“No hay agua para regadío, hay más incendios, aumenta la contaminación del aire, las aguas que antes eran aptas para el baño ahora son fecales. Al modelo desarrollista hay que buscarle una alternativa”

OPINIÓN. 
La grieta. Por Alejandro Díaz del Pino
Periodista

07/09/22.
Opinión. El periodista Alejandro Díaz del Pino escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el verano malagueño: “Málaga se convirtió en Gotham, definitivamente, con el inicio de la Feria: un despliegue como nunca de merdellonerío, agresiones, venta de alcohol a menores, derrumbe de escenario, maltrato animal y conciertos de copago...

...de lo más rancio. Esta ciudad, en manos de unos pocos rentistas que tienen su dinero invertido en locales y hostelería, ya no deja espacio ni a la Free Soul Band, expulsada durante las fiestas de la ciudad de la Plaza de las Flores por decisión arbitraria de esa gentuza que nos empobrece en todos los sentidos, también culturalmente”.

Un verano fecal

Los veranos son para la infancia y para la adolescencia. Aquel verano del amor queda ya muy lejano. De adulto, uno puede aspirar, como mucho, a trabajar a destajo buscando una sombra o a recuperarse, por ejemplo, de una depresión, que doy fe que es más complejo que lo primero.


Había en el aire, desde que comenzó el año, un no sé qué por cómo iba a ser nuestro primer verano sin restricciones por la pandemia. Todos soñábamos, de alguna forma, con un regreso: al primer amor, a viajar o a llenar la caja, que es de donde viene esa expresión tan milimétricamente adaptada al tejido empresarial de una ciudad turistificada como Málaga de “hacer el agosto”.

Fue tal el furor estival que comenzó, para sorpresa de muchos, en mayo, cuando el Centro fue tomado por manadas de despedidas de soltero. Hay una historia pendiente ahí, tal vez un relato, sobre las imágenes de las mañanas de los domingos: multitud de muñecas hinchables abandonadas por las calles, ya deshinchadas, por cualquier esquina, llenas de mugre; tienen ellas, las inanimadas muñecas, mucho más que contar que cualquier grupo de turistas borrachos.

Como en un cómic de ciencia ficción, las estampas de la ciudad eran cada vez más fantasiosas, más difíciles de creer: los villanos adoptaban formas evidentes de su condición de malhechores. A falta de la presencia de superhéroes que la salvase, la víctima, una sociedad que aspira a habitar su ciudad, continúa organizándose. Igual la historia no ha terminado y estamos en pleno nudo, lo que quiere decir que hay lugar para la esperanza, para otro desenlace que no sea el evidente.

Ya metidos en agosto habíamos batido todos los registros de olas de calor, el bochorno nos hacía pegajosos como las mocas y algo, en el aire, en la acera, en la calzada o en la playa olía a podrido o a humo, pues los incendios proliferaron en toda la Península con la siempre destacada presencia de nuestra provincia en los telediarios. Esos fuegos impunes, de los que nunca se sabe nada ni nadie, no tienen nada de fatuos.


Málaga se convirtió en Gotham, definitivamente, con el inicio de la Feria: un despliegue como nunca de merdellonerío, agresiones, venta de alcohol a menores, derrumbe de escenario, maltrato animal y conciertos de copago de lo más rancio. Esta ciudad, en manos de unos pocos rentistas que tienen su dinero invertido en locales y hostelería, ya no deja espacio ni a la Free Soul Band, expulsada durante las fiestas de la ciudad de la Plaza de las Flores por decisión arbitraria de esa gentuza que nos empobrece en todos los sentidos, también culturalmente.

Un escenario lo suficiente proclive como para que, por entonces, mi depresión y yo—aunque convivamos juntos, dormimos en camas separadas y nos gusta pensar que cada uno puede hacer su vida—volvimos a hacer crac y a confinarnos. La idea de un confinamiento prolongado debería ser tan ilusoria como la de mantener una ciudad paralizada durante diez días por sus fiestas, durante otros diez días por su Semana Santa, otros tantos por el puente de la Constitución y la interminable navidad. No hay rascacielos ni moneazo que modernice el mismísimo medievo en el que malvivimos.

Hemos normalizado el dispendio en luces de Teresa Porras, los mundos de Disney de Gemma del Corral, y un alcalde que nos toma el pelo en guayabera o sin ella y halaga a periodistas mientras a otros nos niega el acceso a la información, cuando nos asisten los mismos derechos y obligaciones. En Málaga cualquier aberración es posible, y los voceros de De la Torre intentan convencernos de que es, también, necesaria. Como si nuestras vidas estuviesen obligadas a discurrir como una penitencia por el mero hecho de haber nacido en un enclave turístico. Y si no estamos de acuerdo, que nos marchemos a poblar la España Vaciada, nos dicen las víctimas de la cultura de la cancelación desde sus privilegiadas y bien subvencionadas tribunas en la prensa del régimen.

La primera bandera roja en la playa de la Misericordia porque el agua contenía restos fecales y el baño estaba, por tanto, prohibido por insalubre, debió servirnos como premonición de que el verano sin restricciones no sería mucho mejor que los anteriores. Que la cosa pintaba incluso peor. Dos banderas rojas después, continúan las obras de los exclusivos rascacielos de lujo que están levantando, inmisericordes, con vistas a esa playa sin mar, porque el mar allí ya no es salino, sino fecal. Es decir: es caca, hez, mierda, en definitiva.

La espantá turística representa hoy un hecho inexorable, por fortuna para los habitantes. Por mucho que la estrategia pasase por alargar el verano, el chicle, de tanto estirarlo, ya se ha partido. Septiembre trae la promesa del otoño, de unas lluvias más necesarias que nunca, y abre un curso político en el que seremos llamados a las urnas para que decidamos, democráticamente, si queremos continuar con esta calamidad de equipo de gobierno o le vamos dando ya largas a los dislates de Paquito y su cohorte veintidós años después.

Algo en el aire huele a podrido, decía antes, como el Andalucía Big Festival, que comienza mañana. Un chiringuito financiado por la Junta de Andalucía para que unos señores de Madrid y la cuadrilla de colaboradores habituales de Málaga pillen tajada del saqueo. Pero de eso ya hablaremos otro día. Me despido con lo positivo: las iniciativas vecinales toman fuerza y plantan cara al equipo de gobierno local: la plataforma Stop Ruidos Huelin ya ha conseguido en unas semanas lo que no se había conseguido en el barrio durante décadas: ponerlo en el centro de la actualidad informativa por los abusos, una vez más, de una panda de propietarios de bares que no dejan descansar a los vecinos e impiden la accesibilidad en las calles.


Otro aspecto positivo, aunque es una percepción muy subjetiva, es que considero que el verano de 2022 ha servido para que una parte de los malagueños haya comenzado a percibir que la forma por la que genera riqueza la ciudad choca contra un techo imposible de romper: el de los límites de su propia naturaleza. No hay agua para regadío, hay más incendios, aumenta la contaminación del aire, las aguas que antes eran aptas para el baño ahora son fecales. Al modelo desarrollista hay que buscarle una alternativa. Y sólo un necio puede pensar que levantar rascacielos en una de las zonas con mayor densidad de población de Europa mejorará la situación ambiental más que un bosque urbano.

El verano de 2022 ya pasó y el otoño durará lo tarde en llegar el invierno, como cantó el poeta. El tiempo hará su trabajo y nosotros, si nos dejan, seguiremos haciendo el nuestro. Por lo demás, de la depresión, fatal. Gracias.

Puede ver aquí otros artículos de Alejandro Díaz