La de cal: “El polaco Jacek Borcuch plasma su propio guión en una cinta donde la búsqueda estética tizna de elegancia toda la narración, que no es «blanda» en absoluto, ya que pone en evidencia las miserias intelectuales de esta decadente Europa que prefiere mirar hacia otro lado cuando lo que ve no le cuadra”

La de arena: “
Una mayoría absoluta del PP ya se sabe cómo es, tenemos ejemplos tanto en la política nacional como regional de sobra: un «rodillo» que se permite actuar sin ningún tipo de corsé para despilfarro del peculio público y la privatización del territorio donde gobiernan


OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista


24/06/22.
 Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre el largometraje ‘Un atardecer en la Toscana’, de Jacek Borcuch, que es la de ‘cal’; y ‘«Rodillo» para rato’,...

...un texto sobre el resultado de las elecciones autonómicas andaluzas, que es la de ‘arena’.

«Un atardecer en la Toscana» de Jacek Borcuch


https://www.youtube.com/watch?v=mFl9-m6nd_o

«Dolce Fine Giornata» (Un atardecer en la Toscana, como prefirieron titular en español sus distribuidores) es un cine reflexivo que «embruja» al espectador. Tal vez el seductor idilio que tiene con la cámara Krytyna Janda -que no es poco-, quizás porque se agradecen esas historias bien contadas que desnudan la realidad que nos rodea y hacen reflexionar sobre lo que damos por hecho, o porque es un producto fílmico redondo que deja buen sabor de boca o… quizás por todo ello.


El polaco Jacek Borcuch plasma su propio guión en una cinta donde la búsqueda estética tizna de elegancia toda la narración, que no es «blanda» en absoluto, ya que pone en evidencia las miserias intelectuales de esta decadente Europa que prefiere mirar hacia otro lado cuando lo que ve no le cuadra.

Borcuch, que maneja con maestría los recursos que tiene a su alcance (la fotografía de Michal Dymek, la música envolvente de Daniel Bloom, los actores y la belleza de la Toscana), sacude en el hombro mientras gozamos de ese universo estético que estamos saboreando. Nos inquiere sobre esa misma comodidad y pone enfrente todas esas cuestiones que menean este continente tan aburguesadamente democrático que apenas es capaz de dudar de sus defectos.


Pero Borcuch lo hace, con suavidad, como quien no quiere la cosa, y pone delante de las narices del interlocutor cinematográfico lo dispar de una sociedad opulenta, presa de su propio espectáculo que va generando sus monstruos, que no son más que otros ojos que desde la pobreza miran los espacios occidentales del Primer Mundo convencidos de que existe una salida, una huida del miedo de las contiendas que sufren y que nosotros permitimos con nuestra pasividad.

Un hecho, un simple gesto de sinceridad para consigo misma hace caer el «castillo de naipes» de la vida placentera de Maria Linde (Krytyna Janda), poeta galardonada, reconocida, admirada hasta que deja que esa sinceridad incomode al vecindario. A partir de ese momento la soledad, el ostracismo casi violento de quienes la creían portadora de ese éxito que todo el mundo anhela.


«Dolce Fine Giornata» deja un regusto que, aunque incomoda el pensamiento preguntando qué es la empatía y en qué estantería de la belleza o de la vida queremos colocarla, satisface la pasión de ver buen cine.

«Rodillo» para rato

Una vez dado el paso, el único que deja el Sistema a lo que llaman «pueblo» -que no son políticamente más que votantes-, viene aguantar lo que apenas la mitad de la población con derecho a voto ha elegido y que gracias a la torciera Ley Electoral que, como es natural, ninguno de los integrantes del llamado bipartidismo Psoe/PP han querido modificar durante los más de cuarenta años que lleva demostrando su falta de ecuanimidad. Un ecuación inventada por el jurista belga Victor d’Hondt en 1878 -que tiende a favorecer un poco más que otros a los grandes partidos- y que tan buenos resultados le diera a Hitler para llegar al poder.


Hay muchas, cientos, quizás miles de lecturas de lo sucedido en Andalucía que, por otra parte, ya anunciaban los sondeos demoscópicos por los medios de comunicación (casi todos afines al partido de la oligarquía que ha resultado ganador), por si alguna o algún despistado tenía dudas sobre la papeleta que tenía que coger.


Pero es así, y mientras no cambie el modelo electoral y, mucho más importante, el quehacer participativo de la ciudadanía en esta democracia de mercado, tendremos que soportar estas cuestiones y veleidades que desde luego la llamada izquierda patria aún no se ha puesto a considerar, más bien siguen enzarzada en unos protagonismos que desvirtúan el propio criterio político que pretenden representar cosechando pingües resultados en la suma (un tanto tramposa) que les da el sistema, que tolera -como ocurre en otros países- que menos de la mitad de la población votante otorgue mayorías y minorías con porcentajes exiguos.

Una mayoría absoluta del PP ya se sabe cómo es, tenemos ejemplos tanto en la política nacional como regional de sobra: un «rodillo» que se permite actuar sin ningún tipo de corsé para despilfarro del peculio público y la privatización del territorio donde gobiernan, porque la privatización es su caballo de batalla y ya nada ni nadie va a pararles en este sentido (apañados estamos si creemos que algún método de control institucional -en su poder a partir de ahora- o la Justicia inexorable y partidistamente lenta, servirán de parapeto al oscuro futuro que le queda a los servicios públicos andaluces que ya han venido deteriorando en la legislatura anterior.


Claro que en estas tierras del sur, ese «rodillo» también lo practicó el Psoe (recordemos especialmente el no tan lejano «Susanato» y sus predecesores) consecuencia de lo cual esta otra pata del bipartidismo se ha hundido bajo el presunto liderazgo electoral de Espadas, prácticamente un desconocido.

Cs (una amalgama de vividores de la política de ambigua identificación) ha desaparecido y alguno de sus miembros ya está negociando «carguete» que le permita mantener su ritmo de vida; y, en lo referente al hijo putativo del PP a su extrema derecha, se ha quedado como estaba, aunque esta vez puede que no toque directamente poder alguno: todo depende de la actitud que tomen los de Juanma Moreno con sus antiguos socios de gobiernos y ex militantes del propio PP, que se pusieron nombre de diccionario y que capitanea una mujer poco dada a dar explicaciones, a insultar a los contrarios y de escaso conocimiento de la Historia de Andalucía, sin programa alguno que secunde sus improperios.

Poco que hacer en estas circunstancias, con un Psoe a la deriva desde hace tiempo y una izquierda empeñada en desangrarse por un «quítame allá estas pajas» cuyos protagonismos personales (esta es una cuestión que llevan muy de bandera los «anticapi» -trotskos para los más antiguos- que representa Teresa Rodríguez), y que no se sabe muy bien por qué motivo tienen la costumbre histórica de dar la «espantada» cada vez que de unir toca. Juntos, como ha ocurrido en Francia, podrían haber doblado sus resultados precisamente gracias a esa Ley Electoral que castiga las minorías por muy proporcional que la quiera pintar el Sistema.


Elucubraciones aparte, tenemos mayoría absoluta (versus rodillo) en Andalucía, lo que -sabemos por las cicatrices políticas que tenemos desde la mal llamada Transición- será un «ordeno y mando» poco proclive a los desheredados de la opulencia de las grandes corporaciones, de la oligarquía (un poco chabacana) del señoritingo sureño, de las mesas de decisión, donde sólo tendrán cabida amigos y familiares de los ganadores.

Repasen la historia de estos últimos años y verán que no exagero ni un ápice.

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