“¿Existe una identidad digital como una prolongación de la identidad física? Esa es la pregunta y el dilema. La identidad física como escaparate de la identidad intelectual no parece tener cabida en la digitalización a no ser que el individuo sea solo un escaparate”
OPINIÓN. Cuestiones circenses. Por Javier Cuenca
Periodista17/12/21. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre la película El buen patrón, del director Fernando León de Aranoa, y ‘Salir de la cueva’,...
...sobre los retos de las redes sociales.
El buen patrón
https://www.youtube.com/watch?v=YVQDyL2p3IU
Hace unos días dábamos en EL OBSERVADOR cumplida cuenta del -hasta ahora- récord en la cifra de nominaciones (una veintena en total) que la última película de Fernando León de Aranoa ha conseguido para los Premios Goya, estandartes del cine patrio español. Ahora toca seguir felicitando a su realización El buen patrón ya que los Premios Forqué (una especie de antesala de los anteriores) le han otorgado el premio a la mejor película y al mejor actor a Javier Bardem.
Esta cinta, que pudiera verse como «la otra cara» de la no menos celebrada Los lunes al sol, suma además una ironía casi berlanguiana que muestra la cara paupérrima del empresariado del país, poco formado y avaricioso, que encarna Bardem de magistral manera.
Cabe recordar que además de las nominaciones y premios mencionados, se suman a la película su presencia en el Festival de San Sebastián: Sección oficial largometrajes a concurso, las nueve nominaciones a las Premios Feroz y la nominación a mejor película de habla no inglesa del Satellite Awards, o la elección de la Academia de Cine como representante española en la 94 edición de los Premios Oscar.
Javier Bardem (Julio Blanco en la cinta), apoyado en el propio guión de León de Aranoa, se convierte en el eje fílmico de la película, una sátira del devenir artificial y artificioso en el que se mueve el empresariado, con un personaje que concita inicialmente cierta atracción pero que se va volviendo más oscuro según avanza el metraje.
Acompañado por un amplio elenco actoral con Manolo Soto, Almudena Amor, Óscar de la Fuente, Sonia Almarchar, Fernando Albizu, Tarik Emili, Rafa Castejón, Celso Bugallo, Yael Belicha, Martín Páez, Daniel Chamorro, María de Nati, Mara Gail o Pilar Matas, Bardem se convierte en una especie de director de orquesta representando al carismático patrón en unas circunstancia frenéticamente puntuales, que permiten el juego cómico afinado que el director ha dado a dicho personaje para representar esta vez -al contrario de la tristeza que el fracaso envuelve a los protagonistas de Los lunes al sol con el desempleo y la falta de expectativas por delante- a la parte más «granada» de la sociedad de mercado y las miserias que la envuelven tras un paternalismo falso que, en realidad, ve a los trabajadores prácticamente como súbditos y que solo pretende engordar sus dividendos.
Destacar también, como en casi todos los trabajos de este realizador, el especial cuidado de la fotografía, que ha estado dirigida por Pau Esteve Birda, y el envoltorio musical de Zeltia Montes.
Sin duda, una película que ha llegado arrasando porque su resultado es satisfactorio para el espectador, verdadero juez en definitiva con su presencia en las salas. Tal vez lo mejor hasta la fecha del tándem León de Aranoa/Bardem y una inteligente y entretenida tragicomedia social, profundamente crítica.
Una cinta, no obstante, que cuenta con el amparo en su producción de la poderosa Mediapro junto a Reposado Producciones, TVE, TV3, MK2 Films, lo que siempre resulta un buen colchón en el mundillo fílmico del país y abre perspectivas.
Salir de la cueva
Ayer, sin ir más lejos, el Museo Picasso Málaga programaba dentro de su XI Seminario de Arte y Participación Social, un encuentro bajo el epígrafe «Convivir con mi otro yo. Los retos de las redes sociales»; una especie de mirada que pretende la identidad digital como una prolongación de la identidad física.
Desconozco las conclusiones que se alcanzaran en dicho seminario ya que se produjeron posteriormente a la entrega de este artículo, unas conclusiones cuya batuta estaba en manos de Gemma Galdón, socióloga e investigadora en el Departamento de Sociología de la Universidad de Barcelona, y de Ana Estévez Gutiérrez, profesora de Psicología en la Universidad de Deusto.
