“La fraternidad es un término que ha caído en desuso y su sinónimo, la solidaridad, o se pretende aplicar a la carta o es confundida con la caridad, olvidando que se trata de cohesión social”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
09/12/21. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre cómo están legisladas las vacaciones y la jubilación en diferentes países: “Un antiguo profesor que tuve lo sintetizaba diciendo que el mundo capitalista lo había hecho enarbolando la bandera de la “Libertad” y el entorno comunista la...
...de la “Igualdad”. Ese era el origen de las distinciones, aunque ambos bloques afirmasen cumplir los objetivos de educación, trabajo, sanidad o vivienda. Acababa diciendo que, si algún sistema político hubiese tomado el valor de la “Fraternidad” como la vara de medir de cualquiera de las leyes que pusiera en marcha, aun sacrificando las otras, el mundo sería mejor”.
Un puente a lo grande
Acabamos de pasar el puente de diciembre. Minivacaciones previas a la Navidad en la que, de nuevo, habrá jornadas de descanso porque, aunque este año las fiestas caen en sábado, nuestra legislación permite que puedan trasladarse al siguiente día laborable.
A cuenta de esa disponibilidad, en el mundo de los estereotipos y la opinión rápida y fácil, hay quien se atreve a decir que en algunos territorios de España hacen más fiestas que en otros; obviando que la ley establece ocho festivos comunes, cuatro sustituibles y dos para celebrar fiestas locales y autonómicas. Es decir, 13 para todo el territorio nacional.
No somos el único país del mundo que tiene festivos a lo largo del año. En el ámbito anglosajón se conocen como “bank holiday”, aunque también les han cedido a los franceses el denominativo “long weekend” para cuando se une el “férié” al fin de semana o cuando se toman días entre dos festivos que es lo que nosotros llamamos puente.
Esta ampliación, salvo para los más suertudos, deberá descontarse de las vacaciones previstas y reconocidas en el Estatuto de los trabajadores.
Eso sí, que nadie piense que las vacaciones nacieron, como la obligación de trabajar, en el mismo momento en que Eva se comió la manzana. Fue durante la Segunda República, en noviembre de 1931, cuando se reconoció por primera vez la posibilidad de disfrutar de un permiso ininterrumpido de siete días sin que hubiese descuento de salario y de ahí, hemos ido mejorando hasta llegar a los treinta días naturales que algunos convenios colectivos amplían.
Si nos comparamos con nuestros vecinos europeos estaríamos colocados en un promedio muy digno, esto es, entre los 35 días de Francia o los 26 laborales de los italianos y los 21 días de Noruega o los 20 de Bélgica. Allende los mares, en países como México, Argentina, Japón, China o Marruecos, los días concedidos dependen del número de años trabajados partiendo de seis días al año y extendiéndose, después de más de quince años de trabajo, a unos veinte días como mucho.
La curiosidad de la regulación española de las vacaciones es que, pese a que se establecen como un derecho, lo cierto es que es de obligado cumplimiento y no pueden ser sustituidos por una compensación económica ni siquiera en el supuesto de que trabajador y empresario se pongan de acuerdo. Todo lo contrario que en Estados Unidos donde, basándose en la suprema libertad de los individuos, no tienen regulado el tiempo libre remunerado que queda sometido a la negociación de las partes.
Lo mismo ocurre con lo que yo llamo las vacaciones permanentes, más conocidas como jubilación. Si nos comparamos pensando en la edad en la que se prevé, veremos que hay solo ligeras diferencias con el entorno europeo e incluso con USA, pero si cotejamos las pensiones veremos que se fundamentan en pilares muy distintos ya que, frente a un sistema público español, en la mayoría de estos países existe un sistema privado complementario sin perjuicio de que, a veces, pueda ser obligatorio.
La diferencia fundamental es que en el sistema privado cada uno aporta al plan de capitalización individual una cantidad que después le será entregada (quizás hasta con intereses). Sin embargo, en el sistema público mi aportación no se está guardando en una cajita que solo yo abriré algún día, sino que va a parar a los que ahora están jubilados.
En el primer caso, la viabilidad del sistema depende de los vaivenes de la bolsa y del buen hacer de los gestores de la empresa privada que estén al frente. En el segundo, de que haya suficientes personas en activo y cotizando para cubrir los gastos que generan las pasivas.
Ninguno de ellos está garantizado sin fisuras.
Podríamos seguir con el derecho a la sanidad, a la educación, a la vivienda… Llenaríamos páginas de comparativas y acabaríamos viendo que, en datos objetivos, no solemos estar en un mal promedio pese a lo que nos gusta a los españoles decir que estamos en peor situación que el resto del mundo. Sin embargo, hay otras diferencias que solo son superficialmente sutiles.
Formamos parte de una civilización que cambió al compás del canto unísono que coreaba Libertad, Igualdad y Fraternidad y que desplegó una carta de derechos humanos que no siempre se ha aplicado por los países de manera homogénea.
Un antiguo profesor que tuve lo sintetizaba diciendo que el mundo capitalista lo había hecho enarbolando la bandera de la “Libertad” y el entorno comunista la de la “Igualdad”. Ese era el origen de las distinciones, aunque ambos bloques afirmasen cumplir los objetivos de educación, trabajo, sanidad o vivienda. Acababa diciendo que, si algún sistema político hubiese tomado el valor de la “Fraternidad” como la vara de medir de cualquiera de las leyes que pusiera en marcha, aun sacrificando las otras, el mundo sería mejor.
Eran los años previos a la caída del muro de Berlín y treinta años más tarde ha desaparecido esa dicotomía por zonas geográficas, pero subyace en el discurso de las personas cuando critican o defienden cualquier medida política. En paralelo, la fraternidad es un término que ha caído en desuso y su sinónimo, la solidaridad, o se pretende aplicar a la carta o es confundida con la caridad, olvidando que se trata de cohesión social.
El ejemplo más obvio lo encontramos en las redes sociales cuando eslóganes breves, provocativos y simplistas que equiparan los impuestos a un robo, reciben miles de likes y son reenviados hasta el infinito. Puede también tener formas más elaboradas cuando se defiende que el reparto de lo recaudado por territorios autonómicos ha de cubrir primero las necesidades propias, criterio que, si lo llevásemos hasta el extremo, supondría caer en la absurdidad de defender que las personas con sueldos más altos, de las cuales se recaudan más impuestos, puedan ser beneficiarias de más ayudas para educación o sanidad y ya, si sobra algo, que vaya a los parados que apenas contribuyen.
Así que, si soy sincera, con estas corrientes de pensamiento soplando por todas partes, mucho no confío en que, cuando me toque a mí la jubilación vaya a poder cobrar una pensión digna salvo que se cumpla la visión de Alexander Payne y puedan miniaturizarme para poder llevar “Una vida a lo grande”. Eso sí, puedo imaginarme con más de sesenta y cinco años negociando libremente mis condiciones de un posible puesto de trabajo.
Menos mal que, mientras tanto, mi puente ha sido estupendo porque, entre otras cosas, pude ir al bar de la esquina a tomarme un café con leche que me sirvió alguien que no estaba disfrutando de las minivacaciones, siendo muy consciente de que mi 1,40 € no paga el servicio completo, ni la disponibilidad permanente y, mucho menos, la sonrisa del camarero.
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