“El consenso es más difícil, exige más tiempo y paciencia, supone tener que renunciar a cosas o diferirlas en el tiempo, conmina a un diálogo continuo y a replantearse los propios límites, se basa en escuchar y no imponer…”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

23/02/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el golpe de Estado del 23F y el disenso: “Enarbolar la bandera del disenso sería comprensible en entornos autoritarios, pero cuando se da en sistemas democráticos solo puede tener una razón: ser incapaz de entender la pluralidad...

...e interpretarla como un “todos contra mí” y no ver el matiz reduciendo la realidad a una visión maniquea”.

El 23F: un ejemplo de disenso

Leía estos días la denuncia de Macarena Olona contra sus otrora colegas ideológicos y solo así me he enterado de que los de Vox tienen una fundación a la que han puesto el nombre de Disenso porque, según ellos dicen “Defendemos el derecho a disentir de la opinión dominante” definición que coincidiría con la que nos aporta la RAE, aunque también añaden como justificación su derecho a apartarse “de la corrección política que limita libertades y derechos fundamentales” descripción que ya se apartaría un mucho o un bastante de la oficial, además de invitar a la incorrección, lo cual explica muchas cosas de los últimos debates parlamentarios.

La fundación edita una revista digital llamada La Gaceta de la Iberosfera y aquí más que reinterpretar nada, lo que hacen es inventarse directamente una palabra (y digo yo que, para alguien que se desgañita en defender la pureza del español es un tanto atrevido) con el objetivo de definir a “una comunidad de naciones libres y soberanas que comparten una arraigada herencia cultural y cuentan con un gran potencial económico y geopolítico para abordar el futuro” parte de la cual parece estar amenazada por un “proyecto ideológico y criminal” que “tiene como objetivo (…) desestabilizar las democracias liberales y el Estado de Derecho”.

Será por eso por lo que a mi mente ha acudido la experiencia más grave que yo he vivido de desestabilización de la democracia: el 23F y me ha parecido una especie de conjunción cósmica el que mi contribución semanal coincida con ese día, de manera que parecía obligada a dedicar las 600 palabras habituales al golpe de Estado, pistolón en mano, que vivimos hace 42 años, pese a que este aniversario no sea múltiplo de diez ni cinco, pero justificado en que sí es capicúa (23 02 23) lo cual, como mínimo, tiene su gracia.

Además, el evento no solo nos impactó a los españoles, sino que tuvo su importancia allende los mares, y eso queda patente cuando uno busca las efemérides de un día como el de hoy, incluso en inglés, y tan solo destacan un hecho aquel aciago 1981: “In Spain, Antonio Tejero attempts a coup d'état by capturing the Spanish Congress of Deputies”.

Lo de “coup d’état” no es una anomalía de Wikipedia. Es que en inglés no existe un término etimológicamente genuino para definir un acontecimiento como ese y eso que el Oxford English Dictionary tiene, nada más y nada menos, que 252.200 entradas en las que define 414.800 palabras lo que comparado con nuestro español (la RAE recoge 93.000 en su diccionario) nos da una idea de la grandiosidad del británico.

Pero ¿por qué iban a tenerlo si esa actividad no les concierne más que de lejos? En efecto, nuestros vecinos del Reino Unido no han sufrido en propias carnes jamás ese atentado de la democracia. Y eso que llevan desde las elecciones generales de 1885 votando a sus representantes.


Tampoco en el otro gran país de lengua inglesa, Estados Unidos, con 100 años más de historia democrática, tiene término para ese acontecimiento; aunque hay quien dice que han participado en unos cuantos ajenos y eso si no tenemos en cuenta el paseíllo al que incitó Donald Trump con la única intención de vitorear “a nuestros valientes senadores y congresistas”.

El término es francés, porque fueron estos los que lo inventaron allá por el Siglo XVII para denunciar las estrategias del rey para deshacerse de sus enemigos y no hay que confundirlo con las revueltas, motines o revoluciones; ya que, a diferencia de estas últimas, el golpe de estado cuenta con apoyo o connivencia dentro de la administración pública y las fuerzas armadas; lo cual suele dar con su segunda característica: su corta duración. Es lo que llamaríamos un pim pam pum tanto si triunfa como si falla. Si esa circunstancia no se da, la guerra civil que le sucede suele acaparar la conceptualización histórica y la asonada insurgente se diluye.

La frecuencia de estos alzamientos parece ir en aumento. Según Wikipedia hubo 24 en el siglo XIX, 114 en el siglo XX y en solo una veintena de años de esta centuria ya llevamos 32. Pero, hay que tener en cuenta que, para que haya golpe de Estado, tiene que haber una democracia y de eso no andábamos muy sobrados en nuestra biosfera en siglos pasados. Eso sí, no cantemos victoria demasiado pronto porque es posible que en un futuro acabemos contando con los dedos de una mano los países que se mantienen en un régimen político de pluralismo.

Lo han dicho los de International for Democracy and Electoral Assistance (IDEA) una organización formada por 35 países que analizan el estado de las democracias mundiales y, en su último informe nos dijeron que “El mundo se está volviendo más autoritario a medida que los regímenes no democráticos se vuelven aún más atrevidos en su represión y muchos gobiernos democráticos sufren retrocesos al adoptar tácticas para restringir la libertad de expresión y debilitar el estado de derecho”.

Me pregunto si son un indicador de repliegue democrático los debates broncos, malsonantes y demagógicos de los parlamentos o si puede marchitarse un estado de derecho bombardeando sin parar la legitimidad de sus instituciones generando la idea de que no sirven o están totalmente desacreditadas.

Quizás no, pero de lo que sí estoy segura es que la actitud democrática busca y persigue el consenso y ello porque parte de la diversidad política, la entiende y la respeta y se marca como objetivo integrar el máximo número de voces, incluyendo las minoritarias; con un talante tolerante y flexible.

Enarbolar la bandera del disenso sería comprensible en entornos autoritarios, pero cuando se da en sistemas democráticos solo puede tener una razón: ser incapaz de entender la pluralidad e interpretarla como un “todos contra mí” y no ver el matiz reduciendo la realidad a una visión maniquea.

Tampoco nos engañemos, el consenso es más difícil, exige más tiempo y paciencia, supone tener que renunciar a cosas o diferirlas en el tiempo, conmina a un diálogo continuo y a replantearse los propios límites, se basa en escuchar y no imponer… con lo fácil que sería vivir en un mundo en el que solo prevalezcan nuestras ideas al “convertirlas en dominantes” como abogan los de la Fundación Disenso.

Cuando no se tiene paciencia, cuando uno cree estar en la plena posesión de la verdad más absoluta o cuando ve enemigos en lugar de rivales políticos es cuando el disenso expresado en un pim, pam, pum parece lo más adecuado y en eso, quizás sí haya un carácter netamente ibérico, puesto que de los 184 golpes de Estado que nos refiere Wikipedia, 100 son en países de habla hispana. Vaya usted a saber si acaba existiendo una Iberosfera.

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