“Tamio Hayashi, el guionista de la cinta, busca en la novela de Keiichi Tanaka precisamente la dualidad -o quizás la aseveración propia- que hace de los momentos finales de la vida un guiño precisamente a la belleza”
OPINIÓN. Complementos circunstanciales
Por Javier Cuenca. Periodista07/10/22. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre el largometraje «El cocinero de los últimos deseos» de Yôjirô Takita: “Es una película de cocineros: sí,...
...tal vez alguien quiera verla así. Pero también lo es de la obcecación, del amor, de la solidaridad, de la perplejidad que va sumando a sus protagonistas en el poco diagnosticable devenir de la vida y de los seres humanos en un «cinematoculinario» escenario”.
«El cocinero de los últimos deseos», de Yôjirô Takita
https://www.youtube.com/watch?v=aDxSedwqKGQ
Van a permitirme (o no. eso depende de su condescendencia o ánimo) recordar hoy aquí al realizador japonés Yôjirô Takita, de dilatada carrera profesional -con más de medio centenar de títulos en su haber- y que llamó la atención de los cinéfilos del mundo con «Okuribito» (Mejor Película en Lengua Extranjera en los Oscar de la finales de la primera década del recién estrenado solo XXI), y que luego mostró en las pantalla españolas bajo el título «El cocinero de los últimos deseos», una película perfectamente ensamblada y una narración que mantiene el interés del espectador a lo largo de sus más de dos horas de proyección.
Y lo hace porque Yôjirô Takita en un artesano del cine como ya supongo que muchos lectores conocen ya tras ver este prodigioso trabajo fílmico. Takita sabe de su capacidad para establecer una línea de tensión en la que va sumando, como un buen cocinero, cada elemento que compone finalmente el guiso, gracias a una aquilatada dirección actoral, una fotografía (obra de Yoshinori Oshima) ya de por sí espectacular y una elección musical que rubrica la salsa misma de su trabajo.
Es una película de cocineros: sí, tal vez alguien quiera verla así. Pero también lo es de la obcecación, del amor, de la solidaridad, de la perplejidad que va sumando a sus protagonistas en el poco diagnosticable devenir de la vida y de los seres humanos en un «cinematoculinario» escenario (permítanme el atrevimiento).
Gracias a sus personajes -interpretados por Kazunari Ninomiya, Gou Ayano o Hidetoshi Nishijima- el interlocutor puede irse abriendo paso por la naturaleza misma de los fogones y sus artífices, sometidos desde ese espacio de gustos y olores también a las veleidades del destino y -eso sí- sin la fanfarria que suele decorar a esta temática desde hace algunos años con «decoraciones» simplonas.
Takita, utilizando un flash backs especialmente narrativo y con la historia de Manchuria ocupada por los japoneses en 1933 o la llegada del comunismo, construye una historia donde, además, la elaboración de cada receta deriva en un cuento en sí mismo.
El recetario que se establece como eje de la trama de «El cocinero de los últimos deseos», es el recetario de las necesidades mismas de sus protagonistas, en una lucha con el destino que, en algunas ocasiones, recuerda los escenario descritos en los libros de Yasunari Kawabata con la muerte y la belleza expresadas en un mismo plano, como lo hace el escritor japonés en «La casa de las bellas durmientes», por ejemplo.
Tamio Hayashi, el guionista de la cinta, busca en la novela de Keiichi Tanaka precisamente la dualidad -o quizás la aseveración propia- que hace de los momentos finales de la vida un guiño precisamente a la belleza. Tal vez por eso inicia la narración con su cocinero, Mitsuru Sasaki, entregando el arte de cocinar a los deseos de un moribundo.
El cine que viene de oriente nos depara buena parte de las sorpresas que el séptimo arte ha marcado en los libros de su propia historia, probablemente porque -desconocido- ese mundo trágico pero hedonista del «sol naciente» llega para sacarnos de la cotidianidad a través de sus liturgias.
Volver a disfrutar de esta obra de arte escénica me ha reconciliado ante tantos sinsabores (léase como leguaje de ida o de vuelta), precisamente por ello he querido compartirlo en este espacio de tinta online que disfruto cada viernes en El Observador.
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