Una de cal: “Despacio, prácticamente sin intervenir, Taberna deja que sean los propios protagonistas los que cuenten esa desazón que produce la sensación de estar «varados» -albergados en edificios abandonados de Atenas llegados desde Lesbos o de cualquier otro trozo de costa-“
Una de arena: “Lo que está ocurriendo ahora en suelo europeo no es más que otra vuelta de tuerca de las masacres que la economía y su mercado desarrollan en todo el mundo; porque la guerra -ya lo hemos oído hasta la saciedad- es una cuestión de dividendos económicos que utilizan las armas para asegurarse los beneficios”
OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista04/03/22. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre la película documental ‘Varados’, de Helena Taberna, que es la de ‘cal’; y sobre la guerra en Ucrania,...
...‘La hipocresía: una parte de la guerra’, que es la de ‘arena’.
«Varados» de Helena Taberna
https://www.youtube.com/watch?v=I8oFh6h6tGA&t=1s
Quizás, en parte, por distraerme de la vorágine informativa que producen las guerras -sin matizar normalmente en sus consecuencias posteriores-, e incentivado por los premios Goya que «Mediterráneo» se ha llevado en esta edición; he vuelto al género documental que (como ya lo he expresado en muchas ocasiones) me parece que cada día tiene una oferta más determinante y cualitativa.
El documental de Helena Taberna, «Varados», de una perspectiva precisa sobre las consecuencias que las guerras producen, de sus hambrunas, de los movimientos de personas desoladas y maltrechas que apenas reciben trato solidario por parte de los propios países que sacan dividendos de esas contiendas. Habla de la inacción, de la pausa desesperanzada y del intento de olvido que los países europeos marcan a la vida de aquellos que llegan huyendo de la miseria y de la propia guerra, que se convierten en refugiados no deseados y molestos para los países limítrofes del Mediterráneo pertenecientes a este «club de lujo» que primero explota y luego rechaza a las víctimas de su antigua explotación.
Despacio, prácticamente sin intervenir, Taberna deja que sean los propios protagonistas los que cuenten esa desazón que produce la sensación de estar «varados» -albergados en edificios abandonados de Atenas llegados desde Lesbos o de cualquier otro trozo de costa-. Mujeres y hombres que dejan de ser parte ya de ninguna sociedad que vaya más allá del propio colectivo que forman como refugiados; siempre a la espera de un reconocimiento que nunca parece llegar.
Taberna, artífice del guión y realización del documental, no se establece en la violencia misma que este hecho implica: ni en el devenir de una política miserable que abandona ese matiz solidario del «viejo continente» ni el de la propia muerte dibujada en sus playas para archivo de sus medios de comunicación. La realizadora navarra -cofundadora en 2006 de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales- presta su objetivo a la parsimonia que envuelve a los «abandonados», a quienes emprendieron un viaje que parece ahora carecer de futuro.
«Varados» cuenta el devenir de los miles de refugiados que esperan un gesto de justicia humana de una Europa que, poco a poco, da rienda suelta a los abanderados de la xenofobia. Pero esta realizadora lo hace sin estridencias, parándose en sus vidas a través de sus palabras y en el penúltimo hilo de esperanza que albergan para que lleguen aquellos papeles que les reconocen como ciudadanos e iluminen por fin sus porvenires.
La fotografía de Frodo García-Conde y la música de Ignacio Bilbao, se prestan a recorrer los espacios «varados» del documental aplicándole una serena dosis de tristeza a una narración sosegada, lenta como lo es la propia espera.
«Varados» se une así a esa particular manera que tiene Taberna de contar aquellos desmanes que el Sistema produce, sin miedo y sin recursos espectaculares. Tras «Yoyes», una cinta sobre le conflicto vasco que estrenó en el 2000, vino «Extranjeras» en 2003, también con el trasfondo de la inmigración; «La buena nueva» (2008), sobre la (des)Memoria Histórica de la última contienda española; «Nagore» (2010), sobre la violencia de genero; o «Acantilado» (2016), buscando el trasfondo de la sectas, dan buena cuenta de su perspectiva y de su linea de trabajo.
«Varados» es un documental que cala en el espectador, que no puede más que descubrir el desasosiego que se produce en ese Mare Nostrum que ha visto crecer a nuestra civilización, esa que ahora se da la espalda a sí misma despreciando -cuando no repudiando- la existencia de la otra orilla.
Un trabajo para volver a ver mientras las palabras sucumben ante las balas.
La hipocresía: una parte de la guerra
Es difícil, muy difícil mantener la cordura en época propicia para el desvarío, para el juicio fácil, para el manejo tendencioso de la información donde esa «verdad» tan cacareada es -en cualquier caso- una víctima más de la contienda. Quizás deberíamos dar un paso atrás y observar lo ridículo que puede ser todo con un poco de perspectiva, lo cual no es un habito en nada común.
