“Nos anuncian que en California han conseguido crear energía de fusión y algunos ya hablan de la realidad de una energía verde, más barata y casi ilimitada”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
15/12/22. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la energía: “La investigación acerca de la fusión se inició en la década de 1940 con el nombre de Proyecto Manhattan y, como nuevamente demostró la humanidad, cuando le corre prisa, es capaz de todo y solo cinco años...
...más tarde consiguieron su propósito de fusión, eso sí, un pelín descontrolada”.
Fusión futbolera
Cuando le otorgaron el Premio Princesa de Gerona a Eleonora Viezzer, una aparentemente jovencísima científica, nacida en Austria de un heladero italiano y una trabajadora filipina y que ha acabado en la Universidad de Sevilla por obra y gracia del amor; dijo que, con la financiación adecuada, podríamos ver la fusión hecha realidad en menos de 10 años.
Su optimismo se basaba en que la humanidad había demostrado que, cuando algo le apretaba, el tiempo no era un obstáculo y ponía como ejemplo la vacuna del COVID.
Siete meses más tarde de esas declaraciones nos anuncian que en California han conseguido crear energía de fusión y algunos ya hablan de la realidad de una energía verde, más barata y casi ilimitada.
Viezzer no es ni adivina ni clarividente, solo alguien lógico y conocedor de una materia que lleva más de cincuenta años estudiándose. No olvidemos que la investigación acerca de la fusión se inició en la década de 1940 con el nombre de Proyecto Manhattan y, como nuevamente demostró la humanidad, cuando le corre prisa, es capaz de todo y solo cinco años más tarde consiguieron su propósito de fusión, eso sí, un pelín descontrolada.
Sin embargo, es posible que tengamos que reducir nuestro optimismo sobre la posibilidad de poner el aire acondicionado a todo meter mientras en el exterior se alcanzan temperaturas extremas gracias al cambio climático.
Así nos lo ha dicho la directora del laboratorio de California, Kim Budil, que ha hablado de "obstáculos significativos no solo científicos, sino tecnológicos", a la hora de tener fines comerciales.
Por lo que he leído, uno de los principales escollos es encontrar el recipiente donde hacer todo eso porque no hay un material que soporte los millones de grados que se alcanzan. Por eso hablan de confinamiento, aunque gracias a Dios, no se trata de aplicárnoslo a nosotros, los seres humanos, sino al producto, que no tendrá receptáculo pero sí límites.
Tampoco es baladí tener en cuenta que hay alguna otra traba: la viabilidad comercial. Al parecer, es posible que tengamos que esperar a 2075 para ver la primera central de fusión nuclear cargando nuestros móviles de ultimísima generación. Y es que, entre otras razones, los que calculan estas cosas dicen que, antes de nada, habrá que resarcirse de los millones de dólares y euros gastados en el proceso de investigación.
No parece nimio el problema, aunque no sea mucho el espacio que necesitamos. Viezzer dice que con “una cantidad de deuterio y tritio similar a la que cabe en una cucharilla de café (2,5 gramos) podemos crear una cantidad similar de energía a la que generaría un campo de fútbol lleno de carbón (28 toneladas) en combustión”.
El símil es muy oportuno en estos días y no es difícil imaginarse un campo de futbol generando energía, aunque la misma, en lugar de estar producida por un material combustible, sea la consecuencia del entusiasmo de los hinchas.
Quizás podríamos encontrar la manera de que esa felicidad colectiva pueda canalizarse debidamente y convertirse en electricidad ¿Recuerdan la película de Monstruos, S.A. en la que una máquina infernal absorbía el miedo y también la risa de los pobres infantes para el mundo de los monstruos?
Es posible que no sea mala idea. A fin de cuentas, los efectos positivos del fervor futbolero son capaces de cambiar la economía. Lo dijo Marco Mello, un investigador de la Universidad de Surrey, quien afirmó que “ganar la Copa Mundial de la FIFA aumenta el crecimiento del PIB en al menos 0,25 puntos porcentuales en los dos trimestres siguientes”.
El supuestamente concienzudo análisis llega a afirmar que la mera expectativa del campeonato provoca crecimiento económico y pone de ejemplo las copas ganadas por Argentina en 1977 y en 1985.
Debió basarse en ese estudio la ministra argentina de Trabajo cuando pidió dejar en un segundo plano la lucha contra la inflación durante el Mundial de Qatar y, a lo mejor, lo que nos pasó a los españoles en 2010 cuando al tiempo que levantábamos la copita futbolera caíamos en una segunda recesión de campeonato con tasas de paro por encima del 20% duplicando la media europea, no es más que la excepción que confirma la regla.
En Argentina el paro no es tan alto (un 7%), pero el peso argentino ha perdido el 41% de su valor frente al dólar, la inflación roza el 100%, los bonos de la deuda cotizan al 18% de su valor de salida y la pobreza alcanza al 37,3% de la población. Así que da un poquito de grima encomendarse al resultado del Mundial, pero los políticos del siglo XXI son así, derrochadores de optimismo y fiel reflejo de los miles de argentinos que olvidándose de lo que les cuesta la cesta de la compra se lanzaron a la calle a celebrar la posibilidad de un triunfo. Igualito, igualito que las calles de nuestras ciudades en aquel lejano 2010.
Son los mismos políticos que deben poner orden en esto del cambio climático y no sería de extrañar que, volviendo al santo grial de la revelación científica, no nos pase un poco lo mismo y nos confiemos en el descubrimiento para no tener que cumplir con los objetivos de descarbonización energética. Sería un poco triste no tener humanos a los que encender las lucecitas de Navidad de la calle Larios.
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