Una de cal: “Kore-Eda Hirokazu -director, guionista, productor y montador de la cinta- habla de la supervivencia que los seres que habitan la gran ciudad tienen que asumir cuando no está tocados por la varita del éxito”

Una de arena: “
He redescubierto una Televisión Española (ya he dicho en repetidas ocasiones que la tele si no es para ver una película y/o algún documental no sectario: me sobra) con corte y adoctrinamiento semejante a la de finales de los 60 y principio de los 70 del pasado siglo, donde la poderosa Iglesia Católica se adueñaba y sigue haciéndolo en este caso de una de sus cadenas


OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista


22/04/22.
 Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre el largometraje, ‘Asunto de familia’ de Kore-Elda, que es la de ‘cal’; y sobre la programación religiosa en...

...las cadenas de televisión públicas, que es la de ‘arena’.

«Asunto de familia» de Kore-Elda


https://www.youtube.com/watch?v=e-znmWy-T-s

Por si se la perdieron en su momento por esas cosas del confinamiento o cualquier otra circunstancia más o menos justificada o justificable, o porque en su momento no les apeteció verla; les aconsejo que retomen y vean (o vuelvan a ver si es la circunstancia) «Asunto de familia» del realizador nipón Kore-Elda.


La familia que se elige puede estar muy por encima de las expectativas que de la propia familia se tiene. En «Asunto de familia» se expone una perspectiva muy personal de la infancia y del mundo que se origina a través de la necesidad o de la propia miseria que origina.

Tal vez por esa manera directa pero profunda de hacer esta reflexión, el director japonés Kore-Elda conquistó los festivales cinematográficos a los que llegó en su momento: Palma de Oro en Cannes, Premio Donostia del Festival de San Sebastián, Globo de Oro a la Mejor Película Extranjera o su nominación para los Oscar como Mejor Película de habla no inglesa, todo ello entre casi una decena de premios y nominaciones que avalan su propuesta fílmica.


Kore-Eda Hirokazu -director, guionista, productor y montador de la cinta- habla de la supervivencia que los seres que habitan la gran ciudad tienen que asumir cuando no está tocados por la varita del éxito. De esa crisis permanente que se acuesta en su reducidos receptáculos habitacionales y de la relación que surge entre ellos; y lo hace bajo el prisma de una amabilidad -una solidaridad si se quiere- que parece inusual en esos lúgubres espacios.

Una reflexión sobre el modelo de familia que se derrumba ante la propia miseria y sobre los recovecos que impregnan los límites de la exclusión social, llevado en volandas con una labor actoral profusa, inteligente y de óptimos resultados, que envuelve la fotografía (principalmente el trabajo que hace de las sombras y claroscuros) de Ryuto Kondo y la música original de Haruomi Hosono de manera delicada y precisa.


El reparto actoral, constituido principalmente por Lily Franky (Osamu Shibata), Kirin Kiki (Hatsue Shibata), Sakura Ando (Nobuyo Shibata), Mayu Matsuoka (Aki Shibata), Kairi Jyo (Shota Shibata) o Miyu Sasaki (Juri Hojo), hace entrañable y cercana toda la trama, que no carece del sentido del humor en esta entrega de Kore-Elda, donde fabrica su narración con el ritmo parsimonioso y envolvente de buena parte del cine que llega desde los países orientales y su concepto del tiempo, tan ajeno a la convivencia (si se puede llamar de esta manera) que surge del devenir urbano occidental, donde la «falta de tiempo» marca las distancias.

En definitiva, dos horas de un drama que este realizador nipón acerca al corazón del espectador a través de la ternura que puede imponer la necesidad, proponiéndole mirar al lado de conceptos que se entremezclan como la propia supervivencia o la esencia de lo que es o no es la familia o la propia integridad.

Avasalla que algo queda

Tras un accidente doméstico que me ha mantenido sujeto a un corsé y me ha impuesto reposo, y en el sopor del tiempo y la hartura de todo lo que se puede hacer sin poder hacer nada, he redescubierto una Televisión Española (ya he dicho en repetidas ocasiones que la tele si no es para ver una película y/o algún documental no sectario: me sobra) con corte y adoctrinamiento semejante a la de finales de los 60 y principio de los 70 del pasado siglo, donde la poderosa Iglesia Católica se adueñaba y sigue haciéndolo en este caso de una de sus cadenas (La 2) -precisamente la que ponemos de vez en cuando los que no nos gusta el producto televisivo que se da por otros lares y que «parece» quieren ir desvirtuando sistemáticamente-.


A la falta de imaginación (o de recursos, vaya usted a saber dónde van los dineros desde que el sujeto Sánchez Psoe cambió la dirección TVE por el cromo falso de la renovación del Tribunal Supremo al defenestrado Pablito PP), como digo: a esa falta de «sentido» en su programación cinematográfica -las mismas películas de romanos malos contra los cristianos buenos y alguna que otra nacional cuya cuota salva Berlanga («Los jueves milagro») o la magnífica pero repetidísima «Vida de Brian» de los Monty Python como propuesta «progre» en el caso del producto internacional- y los soporíferos paseos de imágenes por las calles de las ciudades patrias; todo ello aderezado, y aprovechando el meollo, con sermoneo de curas de discurso lacio y veladas amenazas bíblicas, han sometido al público de La 2 y autonómicas del PP (allá lo que hagan las cadenas privadas que, no obstante, también impusieron la tragedia católica a su programación).


No basta con que las cofradías, convertidas en verdaderos centros de poder económico y político, invadan calles y plazas -incluso intervengan en el diseño urbano de pueblos y ciudades-, especialmente en Andalucía bajo el discurso manido de la «tradición»: tradicional de la época aquella (hasta la llegada de Constantino que los empoderó para que realizasen las mismas tropelías que habían sufrido contra los que no les seguían) era echar algún seguidor del de Nazaret a los leones y, afortunadamente, ya no se realiza esa práctica; también convertirles en esclavos -algunos siguen siéndolo de otras maneras y con golpes en el pecho-, o destrozarles las espaldas a latigazos -aunque haya quien insista en auto infligirse daño por no sé qué tipo de morbosa pasión y/o promesa-: no, no basta, hay que buscar una cierta ecuanimidad, que los seguidores de esta confesión religiosa (lo demuestran las estadísticas) tienen cada día menos seguidores pero salen en más sitios dando sus pláticas.

Tenemos una Carta Magna que nos libera de soportar cultos religiosos que no tenemos ninguna gana de soportar, y no voy ahora a decir que ya que está una que estén todas: lo siento. En los medios públicos solo deben aparecer como dato informativo, pero no «castigar» a los no creyentes con sus divinidades a su seguimiento, repito, en un ente público; que cada uno se pague sus manías, obsesiones o creencias, pero que no cojan dinero de la «caja general» para imponernos su presencia.


Todos los años la misma invasión mediática (también de las calles) a través de ese soporte «de todos» y, por lo tanto, que debiera ser o mostrarse aconfesional; y no vale el «si no te gusta apagas la tele» porque no pueden invadir dicho espacio público y deben cortarse un «pelín» con esa avasalladora programación que nos devuelve a los años donde los crucifijos se usaban contra los que no creyesen en ellos mientras los franquista encarcelaban, torturaban, mataban o los hacían desaparecer si no tenía las piernas largas para marcharse al exilio, a los señalados.

Supongo que pensarán: «avasalla que algo queda», pero en cualquier caso es injustificable.

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