No podemos hacer desaparecer los estereotipos que crea nuestro cerebro, pero ser conscientes de su existencia nos puede ayudar a no ser más simples de lo que ya somos de manera natural y sobre todo a evitar que se transformen en prejuicios”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

08/03/22. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre estereotipos y prejuicios: “Es la fuerza de los estereotipos o esquemas elaborados por el cerebro para que éste pueda organizar la información y actúe de forma más rápida. No solo condiciona cómo me ven los demás, sino que llega...

...a condicionar cómo me veo a mí misma y consigue modificar mi conducta, mis deseos y hasta mis capacidades”.

Soy mujer

Soy mujer, trabajadora, esposa, madre, hija, hermana, amiga, lectora y deportista aficionada. Ninguna de esas categorías me define por sí sola, ni siquiera creo que la suma de ellas llegue a completar algún porcentaje sustancial de mí misma, sin embargo, de la sola enumeración de esas palabras, cualquier lector podría hacerse una idea de mí llegando, incluso, a aproximaciones estéticas.

Es la fuerza de los estereotipos o esquemas elaborados por el cerebro para que éste pueda organizar la información y actúe de forma más rápida. No solo condiciona cómo me ven los demás, sino que llega a condicionar cómo me veo a mí misma y consigue modificar mi conducta, mis deseos y hasta mis capacidades.

Se han hecho muchos experimentos para demostrar su fuerza. El más impactante que vi hace muchos años fue el de la profesora Jane Elliot cuando, ante una clase de infantes de no más de ocho años, el primer día, les hizo creer que los que tenían los ojos azules eran mejores que los que tenían los ojos marrones; mientras que el segundo día, les dijo que era al contrario.


https://www.youtube.com/watch?v=MnBqKhGQr-4&t=739s

Los que estaban en el grupo de los peores se equivocaban más en las pruebas que les hacían o eran más lentos en su ejecución y a la hora del recreo se autoexcluían de los juegos más divertidos. Era desolador ver los rostros de quienes creían estar en el grupo de los inferiores. La lucha de la profesora era contra el racismo, pero no costaría nada imaginar algo parecido hablando de género.

No podemos hacer desaparecer los estereotipos que crea nuestro cerebro, pero ser conscientes de su existencia nos puede ayudar a no ser más simples de lo que ya somos de manera natural y sobre todo a evitar que se transformen en prejuicios.

La información y el conocimiento nos pueden ayudar, pero hay que recordar que, en nuestro mundo digital, las redes sociales pueden funcionar como un altavoz de ese simplismo generalizador, no solo por el uso que hacen de las mismas las personas, sino por el divino algoritmo que las gestiona.

A riesgo de dar ya demasiados detalles de mí misma diré que tengo un perfil de linkedin. Me coloca en el mercado profesional, aunque no esté abierta a cambiar de trabajo y me permite conocer curiosidades de otros entornos laborales. El algoritmo que subyace a esa red y que, supuestamente, me muestra temas que me interesan, el otro día me devolvió la imagen de unos muebles de oficina que además de la tradicional mesa y silla ergonómica incorporaba un habitáculo para bebes (AQUl). Para hacerlo más real, había una trabajadora tecleando y mirando un monitor, así como un bebé sonriente junto a unos cuentos con dibujos.


Los comentarios de los usuarios de esta red iban desde aplaudir la idea como un ejemplo de humanización de las oficinas, hasta denostarla como algo terrorífico premonitorio de una sociedad distópica devoradora de “la sociedad reproductiva biológica”.

A mi lo que me sobrevino fue un ataque de risa. Quien había diseñado ese producto o no había tenido hijos en su vida o no los había criado. Cuando yo colocaba cuidadosamente a mi hija en ese tipo de cubículos infantiles de colores suaves y ositos volando que vendían para nuestros hogares, conseguía ducharme en unos cuarenta o cuarenta y cinco segundos con el convencimiento de que mi bebé no se había muerto. Y lo sabía con toda seguridad porque los decibelios de su llanto solían doblar los límites tolerables de la normativa al respecto, aunque, por fortuna, ningún vecino interpuso una denuncia. Así que el habitáculo acabó siendo, como en la mayoría de las casas con niños pequeños que he visitado, el sitio donde meter todos los juguetes de la criaturita para intentar conseguir un poco de orden en casa.

También sonrío cuando se pretende hablar de teletrabajo como la puerta abierta a la conciliación. ¿Alguien ha intentado ver una película mientras su bebé está despierto y demandándole atención? ¿Sabéis lo difícil que es intentar articular una conversación inteligente con un grupo de amigos mientras los niños corretean alrededor, se pelean, se caen, gritan y ríen? ¿Y la utopía de leer un libro o el diario mientras tu niño se sube a columpios en el parque de los que podría caerse por mucho que estén construidos respectando todas las normas de usabilidad infantil que hayan querido emitir?

Así que no, no voy a defender ni apoyar ninguna brillante idea que pretenda hacerme creer que se puede trabajar y cuidar de los hijos al mismo tiempo. No es compatible o, al menos, no lo es en los primeros años de vida.

Nos guste o no, cuando se toma la decisión de tener hijos una tiene que estar dispuesta a una de dos: o a reducir el número de horas en el trabajo o a reducir el número de horas con los hijos. Pero el problema principal no es ese. La cuestión es si voy a poder optar con absoluta libertad y si mi pareja también lo va a poder hacer, con la misma autonomía.

La normativa actual lo permite y si fuera verdad que el derecho va por detrás de la sociedad significaría que se dan las condiciones para que la elección sea libre y voluntaria. Pero las estadísticas nos dicen que el 37 % de las mujeres solicitan la reducción de la jornada por cuidado del menor frente al 4% de los hombres. Así que, muy probablemente, por encima de la ley, estén operando los estereotipos. Eso o alguna conjugación astral con influencia.

Lo curioso de esas molestas simplificaciones es que su fuerza es poderosa en varias direcciones. A los hombres no les permite ni imaginar siquiera esa posibilidad. A las mujeres, las presiona para que lo hagan y ser el prototipo de la buena madre. No solo hay techo de cristal en el trabajo.

Y mientras tanto, más allá de la fuerza de un estereotipo, hay leyes marciales que obligan a los hombres a quedarse combatiendo en una guerra y a las mujeres a huir desesperadamente con sus hijos a cuestas.

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