“Sin embargo, ¿y si lo que ocurre es que tenemos un reloj biológico interno de carácter colectivo que nos dice que nos queda poco tiempo?”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
11/05/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la aceleración del ritmo de vida: “Por un lado, son los factores económicos: si para aumentar los beneficios tenemos que ser capaces de producir y consumir más en menos tiempo, habrá que correr. También hay factores culturales: la...
...satisfacción inmediata por encima de la diferida. Pero, no hay duda de que todo ello ha venido impulsado por los cambios tecnológicos que es como la revolución industrial, pero a velocidad 2 o 3 o 4”.
BEEP BEEP
A veces, cuando era niña y me sentaba frente al televisor observaba con desesperación como una bola del mundo giraba sobre si misma anunciando el telediario. Sabía, porque la pregunta se había producido en muchas ocasiones, que iba a tener que esperar treinta larguísimos minutos a que acabase y ver, por fin, los dibujos animados.
Después, cuando más feliz estaba viendo al lindo gatito sufrir ante la mirada impasible de Piolín aparecía Porky o Bugs diciendo aquello de “Eso es todo, amigos” y el significado profundo de la relatividad del tiempo me daba un bofetón.
En efecto, las cosas pasaban rápido o se veían sometidas a una insoportable lentitud dependiendo de mi grado de satisfacción o de mis expectativas sobre lo que tuviera que venir; aunque, a medida que crecí, me di cuenta de que también era proporcional a mi edad: cuanto más mayor, más rápido.
Pero soy una mujer de mi tiempo y además “de manual”, de manera que he caído en la trampa mortal de la aceleración: nunca escucho una nota de voz a menos de 1,5, fui feliz el día que descubrí que Youtube también puede ponerse al doble de velocidad y ahora, el segundo libro que siempre llevo entre manos está entre mis orejas en la versión audible que también se deja aligerar.
Las primeras veces que incrementé el ritmo de un audio, la voz que escuché sonaba, sin duda, distorsionada y casi ridícula si no fuera porque también generaba cierta incomodidad al parecer enfadada e imperiosa.
Ahora, ni siquiera soy consciente. Lo descubrí el otro día cuando, enseñando a unas amigas la APP que utilizo para escuchar libros, me obligaron a bajar la velocidad. El ritmo que entonces descubrí en el juglar moderno que me leía, me pareció absurdamente lento.
No sé si me gustó esa revelación, pese a que esa opción me abre la posibilidad de hacer más cosas en el mismo espacio de tiempo y a que es fácil ampararse en que soy una más del montón (si no la funcionalidad no existiría) y un estereotipo de la sociedad en la que vivimos.
Correr desenfrenadamente puede ser útil si solo vas a vivir unas semanas como les pasa a las hormigas (son el tercer animal más veloz de la tierra proporcionalmente hablando, claro está) y no es necesario que nuestro ritmo sea el de esas tortugas centenarias; pero tiene poca lógica acelerar sin parar atendiendo al hecho de que la esperanza de vida de los seres humanos va aumentando de año en año.
Hay explicaciones serias que dan respuesta a esta paradoja. Por un lado, son los factores económicos: si para aumentar los beneficios tenemos que ser capaces de producir y consumir más en menos tiempo, habrá que correr. También hay factores culturales: la satisfacción inmediata por encima de la diferida. Pero, no hay duda de que todo ello ha venido impulsado por los cambios tecnológicos que es como la revolución industrial, pero a velocidad 2 o 3 o 4.
Sin embargo, ¿y si lo que ocurre es que tenemos un reloj biológico interno de carácter colectivo que nos dice que nos queda poco tiempo?
Cuando hace más de 50 años aparecieron los primeros científicos alertando del cambio climático, la mayoría de los receptores difícilmente iba a verlo con sus ojos (lo del amor supremo de los padres es muy relativo cuando se trata de escoger entre darte de comer hoy o garantizar que lo haces cuando ya seas viejo) y por tanto no daba miedo.
Pero para que el miedo actúe como elemento catalizador de cambios, no solo es necesario tenerlo cerca. Los seres humanos somos capaces de neutralizarlo o bien por habernos acostumbrado o por saberlo inexorable.
Basta mirar el reloj digital de algunas plataformas que, aunque no coincidan exactamente (https://climateclock.net/ dice que nos quedan 8 años para la irreversibilidad del cambio climático mientras que https://climateclock.world/ nos habla de 6 años) tiene diferencias poco significativas cuando de lo que hablamos es del posible exterminio de la humanidad o, al menos, de buena parte de ella.
Nada de eso es suficiente para que haya manera humana de ponerse de acuerdo en las medidas para combatirlo y eso, por no hablar de los negacionistas.
Las razones son muchas. En los países más pobres o en vías de desarrollo se resumen en la prioridad del “pan para hoy”. En los países más ricos, nuestra hogaza es de importación, está cocinada por los mejores chefs y nos la tomamos con mantel blanco y cubiertos de oro o plata; mientras vemos siete u ocho capítulos de nuestra serie preferida.
En mi caso, la serie que me pongo son uno de mis dibujos preferidos. El que contaba la historia de un coyote que perseguía al correcaminos para comérselo.
Por más veloz que fuera, el pajarraco de sonrisa permanente, siempre lo superaba. Pero muchas veces, la partida la ganaba porque el correcaminos era capaz de detenerse en la punta misma del precipicio, mientras que el coyote, ciego por querer aumentar su velocidad, se precipitaba al vacío.
Y me pregunto si los seres humanos seremos el ave veloz que sabrá parar a tiempo o lo último que oiremos es un BEEP BEEP.
Y eso será todo, amigos.
Puede leer aquí anteriores artículos de Noemí Juaní