Lo que ya no sé es si el creciente resultado de la extrema derecha no solo en España sino en Europa es ola de tendencia o simple ceguera que nos impide ver que su apariencia demócrata (a fin de cuentas, concurren a unas elecciones) oculta una ‘res auctoritaria’”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

08/06/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com propone unas nuevas gafas inteligentes aplicadas a la política: “Abogo así por unas gafas que vayan aplicando a nuestra realidad las diferentes propuestas que aparecen en campaña y comprobar sus efectos. No se trataría solo de verificar si...

...determinadas políticas son posibles sino también de constatar qué posibilidades han generado o han frustrado”.

Miopía sideral

Ha salido al mercado un nuevo invento que va a suponer un antes y un después en la percepción de nuestro entorno. Se trata de unas gafas de realidad mixta, es decir, un aparatito que tiene la capacidad de combinar imágenes reales con otras del mundo virtual.

Las ha creado Apple y, aunque es cierto que ya existen en el mercado otras marcas y modelos (la última de Meta, su gran competidor) el prototipo de Tim Cook, como casi todo lo que crea esta empresa, da un paso más hasta el punto de que han dicho que no son unas “gafas” sino un “computador espacial” y quizás no sea tan extraña esa afirmación.

Es cierto que la forma se parece demasiado al “utensilio formado por dos lentes encajadas en una montura que se apoya en la nariz y se sujeta o bien a las orejas o bien por detrás de la cabeza” que define la RAE; sin embargo, ¿es suficiente con una apariencia física para determinar qué es una cosa? Descartes decía que no, pero él estaba intentando definir al ser humano y no a unos simples anteojos (que es lo que tenían en la época), por eso necesitaba de la “res extensa” y la “res cogitans”.

Unas gafas tienen como función principal corregir defectos de visión y el invento de marras no parece que sirva para eso, aunque alguna de sus utilidades consiste en ver cómo te va a quedar la ropa sin necesidad de pasar por el engorroso y molesto momento de entrar en el probador cargado de perchas y desvestirte y vestirte en un minúsculo espacio y eso, no me negarán, corrige un defecto muy humano: el que nos lleva a transferir los atributos de la modelo al vestidito y creer que nos va a quedar igual de monísimo que en la foto.

De todas formas, revolotea sobre el último cacharrito de Apple la duda existencial de si será capaz de conseguir hacerse un buen hueco en el mercado porque su precio, por encima de los 3.500 € y el hecho de que no está ligada a ninguna funcionalidad que despierte el fervor entre las masas; pueden convertirlas en algo prescindible.


Como soy una gran fan de casi todos estos artilugios tecnológicos, me he puesto a pensar en cual sería la “killer app” que hiciera imprescindible tener este invento y me he dado cuenta de que sí sería una buena herramienta para el político moderno y para los sufrientes electores.

Abogo así por unas gafas que vayan aplicando a nuestra realidad las diferentes propuestas que aparecen en campaña y comprobar sus efectos. No se trataría solo de verificar si determinadas políticas son posibles sino también de constatar qué posibilidades han generado o han frustrado.

Debates sobre la educación, los impuestos, el medioambiente o el funcionamiento de la administración de justicia podrían argumentarse con mayor conocimiento porque las mejoras en esos ámbitos no tienen una visibilidad dentro de una misma legislatura.

A la inversa también ocurre. Optar por determinadas políticas no tiene por qué suponer que tus libertades se vean restringidas de manera inmediata, pero sí pueden hacer mella e ir deteriorando poco a poco una realidad hasta que llega un día en el que, sin darte cuenta, te has quedado sin derechos.

Y es que la política, sin más herramienta que la del intelecto humano, se enfrenta a dos grandes dificultades.

Por un lado, la que afecta a los políticos y que supone que sus propuestas parten de un determinado contexto social o económico que inmediatamente va a cambiar por el efecto de su propia acción.

Por otro lado, la que afecta a los electores, esos sujetos que deben ser capaces de tomar una decisión cuyas consecuencias quizás no puedan disfrutar.

Y, como si de una operación matemática se tratase, las dos premisas anteriores generan un único resultado: la llamada política cortoplacista, esa amalgama de consignas miopes tan fáciles de lanzar en twitter, tan bien aplaudidas por una mayoría de votantes y tan rápidas de olvidar.

Hay quien añade otro elemento en esa ecuación: las olas de tendencia ideológica que, al parecer, sin perjuicio del efecto que puedan tener la competencia política, el liderazgo, las campañas y los sistemas electorales; pueden afectar en el voto.

Una ola de tendencia es la secuela colectiva de un fenómeno por el que una persona ajusta su comportamiento, creencias o actitudes para adaptarse a las normas y expectativas sociales del grupo al que pertenece. Las motivaciones pueden ser variadas: el deseo de ser aceptado, evitar el rechazo social, la creencia de que el grupo tiene información o conocimiento superior, o simplemente la presión de seguir el comportamiento de la mayoría, pero lo importante es saber que, pese a que todos nos creemos únicos y resistentes, se ha llegado al caso de adoptar opiniones o comportamientos que difieren de las propias creencias o percepciones con el fin de ajustarse al grupo.

Lo que ya no sé es si el creciente resultado de la extrema derecha no solo en España sino en Europa es ola de tendencia o simple ceguera que nos impide ver que su apariencia demócrata (a fin de cuentas, concurren a unas elecciones) oculta una “res auctoritaria” porque los atributos del modelo no se traspasan automáticamente al usuario.

Por eso, aunque las pseudo gafas de Apple ya están a la venta, me temo que la funcionalidad solicitada no va a llegar para nuestra próxima contienda electoral y, por tanto, habrá que confiar en la “res cogitans” de nuestros congéneres.

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