“Equiparan ‘despolitizar’ a ser imparcial, cuando no hay nada de neutral en apartar a la política de los asuntos públicos lo que supondrá dejarlos en manos de unos pocos que se creen con capacidad para decidir por encima de los demás”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
23/12/21. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, escribe en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre política: “Propugnar una despolitización es pretender que seamos una sociedad de idiotas que es justo lo opuesto a ser político si nos basamos en el origen etimológico del término que tiene su raíz en el prefijo “idios” y define a aquel...
...que no se ocupa de los asuntos públicos sino solo de sus intereses privados”.
Idiotas y políticos
Se acerca la navidad, unos días en los que se acostumbra a sentar alrededor de una misma mesa a la familia, aunque no la hayas visto en los últimos 364 días o tengas pocas afinidades. Lo retrata con mucha gracia una conocida marca de jamones con su anuncio publicitario en el que una madre ha repartido el guión de lo que deben decir cada uno y que incluye comentarios desafortunados entre cuñados, normalmente de fútbol o de política.
Pero mi recuerdo sobre estas reuniones navideñas, como nací en un momento histórico en el que hablar de política en la mesa era poco menos que un delito, está presidido por el instante en el que los niños eran conminados a demostrar alguna habilidad. A veces era una canción, otras un baile o una pirueta; pero siempre estaba precedido por la vocecita de alguien que decía “¿Os había dicho que fulanita ya sabe hacer…?” y entonces todas las miradas caían sobre una y llegaba el momento de la verdad.
En mi caso, que no fui agraciada con el don de ninguna habilidad psicomotriz, solo me quedaba intentar demostrar mis capacidades intelectuales y un método habitual era recitar oraciones o textos muy breves compuestos por sílabas reiterativas para provocar dificultades en la pronunciación.
“El cielo está enladrillado ¿quién lo desenladrillará? El desenladrillador que lo desenladrille buen desenladrillador será”.
Son los conocidos trabalenguas que, pese a su nombre, no sirven para trabar la lengua sino para destrabarla y adquirir rapidez en el habla. También pueden ayudar, a enseñar tradiciones pues cada país tiene trabalenguas propios, e incluso, a aumentar el vocabulario, aunque esto último es relativo, porque la RAE no ha reconocido que la palabra “desenladrillador” esté en su diccionario.
A veces no nos inventamos las palabras, pero sí su significado que vamos tergiversando y aderezándolo de connotaciones que el término originalmente no tenía. Algo así le pasa a la palabra “despolitizar” que tanto se utiliza en los últimos tiempos y con la que, a más de uno, se le traba la lengua.
Y es que “quitar carácter o voluntad política a alguien o a un hecho”, definición ofrecida por la RAE para el término “despolitizar”, goza, cada vez más, de un consenso en tertulias y opiniones; mientras que en mi interior genera más y más inseguridades.
¿Qué se le va a hacer? Mi formación tiene raíces en la filosofía y aprendí que la palabra “política” provenía de la “polis” o ciudad y de la actividad que pretende teorizar sobre cómo vivir en ella o el arte de relacionarse y organizarse en sociedad.
Así que a mi se me hace muy difícil sustraer la política de mi manera de vivir y entender el lugar donde me relaciono con los demás y, aunque sé que los que tratan de manera tan peyorativa la “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”, lo hacen pensando en algunas personas concretas que ocupan o han ocupado posiciones públicas y lo han hecho con prácticas corruptas, me preocupa mucho que lo hagan también de manera generalizada y sin matices; porque la extensión acaba afectando a hombres y mujeres que destinan parte de su tiempo a pensar en la colectividad y también a las instituciones y, finalmente, a todo el sistema.
Cuando lo oigo en mis amigos y conocidos, muchas veces permanezco en silencio, con todo lo que eso me cuesta, porque también entiendo que hay que dar un espacio a la queja cuando se percibe alguna injusticia y que, en momentos de enfado, uno no está para disquisiciones semánticas.
Pero cuando es un político, un periodista o la cuñada repitiendo casi miméticamente, ese tópico en la cena de Navidad; ya no creo que sea inocente el comentario.
Argumentado sobre falacias, equiparan “despolitizar” a ser imparcial, cuando no hay nada de neutral en apartar a la política de los asuntos públicos lo que supondrá dejarlos en manos de unos pocos que se creen con capacidad para decidir por encima de los demás.
Hace muchos años leí el ensayo de E. H. Carr titulado “Qué es la historia” y me quedó grabado un fragmento que decía “Hablamos a veces del curso histórico diciendo que es un “desfile en marcha”. La metáfora no es mala, siempre y cuando el historiador no caiga en la tentación de imaginarse águila espectadora desde una cumbre solitaria, o personaje importante en la tribuna presidencial. ¡Nada de eso! El historiador no es sino un oscuro personaje más, que marcha en otro punto del desfile”.
Y me vienen estas palabras a la mente, porque hay quien, con su discurso “despolitizado”, se arroga la presunta capacidad de hablar sin desviaciones ideológicas.
Rafael Simancas lo explicó bien cuando dijo “Quienes (…) defienden que “despolitizar” la Justicia consiste en que el gobierno de los jueces no sea elegido por los representantes de 47 millones de españoles, sino por solo cinco mil togados. Hacen política, solo que no es política democrática”.
El que fuera presidente del Banco Federal alemán, Hans Tietmeyer también hablaba de “despolitizar el dinero” como si su defensa a ultranza de la desregulación económica, la competencia, la reducción de impuestos y la contención del gasto público no fueran, en sí mismas, directrices políticas.
Y también se habla de despolitizar el idioma en medio de una gran bronca aparecida como consecuencia de la sentencia dictada por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y confirmada por el Supremo hace escasamente un mes.
Sin perjuicio de mi discrepancia respetuosa con la resolución, me molesta que se pretenda defender que no es legítimo diseñar, aplicar y ejecutar una determinada estrategia de ordenación en una cuestión tan importante como lo es la lengua para cualquier comunidad. ¿Cómo hurtar a la sociedad de la decisión sobre como potenciar o no su sistema de comunicación y entendimiento?
Propugnar una despolitización es pretender que seamos una sociedad de idiotas que es justo lo opuesto a ser político si nos basamos en el origen etimológico del término que tiene su raíz en el prefijo “idios” y define a aquel que no se ocupa de los asuntos públicos sino solo de sus intereses privados.
Pero no pasa nada, estas navidades, cuando vuelva a mi tierra natal y según el guion algún familiar (¿el hermano político?) intervenga en la mesa para denostar la política y a los políticos; yo intentaré desviar la conversación pidiéndole a algún niño que nos muestre alguna de sus habilidades y, quien sabe si acabará recitando “El cel esta enrajolat. qui el desenrajolarà. El desenrajolador que el desenrajoli bon desenrajolador será” y, aunque mayoritariamente seamos castellanoparlantes, aplaudiremos los avances del benjamín y resultará que tenemos más tradiciones comunes de las que recordamos.
Puede leer aquí anteriores artículos de Noemí Juaní