Pues yo no pido favores para mi sexo. Todo lo que pido de nuestros compañeros es que quiten sus pies de nuestros cuellos”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

08/03/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com en el especial por el 8M Día Internacional de la Mujer comparte un relato: “Las palabras de Almudena, lejos de tranquilizar los ánimos, lanzan a las asistentes a una polémica sobre si tenemos que hablar de sexo o de género, sobre si la igualdad se conseguirá...

...reformando todas las leyes discriminatorias o cuando se consiga un real empoderamiento que lleve a la mujer a ocupar todos los espacios públicos; si debe operarse un cambio más sustancial de todo un sistema patriarcal o se debe defender…”.

Limbo emancipador


Rosa se masajea la cadera. Su cojera le provoca ese dolorcillo sordo y continuo, pero también es un gesto inconsciente que aparece cuando algo la incomoda y en ese instante está muy, pero que muy incómoda. No entiende nada de lo que están viendo sus ojos y no sólo porque esa especie de ventana que tiene frente a sí, le muestra un mundo demasiado diferente al que ella conoce, sino porque las mujeres que, desde allí, hablan de la causa feminista lucen demasiadas joyas y no paran de enseñar todos sus dientes con sonrisas excesivas rebosantes de felicidad. No en vano ha dicho siempre que “para la mujer proletaria, el mundo entero es su casa, el mundo con su tristeza y alegría, con su crueldad fría y su tamaño crudo”.

Aparta su mirada de esa ventana y oteando a su alrededor descubre las mismas caras estupefactas y, entre todas ellas, a su amiga Clara a quien reconoce pese a que tiene el pelo totalmente blanco.

- ¡Junius! – la saluda apelando al apodo que Rosa Luxemburgo utiliza cuando escribe para la Liga Espartaquista - ¿Has visto? ¡Me han hecho caso! ¡Hoy es el Día Internacional de la Mujer!

Rosa piensa que la Zetkin siempre lo interpreta todo con un optimismo desbordante y por eso no se atreve a decirle lo que opina: que esa celebración se parece poco a lo que había pedido aquel agosto de 1910 cuando instó a que las mujeres socialistas de todas las nacionalidades organizaran cada año un Día para reivindicar “toda la cuestión de la mujer según la concepción socialista”.  Le parece demasiado festiva, demasiado aparente y vistosa, un vestido de moda que alguien se ha puesto solo para presumir.

En esos momentos, una risa llena todo el espacio y entra palmeando una mujer gordita de pelo ensortijado, vistiendo pantalones y fumándose un puro.

- Alegra esa cara mujer – le dice - La moda no es algo arbitrario. Por eso merece considerarse como una importante manifestación social y artística.
- ¿Quién eres tú? – le pregunta como si eso pudiera resolver cómo ha sabido qué estaba pensando sin haberlo expresado en voz alta.
- Una radical feminista que cree que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer – le contesta con vehemencia – Pero esto no está reñido con que nos demos una alegría al cuerpo ¿no? Yo se lo decía siempre a mi Benito, pánfilo de mi corazón: seré hija de una familia acomodada y criada en el Pazo de Meirás, pero he podido defender el fin de la obediencia, la pasividad y la sumisión de la mujer porque soy muy consciente de que “si en lugar de Emilia, me hubiera llamado Emilio, qué distinta hubiera sido mi vida”.
- No estoy de acuerdo – responde una mujer vestida con harapos que aparece en escena – Eso se puede cambiar.  “Yo, Hiparquía, no seguí las costumbres del sexo femenino, sino que con corazón varonil seguí a los fuertes perros. ¿Crees que he hecho mal en consagrar al estudio el tiempo que, por mi sexo, debería haber perdido como tejedora?”.

La mayoría de las presentes arruga la nariz. No es ese el ideal de liberación de la mujer que han imaginado y reivindicado. Así que se hace un silencio incómodo que acaba rompiendo una morena de nariz aguileña, pómulos pronunciados, ojos verdes y sonrisa inteligente.

- Tu no sé, pero yo “soy terriblemente codiciosa; lo quiero todo de la vida. Quiero ser mujer y ser hombre”.


Simone se calla que, bajo esa petición, palpita el corazón de una mujer terriblemente enamorada del filósofo más pesimista-optimista de la historia y, pese a lo cual, nada le impide defender una nueva mujer liberada sexualmente, alejada de la maternidad y del rol reproductivo.

- “La mujer es una persona en igualdad con el hombre, y no se trata de superar a éste ni imitarlo, sino de complementarlo, porque la mujer no viene a ocupar el rol del hombre, sino que tiene que estar con el hombre en complemento”.

Lo ha dicho María acariciando a uno de sus gatos y forzando un acento malagueño que, en realidad perdió siendo apenas una niña, cuando empezó viajando a Segovia y acabó en Madrid, después de haber pasado por Barcelona, Bilbao, México Nueva York, Roma, París o La Habana. Será por esa historia viajera por la que la principal estación de tren de mi ciudad adoptó su nombre.

Se oyen unos cuchicheos que se van extendiendo como un rumor creciente y acaba en discusión descontrolada entre todas las presentes cada una defendiendo ese cachito de su razón, aunque todas convencidas de que no les ha tocado la mejor posición en la historia.

- ¡A ver! ¡A ver! – suena la voz grave de una chulapa castiza que rebosa hermosura en un cuerpo grande – “Ser una mujer es tener piel de mujer, dos cromosomas X y la capacidad de concebir y alimentar a las crías que engendra el macho de la especie. Y nada más, porque todo lo demás es cultura”.

Pero las palabras de Almudena, lejos de tranquilizar los ánimos, lanzan a las asistentes a una polémica sobre si tenemos que hablar de sexo o de género, sobre si la igualdad se conseguirá reformando todas las leyes discriminatorias o cuando se consiga un real empoderamiento que lleve a la mujer a ocupar todos los espacios públicos; si debe operarse un cambio más sustancial de todo un sistema patriarcal o se debe defender una especificidad diferenciada de lo femenino y ponerlo en valor para evitar acabar pareciéndose a los hombres; si no es posible ser feminista sin defender la igualdad de clases, la libertad o el ecologismo; si debemos defender un sistema de cuotas o espacios seguros y segregados…

- Pues yo no pido favores para mi sexo. Todo lo que pido de nuestros compañeros es que quiten sus pies de nuestros cuellos.

La viejecita que ha hablado es pequeña y delgada. Lleva unas gafas de pasta negras y viste una toga negra. Su acento de Brooklyn la delata, aunque tantos años ocupando el estrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos lo han disimulado. A su lado a Olympe de Gouges se le escapa una sonrisita.

- A mi me hubiera ido mejor si me hubieran puesto el pie en lugar de la guillotina.

Y es entonces cuando todas enmudecen. Las diferencias ideológicas o los matices filosóficos se disuelven ante la pasmosa evidencia de una cabeza rodando.

Los espectros fantasmales van desapareciendo, sabiendo que han colaborado un poquito o un mucho a que algunas mujeres, todavía una minoría, sientan y sepan que la sumisión no es una opción y que hay un largo camino a recorrer.

La habitación queda vacía, pero la televisión sigue encendida ofreciendo datos y cifras que corroboran esa realidad, aunque siga siendo negada por algunos vivos.

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