestión del Jardín Botánico-Histórico La Concepción, Málaga ganó un escenario más y restó un activo menos. Aunque puestos a ganar, como siempre, ganó la empresa adjudicataria, con una facturación millonaria por las entradas a los ‘populares’ precios de 12 a 14 euros.
Acabó la Navidad, pero sólo la festividad religiosa. El árbol y la decoración de calle Larios permanecieron un par de meses más. No fuese a ser que alguien se confundiese y pensase que el Centro es de la ciudadanía. Un retoque aquí, un retoque allá y el mismo escenario que servía desde finales de septiembre para el festejo navideño pasó a estar al servicio del Carnaval. Extendieron, poco después, una encharcada alfombra roja para rematar el remate de los remates en “el barrio de todos”, como llamaron al Centro cuando no llegaba turismo por la pandemia. Un Festival de Cine pasado por agua, sin pena ni gloria, con bandas de mariachis en La Merced, cervezas a tres euros y medio y, como casi todo en Málaga, cada vez más franquiciado y alejado de la cultura popular.
En un momento delirante, cuya fecha ubicaría entre febrero y marzo, coincidieron en la plaza de la Constitución traslados procesionales, actos de Carnaval, una manifestación y no sé si algún evento más. Todo a la vez, con Policía Local desbordada y más de una o de uno que pasaba por allí, al borde de un ataque de nervios. Don Carnal y Doña Cuaresma juntos, bajo esa inmensa bandera de España que no tapa al canastero de los huevos de oro al que el Ayuntamiento permite, por omisión, colocar sus mesas y sillas sobre las esculturas de las portadas de los diarios del día en el que se aprobó nuestra Constitución. El simbolismo, escribió Woody Allen, se paga aparte.
A nuestros dirigentes municipales no les falta vergüenza a la hora de promocionar la estación invernal en las ferias turísticas, por ejemplo, en la Feria Internacional de Turismo de Madrid (Fitur), como ‘El Invierno Cálido’ de Málaga. Y, sin ser Siberia, en invierno hace frío y lo cálido es beberse un caldito de pintarroja mientras permaneces embutido en un abrigo, te quedas en casa en plan mantita y sofá o tiras de ropa térmica, que está mucho más barata que el lujazo de prender una estufa eléctrica o de gas. La anomalía atmosférica fue la escasez de lluvias, que encendió todas las alarmas. Con los pantanos vacíos, ¿qué sería del turismo veraniego?, se preguntaba nuestros ínclitos gobernantes. Ésa era la preocupación, la misma que denota la falta de miras y las mentes tan estrechas de quienes, democráticamente, nos representan.
Para quien se lo pueda pagar
Lo que va de primavera ha corregido, parcialmente, la escasez en nuestros pantanos, con una lluvia que no cesaba y que se mezclaba con la arena del Sáhara en un fenómeno llamado ‘calima’, al que ya nos hemos acostumbrado y que dejó a toda la ciudad llena de barro. Acaba de terminar la Semana Santa, más de pasión que nunca. Sobre todo, para quienes se empecinaron en defender el nuevo recorrido oficial, las vallas y la mercantilización del espacio público. Daba un poco de risa, si no fuesen tan cínicos, leerles argumentar en Twitter que todo era culpa de una exageración en Twitter, mientras la gente de la calle que, aunque nos traten como tal, no somos imbéciles, sabemos perfectamente que la Semana Santa de Málaga se ha hecho famosa esta edición por el ya célebre “para quien pueda pagársela”.
Para ser un debate artificial de una red social minoritaria, absolutamente todos los medios locales de Málaga, algún regional y medios nacionales han mantenido dentro de su agenda informativa durante toda la Semana Santa los debates que, más que le pese a algún acostumbrado a ver el mundo desde su despacho o desde un balcón de calle Larios, se están dando entre la comunidad cofrade y la ciudadanía malagueña. Que es transversal, pues se aleja de la polarización de los ejes izquierda y derecha, y mantiene vasos comunicantes con todo lo escrito hasta ahora y que desembocan en el modelo de ciudad que se ha impuesto: privatizador, atomizador de riqueza, insalubre, caótico, gentrificador y que compromete la habitabilidad de los malagueños y las malagueñas. No voy a abundar mucho más sobre este tema. Apenas 48 horas después de que termine la Semana Santa, el presidente de la Agrupación de Cofradías ya ha dado explicaciones dos veces ante los medios de comunicación, que no en una red social minoritaria.
La nueva serenidad
Hoy estoy, no sé si feliz, pero sí contento y sereno, que es mucho mejor. Como malagueño, acaba de empezar una época en la que no hay afortunadamente grandes eventos a la vista. Vengo de disfrutar de un mediodía soleado, primaveral, con su ‘rasquilla’ y sus calores. De tomar unos pescaítos en uno de esos ‘boquetes’ de Huelin, en cuyas calles, por cierto, continúa depositado el polvo de la calima. Me pregunto si sucederá lo mismo en El Limonar. Decía que llega mayo con sus días azules y, a veces, con sus tormentas. Viva la normalidad climática. Ambas serán bienvenidas. Como lo será una calle Larios por fin despejada, un Centro donde podamos ir también los malagueños de a pie, tiesos como estamos, a pasear, pues tenemos derecho a disfrutar de nuestra ciudad sin sentirnos obligados a pagar el costoso peaje de la célebre taberna que desplaza estatuas, o el de la típica terraza okupa, o el de la copita a diez euros en el nuevo hotel de turno.
Escribo a demasiadas millas de la llegada masiva de turistas y de todas esas cosas que, por momentos, le pueden hacer a uno perder la serenidad, que es el bien más preciado de la vida. Me recreo en que la normalidad será la norma en estas semanas de tránsito donde a uno le gustaría quedarse a vivir para siempre. Un mes de cielos azules, de calas despejadas y calles transitables. De días largos. Un mes en el que parece que la ciudad está pensada un poco para sus habitantes. Siempre me ha gustado mayo. Disfruto ahora si miro hacia el horizonte. Veo el mar, a lo lejos. Y es tiempo de luz.
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