No hace falta enarbolar banderas, tener un determinado acento o votar en un sentido determinado. Solo tengo que esforzarme en ser sociable y hospitalaria y sentirme orgullosa y feliz de vivir aquí”

O
PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

26/05/22. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre votar en las próximas elecciones: “Me voy a inmiscuir en la política de Andalucía. Y no es algo baladí. Pero ¿sé lo suficiente de la realidad de esta comunidad para poder opinar, escoger o decidir? ¿Conozco con holgura a los candidatos cuando...

...apenas había oído hablar de ellos salvo los que habían ocupado cargos muy representativos? ¿He colaborado, trabajado, aportado lo bastante en su historia o su cultura?”.

Vecindad administrativa. Identidad andaluza

El 30 de diciembre de 2019 a las 12:12 minutos me censé en el municipio malagueño donde vivo desde octubre de ese mismo año y eso me otorga el derecho a votar en las próximas elecciones del 19 de junio.

Va a ser mi primera vez en Andalucía y estoy un tanto ansiosa. Casi tanto como cuando me estrené a mis 18 años (nada más y nada menos que con el Referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN) y eso que, durante todo este montón de años, no he dejado de asistir a ninguna convocatoria (legal) que se haya celebrado.

No estoy nerviosa por tener que escoger entre 27 posibilidades distintas. Soy muy previsible y supongo que me pasa lo que critica con fuerza Fernando Vallespín “las tomas de partido ya no se ajustan a discursos más o menos coherentes, son identitarias”. Así que es posible que ni siquiera me lea los distintos programas electorales, aunque debo reconocer que, muchas veces, lo hago para reafirmarme en mis convicciones.

Tampoco estoy intranquila por si no localizo el sitio exacto donde me toca ir a ejercer mi derecho de sufragio activo, pese a que debo reconocer que tuve que tirar de Google Maps cuando la página web del Instituto de Estadística me informó del local, distrito, sección y mesa que me correspondía y que, ni haciendo uso del muñequito amarillo que me devuelve imágenes, pude localizar el “Local Polivalente” al que hacía referencia. Intentaré seguir el rastro inequívoco de otros lugareños o, preguntaré a cualquiera convencida de que, ese día, el trato amable que siempre he recibido será la tónica habitual.

Mi inquietud es un poco más oscura, irracional o absurda, como lo son casi todos los miedos: ejecutar ese acto me va a convertir, de pleno, en ciudadana andaluza.

El artículo 5 del Estatuto de Autonomía ya establecía mi “vecindad administrativa” y me otorgaba la condición política de andaluza. Podía, incluso, ser candidata. Lo decía ese papel, pero también lo sospechaba al haber pisado a diario estas calles céntricas algo resbaladizas. Hacía un tiempo que también proclamaba a los cuatro vientos mi condición de malagueña porque había subido a La Maroma.

Pero esto ya es otra cosa. Ahora va en serio. No solo hay un supuesto derecho. Ahora voy a ejercerlo. Me voy a inmiscuir en la política de Andalucía. Y no es algo baladí.


Pero ¿sé lo suficiente de la realidad de esta comunidad para poder opinar, escoger o decidir? ¿Conozco con holgura a los candidatos cuando apenas había oído hablar de ellos salvo los que habían ocupado cargos muy representativos? ¿He colaborado, trabajado, aportado lo bastante en su historia o su cultura?

Emulando ámbitos profesionales, podríamos decir que tengo un poquito del síndrome del impostor y no he podido por menos que recordar que, una vez alguien me dijo que los catalanes tenemos una fisonomía diferente y, si bien en ese instante, yo me eché a reír ¿y si fuera cierto? ¿Y si me pararan y me dijeran: “Oiga, ¿qué se ha creído? Esto es para los andaluces”.

Habrá quien piense que es una exageración, pero nací en un lugar donde se extendió un mantra durante años que decía “es catalán quien vive y trabaja en Cataluña” y años más tarde resultó que si no comulgaba con unas determinadas ideas ya no era así. Nacionalidad e ideología se convirtieron en una sola cosa para propios y ajenos, para unos y otros y luego estábamos los que ni una cosa ni la otra; apátridas ideológicos.

Ayuda un poco el que haya coincidido este periodo electoral con la cita anual con Hacienda y aparezca que mi comunidad a efectos tributarios es Andalucía.

No crean que no hubo alguna duda al respecto. Este año, por primera vez, el software de última generación que me ayuda a cumplir con mi obligación anual me preguntó sobre mi domicilio fiscal y me descubrí un tanto perpleja sin saber qué poner.

Porque sí, desayuno aquí la mayor parte de los días, pero resulta que mi única propiedad está en el lugar donde nací y cuando uno está haciendo la declaración de la renta, la cabeza solo es capaz de pensar en términos patrimoniales no vaya a ser que, por error u omisión, acabes defraudando.

Mi supuesto error tiene base legal. Resulta que para la “todolosabe” Agencia Tributaria, empadronamiento y domicilio fiscal no es lo mismo ni tienen por qué serlo. El concepto depende del número de días que se reside en una comunidad, pero alternativamente de dónde tengas tu principal centro de intereses. Según algunos expertos “será considerada residente fiscal aquella persona física que tenga en España su centro de intereses económicos, aunque no permanezca ningún día en territorio español”.

Eso también vale para determinar a qué comunidad autónoma van a parar tus impuestos así que hay que descubrir dónde tiene uno ese “centro de interés” económico que, curiosamente, no tiene por qué ser el mismo que el político. Cómo me chirria esta evidencia en mi cabeza.

El caso es que, con mis actos, voy perfeccionando mi coherencia interna y externa, poniendo “check” en los atributos y requisitos que me van a ir definiendo. Y, ser y ejercer de ciudadana política andaluza, se acerca mucho a adquirir una identidad, es decir, un “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”.

Por eso, dispuesta a superar mi déficit psicológico, me he puesto a buscar y he encontrado una publicación del Centro de Estudios andaluces que data del año 2014 bajo el título “Ser andaluz para los andaluces” cuya conclusión fue: “la población andaluza muestra un alto nivel de pertenencia y sentimiento de arraigo a la región, reconoce rasgos identitarios propios que la diferencia de otras regiones y que consisten esencialmente en su carácter y estilo de vida abierto y acogedor, no en un hecho diferencial de tipo cultural o político que implique la exclusión de otros”.

¡Vaya! ¡Qué bien! No hace falta enarbolar banderas, tener un determinado acento o votar en un sentido determinado. Solo tengo que esforzarme en ser sociable y hospitalaria y sentirme orgullosa y feliz de vivir aquí.

Y sí, con eso sí creo que puedo identificarme, aunque vaya usted a saber con qué Andalucía pues corre el rumor de que “hay una Andalucía Alta y una Andalucía Baja, hay pervivencias de lo que fueron cuatro reinos medievales (Córdoba, Sevilla, Jaén y Granada), hay una diversidad comarcal perceptible; y el proceso podría prolongarse hasta la multiplicidad de lo individual, en último extremo” (Pedro Gómez García, “Cuestiones sobre la identidad cultural de Andalucía”. Gazeta de Antropología, 1982).

Ya voy con un poquito menos de miedo a votar el día 19 de junio.

Puede leer aquí anteriores artículos de Noemí Juaní