“L’indomptée’ (Daydreams) es una «delicatessen» cinematográfica que utiliza su canto a la estética para el transitar de la historia -de tinte surrealista- de sus personajes. Creadores de todas las artes que se instalan en la Villa Medici, sede desde hace más de dos siglos de la Academia Francesa en Roma”
“Vengo recordando desde hace tiempo aquél cartel de Oyarzábal en el que un trasatlántico irrumpía en calle Larios. Un trabajo lleno del ingenio de este creador y arquitecto pero perversa e iluminadamente premonitorio”
OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista
28/01/22. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre la película ‘L’ indomptée’, de Caroline Deruas, que es la de ‘cal’; y sobre la ocupación del Centro de Málaga...
...con terrazas de bares, ‘El crucero y la gran terraza’, que es la de ‘arena’.
‘L’indomptée’, de Caroline Deruas
https://www.youtube.com/watch?v=FINEl4VZxYQ
Rebuscando entre las película anteriores a la pandemia, y esperando la reincorporación total a las salas, me ha venido a la memoria cinematográfica el que fuera el primer largometraje de la francesa Carolina Deruas; una cinta que no satisfizo en lo genérico a la crítica, pero que a mí, personalmente, me resultó encantadora y, por ello, la comento aquí para quienes puedan acceder a su visualización.
‘L’indomptée’ (Daydreams) es una «delicatessen» cinematográfica que utiliza su canto a la estética para el transitar la historia -de tinte surrealista- de sus personajes. Creadores de todas las artes que se instalan en la Villa Medici, sede desde hace más de dos siglos de la Academia Francesa en Roma, cuyo espacio se convierte en un personaje más de un trabajo que el guión de la propia Deruas y Maud Ameline, realiza sobre una experiencia propia de la directora.
Un grupo de estos creadores (escritores, pintores, músicos o fotógrafos) intentan aprovechar el espectacular espacio que determina Villa Medici para desarrollar una obra, como fue el caso de Deruas, que tras un año de residencia en este monumental lugar construye lo que es su primer largo contando las vicisitudes, anhelos y desconciertos del trabajo creativo, especialmente la crisis de la «página en blanco» contada por una mujer.
Caroline Deruas (Francia, 1978, ayudante de dirección, script y guionista que ha trabajado con directores como Yann González, Romain Goupil, Valéria Bruni Tedeschi o Philippe Garrel) usa sus cartas cinematográficas con belleza y determinación, tanto con el potencial de sus actores: Clotilde Hesme, Jenna Thiam, Tchéky Karyo, Marilyne Canto o Filippo Timi, como con el exquisito trabajo fotográfico de Pascale Marin, todo ello envuelto con la música de Nicola Piovani.
Con todo ello, suma a la narración un universo onírico plagado de fantasmas tanto internos como externos; la atracción, el rechazo, la sensación de estar perdidos o a la búsqueda constante de precisión o de respuestas que la creación implica, laten en «L’indomptée» a través de los corredores y estancias de Villa Medici, de las crisis creativas de una escritora o del color rojo del cuarto oscuro de una fotógrafa.
‘L’indomptée’ es una película que reconcilia con el cine y que mama de la mejor tradición del cine galo, tan pendiente del recorrido más amplio de la estética.
El crucero y la gran terraza
Vengo recordando desde hace tiempo aquél cartel de Oyarzábal en el que un trasatlántico irrumpía en calle Larios. Un trabajo lleno del ingenio de este creador y arquitecto pero perversa e iluminadamente premonitorio. No obstante, visto desde la actualidad en que la cólera de la economía basada en lo esperpénticamente turístico y lo exacerbadamente hostelero se han comido la vida clásica de la ciudadanía de una urbe que vivía en la calle: podría parecer coherente; y digo vivía porque ahora han sido invadidos y empujados hacia otros lares en los que poder pasear sin tener que hacer una «gymkhana» entre terrazas de bares, cafeterías o restaurantes y la hueste de enrojecidos norteños con calcetines, sandalias y cámara fotográfica.
¡Todo por la economía! Parece estar fijado en una pancarta a la entrada del Centro Histórico de Málaga, esa herencia monumental tan fotografiada como, a veces, desprotegida.
El vecindario de antaño -que sigue protestando por la invasión- ve, sin embargo, como sillita a sillita, metro a metro, sibilinamente, como un cáncer imparable, el lugar se ha convertido en una inmensa terraza con carta de elevados costes que, no nos engañemos, tampoco consumen los cruceristas -que fluyen como rebaño por las «cañadas» (calles) que les dicta su «pastor» (el operario del touroperador de turno), y cuyos réditos se encuentra más en las entidades bancarias del país de origen-, en ellas se amalgama ese cliente que cuenta el aumento de su peculio gracias a estas circunstancias (la especulación urbanística al mando) y, por ende, los que son de los suyos y cuyo poder adquisitivo y tiempo les permite este devenir ciudadano de observación.
Mientras los hosteleros se quejan de que ya no hay chavalada que admita sus míseros salarios por horarios casi esclavistas y sea difícil cubrir las plazas de camarero, los políticos malagueños (los que están mandando desde hace años -los populares que llaman a los demás populistas-), se empeñan en obras faraónicas que desvirtúan la propia esencia de la ciudad.
Ahora se recupera una vieja idea barajada por algún que otro «faraón», la de cubrir el Guadalmedina -ya desechada con anterioridad- que primigeniamente tendría como finalidad un parque vial amplio para disfrute de quienes habitan esta ciudad adorada por el sol y la benevolencia climática; pero los costes superlativos del proyecto (que a su vez priorizaba esta obra magna en perjuicio de otras zonas más depauperadas y necesitadas de la urbe) no son asumibles y, lo que es peor, en esta dinámica economicista, si llegase a realizarse tan tremendo y voraz proyecto, lo mismo quedaría convertido lo que era el río en una inmensa terraza para disfrute turístico, ese recurso válido tanto para destruir la zona costera con sus edificaciones y urbanizaciones, como para justificar las acciones de esta política que adora el «becerro de oro» de la única fuente económica que ven más allá de sus narices; ese monocultivo que ha eclipsado cualquier otro tipo de alternativa que no sea abocar al personal al sector servicios.
Olvídense pues malagueños y malagueñas del lugar o foráneos de salir del sector terciario: sencillamente no hay (o no prosperan) proyectos alternativos al de servicios, al margen del especulativo por antonomasia como es «el ladrillo», que tan buenas prebendas procura. Cualquier otra cosa es meramente circunstancial y con escaso recorrido. Lo cultural: una bonita y grandilocuente pantalla que no profundiza en lo básicamente necesario.
Puede leer AQUÍ otros artículos de Javier Cuenca.