Tras las impactantes crónicas de una guerra cruenta, había empezado a comprobar que esa realidad comenzaba a perder protagonismo, es decir, que ya no era escogida de manera sistemática como la principal noticia de la portada”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

31/03/22. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la selección de noticias que recibimos: “No se nos dice cuáles son los criterios que se aplican para hacer esa recopilación ni para colocar en lugar más destacado una noticia sobre otra, aunque sería interesante ver el resultado...

...si se les obligase a hacerlo”.

Dejar de ser noticia o no

Cuando abro los ojos, y pese a las advertencias que hay sobre ello, lo primero que hago cada mañana es coger mi teléfono móvil y ver las novedades. Más allá de los deseos de “Buenos días” que un grupo de amigos de mi época escolar me regala cada día, son las notificaciones de los diversos diarios y revistas las que me colocan en la realidad o, al menos, en esa realidad que son capaces de crear los medios de comunicación y que no siempre es la reproducción exacta y fiel de lo que esté ocurriendo sino una selección.

No se nos dice cuáles son los criterios que se aplican para hacer esa recopilación ni para colocar en lugar más destacado una noticia sobre otra, aunque sería interesante ver el resultado si se les obligase a hacerlo.

En cualquier caso, estaba bastante atenta a este fenómeno en los últimos días porque tras las impactantes crónicas de una guerra cruenta, había empezado a comprobar que esa realidad comenzaba a perder protagonismo, es decir, que ya no era escogida de manera sistemática como la principal noticia de la portada y empezaba a ceder a otros fenómenos de la actualidad.

Así ocurrió en el diario El País el 23 de marzo, en El Mundo el 21 de marzo, en 20 Minutos el día 11 de marzo, en La Vanguardia el 21 de marzo y para evitar que alguien piense que eso solo ocurre en España - típico de nuestra gente que siempre ve lo peor en nosotros mismos y loa lo que ocurre en Europa por mera suposición - me he encargado de comprobar alguna cosita más (Le Figaro, 18 de marzo o The Times, 23 de marzo).

Supongo que en algún momento también normalizaremos esta situación de crisis, tristeza y pánico en la que nos hemos instalado. También lo hicimos, al parecer, con el inicio de esta guerra que no se produjo el 24 de febrero, sino que se remonta a 2014.  En un magnífico reportaje de El País en el que se analizaba punto por punto el discurso que lanzó Putin para intentar justificar lo injustificable, aparece como una de las causas la situación del Donbás. Las palabras del dirigente ruso eran “Así han estado, mirando hipócritamente hacia otro lado durante los ocho últimos años, mientras las madres enterraban a sus hijos en el Donbás y se asesinaba a ancianos. Es pura degradación moral y deshumanización total” y el periodista bajo el subtítulo de "Mirando hacia otro lado" sí que reconocía: “La cobertura del conflicto latente de Donbás pasó a segundo plano también para los medios rusos a partir de 2016-2017 y hasta la reactivación de este en 2021 no volvió a copar portadas. Desde la zona separatista se ha criticado este silencio.” Debo confesar que sí, que yo también lo había lanzado a un espacio muy recóndito de mi memoria.

Ser noticia es sinónimo de pasar a la historia. La inmensa mayoría de los mortales nunca lo haremos y, como mucho, nos recordarán nuestros nietos y caeremos en el supremo olvido cuando éstos tampoco estén.

Otros, los que tienen la dudosa suerte de poder permanecer en las hemerotecas, supuestamente pueden escoger con qué hecho, acción o palabras van a aparecer.

Así lo escogió Will Smith la noche de los Oscar cuando decidió solucionar a mamporros lo que, sin ninguna duda, fue una broma de mal gusto. Y sin embargo, hubo muchos que esa noche debatieron si esa escena fue más o menos ridícula que la del pobre Warren Beatty equivocándose de ganador.

Algo parecido a lo de este último debió pasarle a Thomas Farriner un panadero londinense que se quedó dormido mientras elaboraba algún dulce la noche del 2 de septiembre de 1666 y acabó quemando todo Londres y ganándose una fama bochornosa.


Hay otros ejemplos a lo largo de la historia tan ridículos como ciertos. Por ejemplo, la Batalla de Karánsebes que en 1788 se inició cuando un grupo de húsares se emborrachó con el aguardiente comprado a unos mercaderes itinerantes y no quiso compartirlo con sus compañeros de infantería desencadenándose una bronca que alguien intentaría atajar con un disparo, pero que generó la creencia de que había llegado el enemigo, sumándose a la fiesta la caballería y la artillería y finalizando con 9.000 muertos en las propias filas austríacas para deleite de los turcos que al llegar dos días después se encontraron con toda la faena hecha.

A veces, incluso tienes que disputarte ese honor como le debe pasar a Louis M. Cohn un jugador de cartas que en 1871 le dio una patada a un candil provocando el fuego que arrasó Chicago, aunque la ciudad entera rinde homenaje a una vaca llamada Daisy atribuyéndole la coz causante del desastre.

La disputa no es neutra. Ser el responsable de ese horror (en el que murieron unas 300 personas, destruyó aproximadamente 9 km2 de la ciudad y dejó a más de 100.000 personas sin un lugar donde vivir) supone también tener el mérito de ser el inicio de la famosa Escuela de Chicago que tantas obras de arte de la arquitectura ha dejado en nuestras calles.

Se olvida, de todas formas, que para que un fuego absurdo en un pajar acabe siendo el protagonista de la renovación de una ciudad, debieron confluir otras circunstancias. En este caso, una dotación de bomberos insuficiente, una arquitectura precaria y basada en madera y un río infectado de basura que permitió que se extendiera a las dos orillas. Los responsables de todo eso ni se mencionan.

Así que es mejor no ser noticia. Dejaré que sea Putin el que ostente la medalla de haber sido el toro embravecido causante del desastre, que sean Zelenski, Biden o cualquiera de los dirigentes actuales los que se lleven el honor de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno para poder evitar o alimentar las llamas, y seguiré sintiéndome bien en mi papel de espectadora anónima, aunque eso no me hace menos responsable y cruzo los dedos por no ser esa basura que flotaba sobre el río de Chicago y que pese a su poco valor y aparente inmovilidad sirvió de combustible.

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