“Eso no significa que comulgue con la máxima de que no hay que juzgar el pasado con los valores del presente. Bajo esa premisa hay quien sigue defendiendo atrocidades antiguas e incluso pretende enterrarlas en el olvido”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
25/11/21. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, escribe en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre cómo ha cambiado la sociedad, y lo que queda por cambiar, respecto a la violencia contra la mujer: “El último día que pude estar con mi madre empezó por un éxito de Sara Montiel y ella también entornó ‘Sus pícaros ojos’ mientras afirmaba...
...haber recibido con orgullo un requiebro de un desconocido en la calle. Me hizo sonreír. Mis hijas de 27 y 25 años dirigirían miradas furiosas y despreciativas al imbécil que se atreviera”.
El preso tonto, tonto, tonto
Mi madre tiene Alzheimer. Una enfermedad cruel que va borrándote poco a poco, porque nuestra identidad se construye con la historia vivida y, cuando no eres capaz de recordarla, parte de ti se disuelve. Las lagunas de su memoria afectan a sus recuerdos más cercanos y también a la imposibilidad de aceptar su propia enfermedad; por lo que algunas veces se revuelve inquieta ante la injusticia de estar en una residencia de ancianos. Siguen intactos o quizás más vívidos la evocación de tiempos antiguos. Así que la estrategia para estar con ella en esas citas concertadas y absolutamente limitadas que el maldito COVID ha impuesto es retrotraernos al pasado.
Es a través de las canciones cuando consigo una conexión más intensa. Ella pertenece a esa generación que cantaba cuplés mientras limpiaba el suelo de la cocina o tendía la ropa. Y yo he concentrado en esos instantes lo más bueno de mi infancia.
El último día que pude estar con mi madre empezó por un éxito de Sara Montiel y ella también entornó “Sus pícaros ojos” mientras afirmaba haber recibido con orgullo un requiebro de un desconocido en la calle. Me hizo sonreír. Mis hijas de 27 y 25 años dirigirían miradas furiosas y despreciativas al imbécil que se atreviera.
Siguió con algunos tangos y acabó saltando de Buenos Aires a México para cantarme el relato de “El preso número 9” a quien “la vida le han de quitar / porque mató a su mujer y un amigo desleal”.
La revelación del presidiario estaba hecha, como Dios manda, ante el sacerdote. Pero no era el secreto de confesión lo que le empujaba a ser sincero, sino el firme convencimiento de que nada había de temer pues “allá en el cielo el ser supremo nos juzgará” y eso le daría impunidad para perseguirlos también en el inframundo “Voy a seguir sus pasos, voy a buscarlos al más allá”.
Joan Baez canta en catalán El Rossinyol
https://www.youtube.com/watch?v=NEh6gkwZSjU
Mis hijas cambiarían su mirada iracunda y abrirían los ojos como platos ante el estribillo “Los maté, sí señor / Y si vuelvo a nacer, yo los vuelvo a matar” que mi madre cantaba alzando la mano orgullosa de ser capaz de recordar sin problemas toda la letra, algo que no le pasa con lo que ha comido ese día.
La canción, escrita en el año 1956, es obra de Roberto Cantoral y una nada sospechosa Joan Baez la populariza en el año 59, volviéndola a editar en el álbum “Gracias a la vida” que lanza como "un mensaje de esperanza al pueblo chileno que estaba sufriendo bajo el gobierno de Augusto Pinochet". Corría 1974 y la voz potente y peculiar de esa mujer, icono de la defensa de los derechos humanos, se unió en el mismo disco a la de Joan Manuel Serrat musicalizando al grandioso Miguel Hernández. Muy probablemente, hoy ambos renegarían de esa inclusión.
A los censuradores españoles les debió parecer de una corrección exquisita, así que solo aplicaron las tijeras a las canciones “No nos moverán” o a “Las madres cansadas”. También dejaron que sonara “El Rossinyol” pese a que es una canción tradicional de finales del siglo XIX, cantada en catalán y que relata la queja de una campesina que ha sido obligada por su padre a casarse con un pastor.
La Consejería de Educación de la Generalitat de Cataluña en el año 2015 edita una guía con “Propuestas didácticas y metodológicas” incluyendo “El Rossinyol” en el repertorio. En la presentación de esa publicación se muestran convencidos de que “La música destaca como uno de los puntales de la formación personal y social de los niños y jóvenes”. Advierte, sin embargo, que “Sería bueno comentar en el aula el hecho de que en tiempos pretéritos era habitual que una pareja se casara por imposición de los padres y sin conocerse”.
Así que respiro tranquila: mis hijas debieron ser aleccionadas por algún docente y no se alarmarán ante esa letra ni mirarán a mi madre y, por qué no a mí, como si fuésemos extraterrestres. Espero que tampoco nos miren por encima del hombro, condenándonos con la implacabilidad que el tiempo y el conocimiento otorgan, aunque eso no significa que comulgue con la máxima de que no hay que juzgar el pasado con los valores del presente. Bajo esa premisa hay quien sigue defendiendo atrocidades antiguas e incluso pretende enterrarlas en el olvido.
Marina Rossell canta El Rossinyol
https://www.youtube.com/watch?v=9KYJrR0p22I
Sí me preocuparía que cayeran en el error de creerlo propio de un entorno ajeno, como aquellos que dicen que todo este debate está superado y pretenden disfrazar de igualdad la resistencia a condenar la violencia sobre la mujer desatendiendo estadísticas y estudios rigurosos como el realizado por la Oficina de las NNUU contra la droga y el delito (Estudio Mundial sobre el Homicidio) en el que se pone de manifiesto: “Hay una tendencia regional y de género hacia las víctimas masculinas en homicidios vinculados a la delincuencia organizada y las pandillas, pero el homicidio interpersonal cometido por un compañero íntimo o un familiar (…) afecta a las mujeres de manera desproporcionada: a nivel global, dos terceras partes de las víctimas de homicidio cometido por compañeros íntimos o familiares son mujeres (43 600 en 2012) y un tercio (20 000) son hombres. Casi la mitad (47%) de todas las víctimas femeninas en 2012 fueron asesinadas por sus compañeros íntimos o familiares, en comparación con menos de 6% de las víctimas masculinas”.
Pero no se van a equivocar. Ellas como yo, y como la mayoría de las mujeres, hemos sentido miedo al caminar por una calle desierta en plena noche y no porque seamos más vulnerables físicamente, sino porque el potencial agresor sí considera que él tiene un poder sobre nosotras que le permite hacer lo que le apetezca y cuando le apetezca.
Quién me esté leyendo debería hacer una prueba. Mirarse al espejo y tomar cualquier característica de su físico (tener la nariz chata, medir 1,70 o, por qué no, lucir una barba espesa) y después pensar qué pasaría si, cada vez que saliera a la calle lo hiciera sabiendo que esa característica provoca en otros, hasta en sus más allegados, el convencimiento de que pueden someterlo, humillarlo, vejarlo o violarlo. Ni el más musculoso de los hombres pasearía tranquilo.
El miedo se aferra a tu cuerpo, te hace vulnerable y pervierte los valores. Por eso es tan difícil de olvidar, pero, por si acaso el Alzheimer también llama a mi puerta, voy a cantar cada día la canción de Bebe y esperar que mis nietas, si es que llegan, solo sonrían ante mi falta de afinación.
Voy a volverme como el fuego
Voy a quemar tu puño de acero
Y del morao de mi mejilla
Saldrá el valor pa cobrarme las heridas
Malo, malo, malo eres
No se daña a quien se quiere, no
Tonto, tonto, tonto eres
No te pienses mejor que las mujeres