Una de cal: “’Cachada’ es una prueba más de la capacidad de la pantalla cinematográfica para ser un vehículo de conocimiento de todo cuanto nos rodea y que, habitualmente, queda en la sombra de los grandes y conductistas titulares de las noticias en los medios de comunicación”
Una de arena: “Ni bien ni mal, sino todo lo contrario… el Festival de Málaga se codea entre productoras, distribuidoras y las grandes advenedizas de esta industria que llegaron para quedarse, las plataformas digitales, con soltura”
OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista18/03/22. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre el largometraje documental ‘Cachada’, de Marlén Viñayo, que es la de ‘cal’; y sobre el Festival de Cine de...
...Málaga, ‘Vericuetos de un cuarto de siglo del Festival’, que es la de ‘arena’.
«Cachada», de Marlén Viñayohttps://mubi.com/es/films/cachada-the-opportunity/trailer
A pesar de ser su primer largometraje documental como directora, Marlén Viñayo se mueve en el género con soltura y maestría, tal vez por su experiencia como productora -en documentales como «Separated: Children at the Border» o «The Gang Crackdown»- o en cortometrajes -como «Voces en el muro» o «Los buenos maestros»-, donde el compromiso por mostrar la dinámica y la crisis entre el ser humano y la sociedad emerge como hilo conductor.
En esta serie que estoy dedicando (rememorando) al cine más cercano al periodismo que «alimenta» -y no el que «ahuyenta»- la realidad, me paro en el trabajo que hizo Viñayo, el que cuenta en «Cachada» la narración de la supervivencia y su nexo con la violencia y la miseria en los barrios más humildes de El Salvador (lugar donde ha vivido la directora leonesa). Unas circunstancias -las de los mercados y hogares- que narran cinco vendedoras ambulantes y donde reviven los traumas que han sobrecogido sus vidas.
La cinta emerge a partir de una experiencia llevada a cabo por la profesora Egly Larreynaga, que culminará en la creación de una compañía escénica «La Cachada Teatro», reflejo de la valentía de estas mujeres para contar los entresijos de sus propias vidas, en un proceso catártico pero liberador y sumamente humano.
Dichas mujeres -Magda, Ruth, Magaly, Wendy y Chileno-, sumergidas en la realidad machista que genera su entorno, pueden descubrir sobre el escenario el sonido de su propia voz. Vislumbrar lo que la pobreza les tapa tanto a ellas como a sus hijos, haciéndolas así conscientes de cuanto les rodea, de una impronta violenta y de la pura subsistencia.
La cinta rezuma autenticidad y hace vislumbrar un proceso sanatorio de las artes escénicas que Larreynaga lleva a buen fin. Un proceso revelador donde la amistad se impone a los designios de la miseria a través de unas imágenes y fotografía cuidadas, que no despistan de la realidad y que se sumergen sutilmente en la trama.
«Cachada» es una prueba más de la capacidad de la pantalla cinematográfica para ser un vehículo de conocimiento de todo cuanto nos rodea y que, habitualmente, queda en la sombra de los grandes y conductistas titulares de las noticias en los medios de comunicación.
Una película honesta, que fue premiada en su momento en el DOCSBarcelona y en el Festival de Ourense, y que refleja el ciclo perverso de la violencia de género y sus consecuencias.
Vericuetos de un cuarto de siglo del Festival de Cine de Málaga
Hace veinticinco años ya («un cuarto de siglo no es nada» por parafrasear el tango que popularizó Gardel). Quizás por ello, voy a contarlo de memoria, sin hacer uso de los datos puntuales ni de las cronologías, solo de esta indisciplinada alegoría que son mis recuerdos, tal vez atropelladamente.
Todavía me encontraba entre los treintañeros de una ciudad que me acogió hace más de tres lustros de mi salida de Madrid (tras la muerte de Don Enrique Tierno Galván) y corrían las propuestas culturales intentando adecuar a la multilateralidad que llegaba del «Foro» las propias, o viceversa. Tras ello, inmediatamente después, aquellos noventa que habían heredado de la «Movida» ochentera de múltiples lugares cierta celeridad más cuantitativa que cualitativa que, cómo no, también sumió la actividad cultural de la capital malagueña.
No obstante, el propio territorio malagueño -al menos en lo que al cine se refiere- ya había tenido su particular «Olimpo» propio gracias al magnífico trabajo y oferta que supuso el Festival de Cine de Autor de Benalmádena; un verdadero punto reseñable en la historia cultural de la provincia que rompió fronteras gracias al cosmopolitismo de esa parte de la geografía de la Costa del Sol y de nombres como el de Julio Diamante, hasta convertirlo en un festival de referencia que, inexplicablemente, se dejó morir de inanición presupuestaria.