La guerra ciega y origina interpretaciones viscerales que, en cualquier caso, no sirven más que para enfurecer y tener amargamente entretenidos a los espectadores. Todo el mundo se postula, quiere saber más que nadie mientras a su rededor se genera una ridícula farsa donde los verdaderos responsables siguen jugando la partida desde una cómoda mesa de despacho.
Cansa el debate; defender que se pongan en la balanza los orígenes de la tragedia equitativamente para entenderla y superarla, pero solo se produce una conversación de sordos, donde el que más grita, el que tiene los mejores resortes, el más protegido, pretende salir «ganando» con subterfugios y engañifas históricas e irresponsables.
Pero lo que está ocurriendo ahora en suelo europeo no es más que otra vuelta de tuerca de las masacres que la economía y su mercado desarrollan en todo el mundo; porque la guerra -ya lo hemos oído hasta la saciedad- es una cuestión de dividendos económicos que utilizan las armas para asegurarse los beneficios y ese «poder» que todo lo consume ahora bajo el manto débil y manipulado de una democracia vapuleada por su propia historia.
Siria, Yemen, Palestina, Afganistán, Sáhara Occidental, Camerún, Birmania, Etiopía, Sudán, Somalia, Nigeria ya han llenado y llenan los caminos del mundo de personas maltratadas por la pasión letal de esos dividendos (combustibles, farmacéuticos, metales preciosos, graneros de comida, o cualesquiera otra cosa convertible en dinero en las macabras e inhumanas «bolsas» del mundo). Nuestro Mare Nostrum, entre otros lugares, sirve desde años de cementerio para los desalojados del mundo, los perdedores y que nada tenían que ver con la propia contienda.
Eso sí, ellos no pertenecen al Primer Mundo, no son rubios y con ojos claros como los protagonistas de Hollywood y de las películas europeas; no nos recuerdan a nuestros propios hijos, y así se tornan «carne de cañón» y mueren mientras nos ocupamos en endeudarnos en lo doméstico para malgastarlo en los productos de consumo que nos venden desde los medios de comunicación y el sacrosanto mercado: duro pero real ¿qué voy a hacer yo para evitarlo? Suena tras los televisados avatares que sirven de espectáculo.
No obstante, hete aquí que la guerra que está sucediendo en el «democrático» territorio europeo (en Ucrania), ya podría producir desplazados de nuestra misma raza, parecidos a nuestros vástagos de tan sonrosadas mejillas. Entonces, el aparato caritativo (más que solidario) y el oportunismo político pone su maquinaria en marcha para tapar la herida provocada por aquellos a los que defienden nuestro propio modelo social. Da lo mismo cuáles son las razones, lo importante es que si ocurre, ellos tengan nuestro refugio y amparo, no como los cadáveres de otro color que flotan en el Mediterráneo. Distintas varas de medir para el mismo mundo y el idéntico género humano.
No quiero decir con esto que no se prevea las consecuencias de una catástrofe generada por las ambiciones de dos bandos descerebraos (recordar que los ucranianos no serviles al actual gobierno ultraderechista llevan ocho años viendo como más de 14.000 personas son masacradas y enterradas en fosas comunes por no pensar como los que mandan, y ahora le ha tocado turno de muerte a los contrarios, de la mano de un extremista neoliberal con ínfulas de emperador y con poderoso ejército que no le gusta ver a los «otros» con los cañones tan cerca de su territorio, y de paso: el gas, un elemento comercial en litigio para que la oligarquía del combustible saque pingües beneficios de la pelea).
En ambos casos la falta de lógica natural y el desprecio a las personas es más que evidente, pero quiero resaltar la hipocresía con la que se actúa dependiendo del proceder de cada parte, especialmente si es la que no está de «nuestro lado» como mandan las directrices que vienen desde el otro margen del Océano Atlántico.
Me da lo mismo quién se dé por aludido con esta reflexión, al fin y al cabo seguirán jugando a buenos y malos para justificar esta repulsiva diferenciación, y utilizando con osadía hipócrita la lectura de los Derechos Humanos, que nada dicen de esa diferenciación de razas que se ejerce cuando de proteger precisamente a la propia humanidad se trata.
Acojamos a los nuevos desplazados por el caballo apocalíptico de la guerra, pero recordemos que somos arte y parte de todas y cada una de las guerras que hay en el planeta, y que el resto de ellos (como vomitan los adalides de las proclamas xenófobas de algunos políticos) no vienen a robar nada porque se lo hemos quitado todo, solo quieren vivir, que no es poco.
Si la solidaridad es precisa (que lo es), debe ser para todos los seres humanos por igual. Hágase previsión de los desmanes que producirá este enfrentamiento militar/económico en Europa, desde luego, pero no se juegue hipócritamente con los afectados para beneficio de la publicidad política, para dividir precisamente el mismo concepto solidario, porque -hasta ahora- se ha venido dando un mal ejemplo con(contra) aquellos que no están en este lado por aquellos que se autodenominan «autoridad» de estas democracias tendenciosas y deshumanizadas.
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