Lo peor, sin embargo, está en aquellos que, sin vergüenza ninguna y con un claro propósito calumniador, comparan los impuestos con un robo”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

22/06/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre los impuestos: “Tuve hace tiempo una conversación sobre el sistema impositivo español que acabó abruptamente cuando mi interlocutor argumentó que estaba en contra del sistema público porque era mejor dejar en manos de...

...los individuos y de su libertad dónde y como gastar el dinero que ganaban y para aquellos que no ganasen suficiente, debíamos pensar en la capacidad de ser caritativos”.

Duros a cuatro pesetas

Finales de junio es una fecha que despierta pasiones. Cuando éramos niños, el sentimiento era de alegría porque se acababa el cole y se iniciaba un periodo en el que día sí, día también, íbamos a la playa. Siendo adultos, nos embargan otras pasiones porque, entre otras cosas, se cierne sobre nuestras cabezas la fecha última para presentar nuestra declaración de la renta.

Si estuviéramos en Francia ya habríamos pasado el mal trago, su fecha de vencimiento es mayo; mientras que Alemania todavía lo retrasa algo más, 31 de julio; pero es posible que, para algunos, la situación más envidiable sea la de Arabia Saudita, Qatar o Bahréin, donde no existe impuesto sobre la renta de las personas físicas, al menos, para los ciudadanos sauditas, qataríes o bahreiníes. Tener bajo tus pies la fábrica de imprimir petrodólares tiene esas ventajas, oye.

Así que el resto de los países que no tienen ese maná subterráneo, tenemos que recurrir al método del impuesto sobre la renta para sufragar gastos públicos.

Y aquí es donde empieza la gresca.

Tuve hace tiempo una conversación sobre el sistema impositivo español que acabó abruptamente cuando mi interlocutor argumentó que estaba en contra del sistema público porque era mejor dejar en manos de los individuos y de su libertad dónde y como gastar el dinero que ganaban y para aquellos que no ganasen suficiente, debíamos pensar en la capacidad de ser caritativos, muy propia de los seres humanos, pero igualmente supeditada a ese valor supremo de la libertad.

Imposible continuar ningún diálogo con quien piensa así. Me recordó al día en el que me pararon unos mormones para hablarme de su fe y cuando les confesé a la primera pregunta que era atea (ni creyente, ni agnóstica) se despidieron amablemente dándome por perdida. Era lógico, si al menos crees en algo, cambiar de proveedor es posible, pero si no cumples con la primera premisa, es una tarea inútil.

Alguien que no se identifica en la palabra público, que no se reconoce dentro del concepto o que siempre habla de sí mismo y de lo público como entes diferenciados, puede dejar de leer inmediatamente estas líneas (ilusa, ni siquiera los tienes entre tus lectores), pero si hay cierta concesión a que las carreteras, los hospitales, las escuelas, la policía o los jueces deben ser financiados por todos porque nos prestan servicio a todos, entonces podemos continuar.


El problema real es que la premisa básica de la que partimos se bifurca en cientos de opiniones.

Las más burdas: las que consideran que los servicios solo pueden prestarse a quien los ha financiado, que es como pretender que los impuestos sean una especie de ingreso de capitalización privada y no entender que lo público se refiere a “todos” y no a “algunos”.

Las más refinadas: las que matizan su anuencia según el servicio que se preste porque una cosa es destinar 820 millones de euros a la compra de ocho helicópteros MH60-R, modelo ‘Multi-Misssion Multi-Role Helicopter’, apodados ‘Romeo’, de fabricación estadounidense y esenciales ante un ataque con submarino; y otra destinar el mismo dinero a la educación de las 208.993 niñas escolarizadas en el primer ciclo de educación infantil en escuelas públicas y concertadas (según datos del ministerio de educación para el curso 2022-2023 y partiendo de que, según la Federación de Sindicatos Independientes de Enseñanza (FSIE) el gasto público en educación por alumno y año es de 4.001 euros en nuestro país).

Pero, lamentando decepcionar a más de uno, también me resisto a condicionar el pago de mis impuestos a este tipo de consideraciones, aunque pueda ser muy oportuno debatirlo e incluso imperioso hacerlo durante una convocatoria electoral.

Después están aquellas opiniones que, aparentemente, no niegan la mayor, es decir, la necesidad de pagar impuestos, pero si discuten el montante.

Este grupo de opinadores a veces se arrogan conocimientos extensos sobre la fiscalidad en otros países, aunque los datos reales nos demuestran que la presión fiscal, es decir la ratio que mide la suma de impuestos y contribuciones sociales con respecto al PIB, en España es del 38,4% situándose por debajo de la de Dinamarca, con el 46,9%, de la de Francia, con un 45,1%; la de los Países Bajos, 39,7% o la de Alemania, con el 39,5% por poner algunos ejemplos.

En concreto, los impuestos sobre la renta de las personas físicas suponen el 23,7%, frente al 24,1% de media de la OCDE y también es menor el impuesto sobre sociedades cuyo peso en la recaudación fiscal de España fue del 5,3%, frente al 9% de media de la organización internacional.

El debate, al final, es estéril porque como se hurta la finalidad para la que los impuestos están previstos la discusión se reduce a un número que, pese a parecernos objetivo, es absolutamente relativo y es que nadie da un duro por cuatro pesetas.

Lo peor, sin embargo, está en aquellos que, sin vergüenza ninguna y con un claro propósito calumniador, comparan los impuestos con un robo. Es posible que no se merezcan ni un mínimo de consideración, pero frente a estas podríamos proponer que la campaña anual de la renta aplique las técnicas publicitarias propias de las asociaciones de ayuda o caridad en las que se apelan a los sentimientos de las personas.

Algo así como “Con 676 euros de tu contribución evitarás que un español enferme de sarampión, rubéola, parotiditis, varicela o meningitis provocada por meningococo ACWY” o “Con 80 euros de tus impuestos has ayudado a construir un centímetro de la carretera de los Montes de Málaga”.

Quizás así evocaremos las emociones más profundas como la empatía, la compasión o la solidaridad. Tal vez, incluso, hasta el patriotismo.

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