Que los países o los territorios tengan la capacidad legal para establecer una fiscalidad propia no siempre exonera a quien lo practica del calificativo de competencia desleal o de lo que en España se ha denominado dumping fiscal”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

09/03/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el patriotismo: “A mí no me debieron inocular el gen del nacionalismo y por eso, oír hablar de patriotismo no me ayuda a comprender la mayoría de las acciones humanas. Sin embargo, sí creo entender qué significa el principio de coherencia,...

...es decir, aquel que nos permite actuar de forma consistente con nuestra forma de pensar o de nuestros actos previos, aunque esto signifique ir en contra de nuestro interés personal”.

Patriotismo

Estos días, a cuenta de la deslocalización de Ferrovial, muchos han hablado de falta de patriotismo para descalificar esa decisión.

La multinacional, de manera inmediata, se ha lanzado a intentar defenderse de esas acusaciones a través de sucesivos comunicados y me ha llamado la atención el que puede verse en twitter y que se encabeza con el texto “Ferrovial, comprometidos con España”.

La infografía animada no tiene desperdicio y debe haber tenido a gurús de la comunicación de sueldos estratosféricos, íntegramente dedicados a su creación. Podemos analizarla pasito a pasito.

Primero, insinúa que la decisión todavía podría cambiar y que no depende de los directivos “El Consejo de Administración someterá a votación durante una junta de accionistas el cambio de domicilio legal de la cabecera del grupo a Países Bajos” a ver si así desvían la crítica hacia un futuro que pueda quedar oculto bajo el borrador implacable de la pérdida de novedad añadido a que el responsable no es alguien con nombre y apellidos sino una masa difusa y poco reconocible.

Continúa justificándose, recordando que su patria iba más allá de las fronteras (“proyección internacional”, “líder en infraestructuras en Norteamérica”) diluyendo el carácter español y mostrando imágenes del planeta tierra o el mapamundi que nos lanzan a esa idea más humana que patriota sobre la globalización.

Insisten en la necesidad de alcanzar “mayor visibilidad y captación de inversores” con un señor de gafitas atrapado en gráficos bursátiles, porque es la imagen de la racionalidad más absoluta en la toma de decisiones.


Por último, pretende tranquilizar hablando de mantener el empleo, su cotización en IBEX35 y su capacidad inversora y tributaria en España y, mientras tanto, aparecen obreros de una carretera en construcción con sus chalecos fluorescentes y su casco protector (que debe ser la imagen más pura de un español).

Así entienden ellos su compromiso con España y su nivel de patriotismo. Sin embargo, cuando yo pienso en un patriota, la imagen que me sobreviene, inevitablemente, es la de la película de Mel Gibson y he intentado encajar en la casaca oscura y el bicornio de soldado al Sr. Del Pino.

No me culpen. Muchos de nuestros referentes culturales vienen de la mano del cine y a veces no tengo más remedio que echar mano de esas fuentes porque no siempre los encuentro escarbando en mis orígenes.

Volviendo a la película y por si alguno no la ha visto, relata la historia de un padre viudo con siete hijos que se involucra en la Guerra de la Independencia americana y acaba matando al malo malísimo de casaca roja. Lo cierto es que el soldado americano que lucha contra los casacas rojas pudo ser un valiente guerrero; pero sus motivaciones estaban lejos de la definición que hace la RAE del patriotismo “Persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien”. La verdad de la verdad es que evita todo lo que puede ir a la guerra y acaba metiéndose, únicamente, para vengar la muerte de su hijo.

Y es que eso de dejarse la piel por el lugar donde uno ha nacido; quizás sea lo que se espera de los buenos patriotas, pero seguramente exige una dosis mayor de comunión que los vínculos jurídicos o históricos que nos relacionan con nuestra tierra natal o adoptiva.

Seguramente tiene razón Victor La Puente en su columna de El País Empresas cuando rechaza esa crítica porque “no une a los ciudadanos en torno a la patria, sino que los divide entre patriotas y traidores”.

El politólogo considera que esa decisión, acertada o no, forma parte de las reglas del juego de espacio común europeo que, en un contexto de libertad de movimientos, se vanagloria de que cualquier empresa pueda establecerse y comercializar libremente entre los distintos países miembros sus productos o servicios una vez éstos hayan pasado los controles de calidad.

El mercado único está lejos de ser un único país, pero en términos de economía y de libre circulación de servicios, productos y personas, sí se parece bastante. También en eso de que cada territorio tiene un margen amplio para ofrecer beneficios fiscales que lo hagan más atractivo como destino para personas sean estas físicas o jurídicas, como nos ocurre entre las Comunidades Autónomas de nuestra querida España.

Por eso, no es de extrañar que las personas, físicas o jurídicas, queden seducidas, fascinadas y embaucadas por esa extensa oferta que tiene una clara traslación a números, a ganancias y a beneficios y no ha sido difícil encontrar quien ha justificado la decisión de Ferrovial en su deber como empresarios de conseguir para su empresa la máxima rentabilidad.

Pero que los países o los territorios tengan la capacidad legal para establecer una fiscalidad propia no siempre exonera a quien lo practica del calificativo de competencia desleal o de lo que en España se ha denominado dumping fiscal.

Tampoco el hecho de que las empresas puedan decidir libremente donde establecerse, máxima incuestionable de nuestro sistema económico, es suficiente para aplaudirlo.

A mí no me debieron inocular el gen del nacionalismo y por eso, oír hablar de patriotismo no me ayuda a comprender la mayoría de las acciones humanas. Sin embargo, sí creo entender qué significa el principio de coherencia, es decir, aquel que nos permite actuar de forma consistente con nuestra forma de pensar o de nuestros actos previos, aunque esto signifique ir en contra de nuestro interés personal.

Ese es el verdadero compromiso que debiera exigirse a personas físicas o jurídicas.

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