“Podemos no ha llegado a tiempo. Es extraño porque habían llegado a un acuerdo 23 minutos antes de que se agotara el plazo. Quizás tuvo algo que ver que IU tardara 10 minutos en ponerlo en un documento y enviarlo”

“Y resultó que debía faltar alguna coma o algún paréntesis, que se tuvo que corregir y devolver (once minutos más), pero, pese a todo eso, todavía les sobraban 3 minutos y va y lo presentan a las 0:14 del día siguiente”


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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

12/05/22. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la puntualidad: “Sea a partir de los quince minutos españoles, del segundo japonés, o de la hora y media nigeriana, hay un momento en el que quien te espera va a empezar a arrugar el ceño y, como lo repitas unas cuantas veces,...

...te vas a ganar fama de irrespetuoso, egoísta, narcisista y unos cuantos insultos más”.

Más vale tarde que nunca

Podemos no ha llegado a tiempo. Es extraño porque habían llegado a un acuerdo 23 minutos antes de que se agotara el plazo. Quizás tuvo algo que ver que IU tardara 10 minutos en ponerlo en un documento y enviarlo. Y resultó que debía faltar alguna coma o algún paréntesis, que se tuvo que corregir y devolver (once minutos más), pero, pese a todo eso, todavía les sobraban 3 minutos y va y lo presentan a las 0:14 del día siguiente.

¡Catorce minutitos de nada! Estaría dentro de lo que llamamos el “tiempo de cortesía”.  Pero, claro, eso en España. En Japón, si te convocan a una reunión y llegas un minuto tarde, te reciben con cara de pocos amigos y, en Alemania, que entienden por ser puntual llegar diez minutos antes, nos los recriminarían claramente. En el otro extremo, en Nigeria o Ghana, se entiende que puedas llegar tarde hasta más de una hora.

Y es que la puntualidad es propia de los entornos culturales. Tanto que, incluso a veces, se apellida el concepto con el origen. Por ejemplo “english time” es una manera de indicar en Brasil que ni se te ocurra llegar tarde y “hora marroquí” es algo así como una horquilla imprecisa que va de una a veinticuatro horas (aunque, al parecer, solo se aplica a los eventos personales y no a los profesionales).

Eso de que el concepto es relativo ya sea si se trata de un ámbito profesional o familiar, es propio también de nuestro país, aunque aquí rigen otras diferencias extrañas de explicar. Por ejemplo, si estás citado en el médico o en un juzgado es muy posible que tengas que esperar más de una hora a ser atendido. En cambio, si eres tu el que llega tarde prescribe la acción, te entienden por desistido o vuelves a la casilla de salida (que cuando es una cita en la Seguridad Social puede suponer un año).


En España también somos tan originales que nos hemos atrevido a regular la impuntualidad. Así el artículo 135.5 de la Ley de Enjuiciamiento civil recoge el denominado “día después o día de gracia”: «La presentación de escritos y documentos, cualquiera que fuera la forma, si estuviere sujeta a plazo, podrá efectuarse hasta las quince horas del día hábil siguiente al del vencimiento del plazo”.

Pero, sea a partir de los quince minutos españoles, del segundo japonés, o de la hora y media nigeriana, hay un momento en el que quien te espera va a empezar a arrugar el ceño y, como lo repitas unas cuantas veces, te vas a ganar fama de irrespetuoso, egoísta, narcisista y unos cuantos insultos más. Para los más críticos, los impuntuales son personas que quieren poner al otro en una situación vulnerable y utilizan esa conducta como un mecanismo de poder.

Pese a ello, últimos estudios psicológicos aclaran que, lejos de reflejar una falta de respeto por los demás podría denotar en el sujeto culpable una baja autoestima. Lo descubrió Phillippa Perry una psicoterapeuta británica. Sería algo así como que, su gran inseguridad y su temor a ser rechazados o menospreciados los conduce a intentar posponer (lo que sea) al máximo. Oliver Burkman, otro psicólogo británico (elocuente que sean ellos los que más han intentado entender científicamente la impuntualidad) precisó que, más bien, se trataba de una forma para sentirse querido “Hay algo de conmovedor en que tengan esa necesidad de acaparar la atención y no se sientan bien con ellos mismos si no la reciben".

También hay quien cree que un excesivo optimismo está detrás del retraso. Uno mira el reloj con ingenuidad y piensa “es un momentito” y se va a calentar con su bici y pierde un Tour que tenía ganado.

Pero hay una última versión. Sería la que lo explicaría como la manifestación de una rebeldía no encausada o de plantear un desafío. Phillippa tuvo como paciente a una “tardona patológica” frustrada porque no conseguía éxito profesional y creyó saber lo que le pasaba: “Cuando descubrimos qué significaba el éxito para ella. Una vieja creencia familiar consideraba que las personas con dinero eran malas personas. Ante la opción de progresar o ser malvada, no fue extraño que siguiera con su programa de autosabotaje”. ¡Vaya! Casi que vamos a aplaudir a los impuntuales.


Sin perjuicio de insultar o compadecer a los procrastinadores recalcitrantes, hay que tener en cuenta que la puntualidad tiene que ver con cómo se percibe el tiempo y ahí, señoras y señores, entramos en el terreno de lo casi misterioso.

¿Han oído hablar de que todos tenemos un reloj interno? Pues, agárrense, que al parecer no solo tenemos uno sino unos cuantos (quizás tantos como órganos) y regulan los llamados ritmos circadianos. Por fortuna, tenemos un reloj principal compuesto por unas 20.000 neuronas y que nos los sincronizan todos. Está ubicado en el hipotálamo y recibe información directa de los ojos.

Pero, como nuestras neuronas se agitan más o menos dependiendo de compuestos químicos de toda índole (serotonina, dopamina, adrenalina…), va a ser que el reloj no siempre es igual de preciso y a eso debe sumársele la distorsión que, al parecer, pueda generar la percepción visual.

En 1981 se publicó una investigación muy curiosa de un tal Alton J. DeLong (esta vez es estadounidense) que demostró que espacio y tiempo están unidos gracias a un experimento por el que, cuanto menos espacio y más pequeños se veían a sí mismos los sujetos sometidos a estudio, más rápido les pasaba el tiempo. Algo parecido a lo que nos pasó a todos confinados y conscientes de un plumazo de lo que significaba la globalización.

¡Voilà! otra vez queda demostrado que los sujetos impuntuales no son unos soberbios prepotentes sino seres humanos conscientes de la enorme dimensión de su destino.

Así que ya está. Todo explicado y entendido. No hay nada de irrespetuoso ni de irresponsable. A fin de cuentas, son catorce minutejos. Quedan algo más de cuarenta días para explicar y convencer a unos votantes de la idoneidad de un programa. Da tiempo. Aunque deba hacerse evitando disensiones internas, discusiones sobre la forma y priorizando el fondo, estimulando el debate y la reflexión profunda; huyendo de etiquetas ideológicas obsoletas, generando consensos aceptados por mayorías profundas y no excluyentes, hablando de proyectos y no de personas, superando los egoísmos individuales y creando visiones colectivas…

En fin, menos mal, que algunos somos unos románticos empedernidos, fieles hasta lo ridículo y nos refugiamos en creer que sabemos distinguir el grano de la paja.

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