La de cal: “Ante la propuesta que Klapisch lanza desde la pantalla, el espectador se encuentra cómodo; no porque la temática sea en sí misma cómoda, sino porque es cercana hasta la inmediatez”
La de arena: “Los pequeños oligarcas locales -a río revuelto…- aprovechan el desconcierto para abundar en su personal arrabal político vendiendo a toda prisa lo que, en realidad, pertenece a la ciudadanía; privatizando y construyendo en su propio beneficio. Con una sonrisa, eso sí, pero socialmente letal”
OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista25/03/22. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre el largometraje ‘Tan cerca, tan lejos’, de Cédric Klapisch, que es la de ‘cal’; y sobre la situación actual...
...del mundo en que vivimos: ‘Un confusa teoría del caos’, que es la de ‘arena’.
‘Tan cerca, tan lejos’, de Cédric Klapisch
https://www.youtube.com/watch?v=3Ob0meRK__k
En estos días de exhibición y maniobras cinematográficas que envuelve la capital malagueña, he vuelto a refugiarme en mis recuerdos cinéfilos para este breve espacio al que me asomo cada semana; y lo he hecho con un realizador que me apasiona especialmente: Cédric Klapisch.
No cabe duda de la capacidad para envolver al espectador que tiene Cédric Klapisch; lo lleva demostrando en las carteleras del país galo desde que en 1992 estrenase «Riens du tout» (luego llegarían éxitos como «Una casa de locos» en 2002; «Las muñecas rusas» en 2005; «París» en 2008; o «Nueva vida en Nueva York» en 2013).
En «Tan cerca, tan lejos» (Deux mois) vuelve a mostrar su sensibilidad fílmica abordando las soledades y las crisis de identidad de la sociedad urbana, con un especial mimo que permite que todas las piezas encajen con precisión.
Ante la propuesta que Klapisch lanza desde la pantalla, el espectador se encuentra cómodo; no porque la temática sea en sí misma cómoda, sino porque es cercana hasta la inmediatez, una parte más de cualquiera que habite en un entorno urbano, se cruce con sus gentes y sea consciente de ello.
Ana Girardot y François Civil (acompañados por un importante elenco de actores como Camille Cottin, François Berléand, Simon Abkarian, Satya Dusaugey o Rebecca Marder), hacen creíbles esos treintañeros «urbanitas» gracias a una buena dirección actoral que suma a la ciudad de París como un compañero más del reparto; y todo ello gracias, también, a la sugerente propuesta fotográfica (con fotogramas dignos de la luz y el realismo de Edward Hopper) y a la banda sonora de Kraked Unit (una formación musical francesa fundada en 2000 por el compositor y Dj francés Loïk Dury para hacer música de cine).
Con todo ello, Klapisch conjuga una narración cercana y creíble, armónica, que pone en escena con delicadeza y que permite al interlocutor de la cinta reconocerse en las circunstancias, tanto si las ha vivido en carne propia como ajena.
La soledad (que Thomas C. Wolfe decía que es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo ser humano), la identidad personal -o su falta-, el entorno social, el amor y el desamor, los traumas familiares o la vecindad que hace a los habitantes de las ciudades un arquetipo social precisamente distinguible.
«Tan cerca, tan lejos», aunque con final predecible que no le resta un ápice de interés, va aconteciendo con su debido tempo cinematográfico, tirando de recursos actorales, fotográficos y musicales y de la buena mano de un realizador que gusta de su plasticidad y de su belleza.
Una confusa teoría del caos
Vivimos en tiempos convulsos y como tales confusos (es cuestión de cambiar unas letras y mirar hacia afuera). Claro que esto, si se lo preguntáramos a las mujeres y hombres de las primeras décadas del siglo XX, también lo firmarían: «Siglo XX cambalache problemático y febril…» tangoneaba Gardel por aquellos tiempos. Y no, no hay diferencia, todo pasa por la desmedida ambición de quienes más tienen sin contar con los parias de la tierra (perdónenme este reduccionismo). Entonces era esa revolución industrial que pasó de denominar esclavos a la mano de obra que ahora llamarían obreros, pero cuyos beneficios de producción siempre estarían en manos del Capital, que se encuentra en horas bajas y por eso muerde y se revuelve.
Las guerras siguen vigentes como moneda de cambio de los atributos económicos que mueven las oligarquías de unos y otros países y lo llaman «geoestrategia» para incluir lo militar en el asunto y por no decir «quítate tú para ponerme yo» o, mejor, para quedarme con tu ámbito de mercado y tu producto estrella -que mueve y contamina el mundo- llámese combustible en este caso.
Los medios de comunicación sirven de escaparate «moral», manipulando caras blancas y de pelo rubio de los vástagos del norte para diagnosticar el grado de maldad del presunto agresor en una contienda donde unos y otros se han estado estado provocando sistemáticamente. Esta vez -y después del 45- estas cuitas guerreras vuelven a ocurrir a mayor escala en la decadente Europa, partícipe sin problemas morales de otras guerras donde los afectados inocentes eran más morenos y hacían peligrar el equilibrio económico y poblacional en su huída de la hambruna que genera «sus» conflictos armados.
Mientras tanto… «a río revuelto ganancia de pescadores», y los mercaderes hacen lo único que saben hacer: subir los precios y acumular beneficios a través de las necesidades de consumo de la población, generando así ese descontento en «nada aceptable en un país democrático, proclaman», tal y como se vitorea por las radios, libelos y televisiones; y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, las patronales del transporte y el campo dan otra vuelta de tuerca al gobierno de turno que, esta vez, no ha tocado que sea enteramente de los suyos (de los que administran y juegan con el dinero).
No hay más que mirar la Historia, cómo lo hizo la oligarquía chilena -con la complicidad del entramado sudamericano yanqui con sus multinacionales- contra Allende para favorecer la llegada de Pinochet: los mismos perros con distintos collares, sólo que ahora -siempre con los medios de comunicación de su parte- juegan a cabrear a la población a favor de sus carteles electorales, que pintan con un claro sesgo reaccionario, en una deriva que hace peligrar (no solo en España sino en toda Europa) aquello que vinieron a llamar «Estado del Bienestar» o, sencillamente, los propios Derechos Humanos: la pasta ya no da para todos.
Vivimos en tiempos que no hemos elegido, jugamos con la baraja marcada de los grandes trust y de las maniobras perversas del Grupo Bilderberg.
Mientras tanto, los pequeños oligarcas locales -a río revuelto…- aprovechan el desconcierto para abundar en su personal arrabal político vendiendo a toda prisa lo que, en realidad, pertenece a la ciudadanía; privatizando y construyendo en su propio beneficio. Con una sonrisa, eso sí, pero socialmente letal. Una estrategia en escalera que desde el Norte puede favorecer a los mandamases de cualquier pueblo de Andalucía, que en tanto en cuanto se golpean el pecho lamentando cínicamente todo lo que está ocurriendo en otros lugares.
Es la propia teoría del caos: cuando una mariposa bate sus alas en Europa puede haber una privatización, un desahucio, una tropelía urbanística en Málaga… por ejemplo. La tele lo tapa todo.
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