En la capital pocas cosas reseñables, incluida una propuesta que el entonces concejal de Cultura Curro Flores realizó en el Cine Albéniz para intentar un festival de cine patrio que resultó excesivamente provinciano (no se me mosqueen por la calificación heredada). De hecho esa falta de perspectiva de lo que se estaba haciendo en el terreno del «Séptimo Arte» en España solo reflejaba en aquella pantalla malagueña -entonces- una especie de paráfrasis de lo cutre, de lo marcadamente «casposo» de la cartelera heredada de la manida «Transición», un evento aderezado con todo el folclorismo posible.
Fue ya en la campaña electoral de los noventa que defenestro a los socialistas de la Casona del Parque, cuando se propuso un festival de cine para la capital malacitana por parte de algún partido (IU) que optaba precisamente a la Alcaldía (en un programa cultural con otras líneas de actuación en lo cultural como la reconversión de Mercado de Abastos en centro de arte contemporáneo -ahora CAC- y una extensa lista frustrada por el sempiterno desencuentro de las llamadas izquierdas que regaló el sillón consistorial a Celia Villalobos); un batiburrillo de encuentros y desencuentros culturales que llegarían definitivamente a constituirse como Festival de Cine Español de Málaga en 1997.
Mucho ha crecido y aprendido dicho encuentro cinematográfico, que empezó dirigiendo Salomón Castiel, en lo que entonces era especialmente coto de algunas distribuidoras que marcaban su paso y las «oligarquías» televisivas que dominaban el mercado que se apuntaron al escaparate fílmico malagueño.
A pesar de todo, y de toda la caspa que hubo que tragar en sus pantallas por mor de los sponsor del mundo del celuloide de entonces (algunos se han perpetuado), fue «divertido» para los de aquí pero en petí comité, con pantagruélicas y desproporcionadas fiestas de las productoras, pero a las que los considerados «grandes» directores y directoras españoles de la época no hacían cuenta y evitaban el evento en favor de otros más renombrados para estrenar sus realizaciones.
Ahora, con la dirección de Juan Antonio Vigar, tras estos cinco lustros, el Festival de Málaga se ha ido infiltrando en la parafernalia mediática y, afortunadamente -quizás-, ha recogido propuestas que no tienen porqué estar impuestas por algunas de las marcas mercado a las que antes hacía referencia. De lo latinoamericano como oferta cultural conjunta del idioma español -en la amplia gama de formatos que el cine propone (documentales, cortometrajes, animación…-, se ha sumado en esta edición el cine que se hace en esta Europa tan polimórfica creativamente hablando como enriquecedora.
Veinticinco años son una buena cifra, aunque aún ande a la zaga de otros encuentros que siguen siendo más determinantes en el panorama nacional y, principalmente, internacional (Donosti, Seminci; por no contar con las grandes estrellas europeas como Cannes, Venecia o Berlín).
No obstante, el encuentro de Málaga se ha abierto un hueco gracias, indiscutiblemente, a la transigente realidad económica que se erige tras su faceta comercial (con sus excepciones y matices). Un lugar de reunión no tanto para cinéfilos sino como para el mercado del cine, que ha imperado en la oferta que hace el programa malagueño. Ni bien ni mal, sino todo lo contrario… el Festival se codea entre productoras, distribuidoras y las grandes advenedizas de esta industria que llegaron para quedarse, las plataformas digitales, con soltura.
No cabe duda de que el Festival de Málaga se ha hecho -de alguna manera- con la ciudad; y lo ha hecho de tal modo que parte importante de la oferta e infraestructura cultural de la urbe gira en torno a él; con sus múltiples formatos y empresas intermediarias y/o de los proyectos que salen de su seno. A mí estas cosas me dan un poco de reparo, me exigen prudencia (ideológica si se quiere): demasiados atributos para conjugar una oferta que puede resultar puro conductismo político, dejando sin apenas herramientas para otras ofertas y realidades que no pueden «beber» de tan magna estructura presupuestaria y apoyo institucional.
La linealidad de la propuesta es un peligro inherente a tanta potencialidad si no se usa equilibradamente, esto es: que no se constituya en una vía exclusiva de canalización de la oferta cultural malagueña que se alinearía -necesariamente- a los intereses de las gigantescas empresas creadas para ello, y que reduciría lo alternativo (no lo oficialmente alternativo) a la nada.
Una especie de «Gran Hermano» que decidiese qué es o qué no lo culturalmente necesario, donde el anterior y posterior dirigentes del ampliado evento cinematográfico (que lideran estas plataformas), puedan convertirse en los grandes «adalides» de este espectáculo a través de los soportes que mayores recursos reciben para declarar lo imprescindible o necesariamente culto.
En cualquier caso, que el feliz aniversario nos pille disfrutando de grandes productos en la pantalla, más allá de su colofón de mercado, y que abran la puerta a lo imprevisto para que la cultura (esa palabra tan políticamente manipulada) revierta en la ciudadanía por todos sus costados.
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