“Al espectador que gusta de encontrarse frente a la pantalla rarezas de esas que, puntualmente, ofrece el cine, le llenará de satisfacción este último trabajo de Jóhannsson, que se estrenará en los cines españoles el 26 de noviembre. Desde luego en el pase de prensa realizado en Madrid, la asistencia de los profesionales de la crítica estaba marcada por una expectación que llenó la sala de proyección”
OPINIÓN. Cuestiones circenses. Por Javier Cuenca
Periodista19/11/21. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre la película ‘’Lamb’, que es la de ‘cal’; y sobre ‘Piquetas y hormigoneras sin pasado’, que es la...
...de ‘arena’.
«Lamb»
www.youtube.com/watch?v=iM9lxCJj_38
«Lamb» (cordero) desde luego es una película fantástica, de esas de las que cualquier dato no escrutado y contenido se convierte en un «spoiler» al ser contado, no obstante, puede decirse que el producto final del director islandés Valdimar Jóhannsson es una trama envolvente que -gracias a una magnífica propuesta fotográfica de Eli Arenson con paisajes casi minimalistas, encuadres bucólicos y primeros planos inquietantes a veces- mantiene al espectador fijo en la pantalla los ciento seis minutos de su metraje.
La austeridad compartida como la soledad y los abismos de lo familiar (o de lo pretendidamente familiar) confluyen en una narrativa que el guión del propio Jóhannsson y Sjón Sigurdsson deja caer con parsimonia, como meciendo las palabras y los balidos de los corderos en el duro paisaje islandés, en el aislado mundo de su campiña.
La interpretación de esta coproducción Islandia-Suecia-Polonia -Black Spark Film & TV, Film I Väst, Go to Sheep, Madants- corre a cargo, fundamentalmente, de la actriz Naomi Rapace, que dirige un escenario que comparte con el también actor Hilmir Snaer Guönason, haciendo natural lo intrínsecamente raro y apoderándose de la pantalla.
Porque «Lamb» es una película rara que no lo parece, audaz y que usa la intriga de forma muy modulada; quizás gracias a ello arrasó en el Festival de Sitges, llevándose los premios a Mejor Película, Mejor Actriz (Noomi Rapace) y el Premio Citizen Kane a la Dirección Revelación (Valdimar Jóhannsson), asimismo, «Lamb» ha logrado el premio a la originalidad en la sección Una Cierta Mirada de Cannes y es la película seleccionada por Islandia para participar en la próxima edición de los Oscar.
La experiencia de Jóhannsson en el terreno de los efectos especiales ayudan para que lo que podía ser un drama familiar (no concebido así hasta el final de la cinta) sea una propuesta narrativa envolvente, casi como la música de Þórarinn Guðnason que sibilinamente va conduciendo también la historia.
Al espectador que gusta de encontrarse frente a la pantalla rarezas de esas que, puntualmente, ofrece el cine, le llenará de satisfacción este último trabajo de Jóhannsson, que se estrenará en los cines españoles el 26 de noviembre. Desde luego en el pase de prensa realizado en Madrid, la asistencia de los profesionales de la crítica estaba marcada por una expectación que lleno la sala de proyección.
Audaz -como digo-, perturbadora y sugerente, «Lamb» nos trae el cine desde frío norte europeo para instalarse en un alto nivel en los programas de los cinéticos más aventureros y abiertos a la sorpresa.
Piquetas y hormigoneras sin pasado
Llevamos unos meses con el asedio de una cementera a los cantales de la zona de La Araña que, aunque calificados como BIC (Bien de Interés Cultural), el ansia constructiva que devora el paisaje malagueño desde hace más de sesenta años (desde aquel desarrollismo incapaz de contextualizar el hábitat común) también se ha hecho patente en la herencia geológica, en la arqueológica o la arquitectónica de la propia historia malagueña.
La belleza de las fotografías editadas por primera vez por EL OBSERVADOR de la oquedad y de la diversidad en espeleotemas que se encuentran en su interior -con toda la información geológica que prende de ellos- como es el caso de la Cueva Maravilla Blanca, está contraindicada con el acoso que origina dicha cementera, y que no viene a ser más que un acto a sumar a la fanfarria constructiva sin límites que vive el territorio malagueño.
Quedan en la memoria los restos arqueológicos -inmediatamente tapados y silenciados- del espacio que hoy alberga la ampliación de unos grandes almacenes de la capital malagueña capaces de «tapar la boca» de cualquiera que mentase (entonces) su existencia, como ocurrió hace ya unas cuantas décadas; o, la piqueta demoledora de edificios históricos en la ciudad que, al amparo de los gobernantes municipales del momento, han visto sus paredes y cimientos convertidos en escombro.
La lista contra el patrimonio artístico y arquitectónico es larga e insoslayable, especialmente en una ciudad que por su ubicación y generosidad climática ha albergado múltiples civilizaciones que se encuentran, unas sobre otras, en el inmediato subsuelo.
Pero, no obstante, con premeditación y alevosía, las hormigoneras han seguido alimentando su urbanismo «faraónico» creando un muro de edificios entre el mar y la ciudadanía y sus urbes primigenias. Una especulación que, lejos de remitir, apunta a proyectos cada vez más desproporcionados (como la previsión de hacer un colosal rascacielos monumentalmente antagónico con la imagen de la ciudad en el Puerto), y que no es más que una nueva agresión a la imagen colectiva amparada por extraños y ruines intereses.
Granos de cemento, hierro y cristal que ocupan el paisaje antaño romántico de lo que fuera «La Ciudad del Paraíso», añorada por poetas del 27 tras la bella definición de Aleixandre; todo, eso sí, en pos de un progreso y una economía con garras destructoras e implacables. La anterior «crisis del ladrillo» ha tenido hijos que devoran, al contrario que Cronos, a sus padres, o lo que es lo mismo, cualquier referente cultural, urbanístico o paisajístico de lo que somos en beneficio de los bolsillos de un empresariado voraz y ciego y un urbanismo descontrolado.
Lo de la Cueva de La Araña es un motivo más de decepción que unir a la multitud de decepciones que albergamos por desidia de las instituciones que deberían proteger nuestro patrimonio; es una señal que se suma a la capacidad del mercado inmobiliario para constreñirlo todo a su imagen y semejanza; es la génesis de una corrupción que no cree en nuestro pasado.
En definitiva, piqueta para destruir y hormigonera para construir reelaborando un paisaje poco afín con el paisanaje, en gran medida para generar un sistema (un espacio común) que haga olvidar las raíces y el devenir de los pueblos y su contenido; para generar un ahora que no crea en sí mismo, que claudique de su historia y que se entregue de lleno a la especulación y al mercado. Si no has existido -si ya no te reconoces en tus espacios- no eres nada más que un mero consumidor de sus bagatelas sin memoria.
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