Es mucho lo escrito y hablado sobre este tema desde hace años -pocos en una Historia donde los años (sus ciclos) cada vez son más cortos- pero se me ocurre que la evolución de lo que fue un «artefacto» de comunicación se ha convertido en una realidad intrínseca para este mundo que cabalga azorado en los hipódromos del mercado y las malas noticias.
De ser un simple instrumento comunicativo (eso sí, ingeniado desde la siempre obtusa mente bélica), el devenir de la «red de redes» ha ido fagocitando a las personas convirtiéndolas en un reflejo de sí mismo. Nadie Es sin Estar en las redes, sin tener un «perfil» manipulado por los propios controladores de las mismas, que los convierten en un avatar pretendidamente personal pero inexorablemente artificial.
Aquella sociedad del espectáculo que denunciaban los situacionistas, ha dado mil vueltas de tuerca a aquel centro de la identidad individual y de sus propios sueños. Nada existe fuera de ese mundo tiranizado por el control externo que genera un autocontrol (autocensura, diría yo) que hace del Ser un germen disfrazado, convulso, adepto al agobio a través de la saturación de datos que, a su vez, lobotomizan su cerebro para incapacitarle precisamente como individuo.
¿Existe una identidad digital como una prolongación de la identidad física? Esa es la pregunta y el dilema. La identidad física como escaparate de la identidad intelectual no parece tener cabida en la digitalización a no ser que el individuo sea solo un escaparate. ¿Puede darle forma? Tal vez, pero está sujeta a corrientes externas cuyos algoritmos solo quiere que se identifique con la forma prescrita y, en ese sentido, su singularidad es únicamente pretendida, poco real o definitoria.
¿Hay alternativa a este control? Quizás «jugando» con la propia identidad sin someterse a ella; haciéndose un cómplice del caos y sugiriendo constantemente la necesidad de salir de la cueva platónica a la que remite una realidad vertiginosamente controlada.
No obstante, no deja de ser todo una manipulación de la «masa» (quizás más a la manera marcusiana que a la orteguiana) para que la agrupación del individuo consiga tenerle sujeto a las circunstancias que reclama el sistema, un producto gregario en definitiva. Por recurrir a un clásico, y ya en referencia a los medios de comunicación (especialmente integrados, sujetos y manipuladores de las redes, cuando no subsidiarios de ellas), Chomsky dice que el propósito de los medios de comunicación masivos «no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo con las agendas del poder corporativo dominante»; un poder corporativo que ya controla la deriva de la «red».
Esto es, tampoco cabe deducir la calificación de ser un «yo» u otro «yo» ante personas alineadas de partida; zarandeadas por la información subjetiva y manipulada por las redes, ya que la persona no puede desarrollarse plenamente sin ser partícipe de una información equilibrada, real, veraz y que le permita elegir: he ahí la base de un artículo de la Carta Magna española reiteradamente soslayado, el Derecho a la Información.
Por tanto, no es posible ni un primer ni segundo «yo» pleno si el ámbito en el que se mueve delimita su capacidad de desarrollo, tanto a través de esa manipulada información como del inabarcable universo de las redes sociales.
Tal y como editaba en «Público» el pasado día 13 de diciembre Pablo Romero «la sociedad necesita educarse en los nuevos códigos invisibles, pero es muy complejo hacer que la gente tenga conciencia de qué está ocurriendo con sus vidas, guiadas de un lado a otro por un lenguaje que no comprende; formar una ciudadania crítica (y libre)…», comentario que hacía al hilo de la publicación del libro «El algoritmo de la incertidumbre» (Gedisa, 2021) que «se suma a un extenso cuerpo de libros y ensayos que tratan de alertar sobre las consecuencias de vivir en un mundo en el que las grandes empresas tecnológicas han impuesto sus códigos a campos como la política, la educación y la cultura» como subraya Romero.
Rebelarse y salir de la cueva es el único camino, pero rebelarse no es entrar en el juego que alimenta y ensalza todo ese territorio de las fakes news (antes simplemente bulos o mentiras) bajo cuyo imperio el «yo» es solo una marioneta sin capacidad de proyección ideológica o cultural alguna; el «yo» -en este sentido- es una masa de «yoes» que obedecen sistemáticamente los roles impuestos y, por lo tanto, no hay otro «yo» solo esa gleba adoctrinada.
Salir de la cueva, por ahora, es la única alternativa que -tal vez- devuelva a la persona su unicidad primaria, al libre albedrío que, propuesto como una panacea, parece nunca ser alcanzado, quizás porque la propia «red» ya se ha adueñado de ello.
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