“Este soberanismo fascista de nuevo cuño convive a las mil maravillas con la idea de la UE y de sus fondos europeos. Se mueve con comodidad en los pasillos de las instituciones europeas porque el mensaje es que el enemigo está fuera”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
26/10/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre Europa: “Nos hemos topado con un mundo multipolar en el que el aumento de la influencia de otras potencias más allá de la bipolaridad endémica y la creciente consideración del uso de la fuerza como un recurso válido para...
...casi todo; se producen en un contexto en el que la Unión Europea sigue siendo incapaz de establecer una política exterior común y tiene una capacidad militar que tiene más valor para la compraventa que para cualquier otra cosa”.
Mi agujero de avestruz
Los que, como yo, no tenemos el gen del patriotismo insertado en nuestro ADN teníamos una fórmula muy manida para escapar de las discusiones nacionalistas: nos declarábamos europeístas y así no había que posicionarse a favor de unos u otros.
Aunque a muchos, eso de la equidistancia, les sonaba a la actitud del avestruz escondiendo la cabeza en un agujerito, desde mi punto de vista, eso me permitía salir indemne de una batalla campal entre trapitos de colores enarbolados con más o menos pasión con la que, lo siento, jamás podré sentirme identificada.
Más allá de esa utilidad, proclamarse europeísta actuaba como faro luminoso en disquisiciones sobre las mejores políticas en un momento u otro: nuestra permanencia en la OTAN, las reformas agrarias y pesqueras, la privatización de empresas clave en determinados sectores… Parecía que te erigías en un plano superior, por encima de consideraciones arcaicas y suponía hablar de un futuro mucho más estimulante que el que teníamos a nuestro alrededor.
No importaba que estuviéramos en plenos años 80, hervidero de cambios en una España que se dio la vuelta como un calcetín, porque esa súper transformación de la que nos hablaban nuestros políticos locales, en realidad, solo era ponernos a la altura, hacer los deberes a destiempo o recuperar lo que nos correspondía. Quizás por eso, pese a las grandes ventajas de las que hablaba antes, me atrevería a afirmar que los españoles europeístas hemos vivido con cierto complejo de llegar tarde o de ser el último de la fila.
Es cierto que, según el eurobarómetro, los españoles, en general, se sienten europeos, pero la mayoría, hace cuatro meses, no tenían ni idea de que íbamos a ostentar la Presidencia de la U.E. y eso no ha cambiado mucho, porque tampoco recuerdo explosiones de júbilo cuando la ocupamos por primera vez aquel 1989.
No debe ayudar a sentirse orgulloso del cargo, saber que esa presidencia solo dura seis meses y se va sucediendo de manera rotatoria, pero seguramente influye más el lío monumental de organismos con capacidad de decisión que tienen sus respectivos presidentes (la comisión europea, el consejo europeo y el parlamento europeo) a lo que se añade el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad donde la devoción española por Europa de la que nos hablan las estadísticas está mejor representada en la medida que, pese a haber tenido únicamente cuatro nombramientos, dos de ellos han sido o son españoles.
Sin embargo, la abstención española en los procesos electorales europeos (más del 50%) casi duplica la que se da en comicios nacionales y es de las más bajas del grupo primigenio de 10 al que nos unimos aquel lejano 1986. Solo nos supera Francia, Países Bajos y Reino Unido; aunque, como han entrado bastantes países más con índices de europeísmo escandalosamente bajos (Eslovaquia, Chequia, Polonia, Eslovenia, Croacia, Hungría o Letonia tienen niveles de abstención que superan el 70%) tenemos una discreta posición media en la tabla.
Los europeístas podíamos ser cada vez menos, pero fe no nos faltaba. Creíamos en logros como el programa Erasmus o ¿por qué no? en la eliminación definitiva del roaming; aunque teníamos que pasar de puntillas cuando el tema derivaba hacia el extraño espacio Schengen que nunca fue netamente europeo y tiene más de frontera frente a otros que de libre circulación de personas; o cuando llegó la moneda única que multiplicó el debate sobre el soberanismo económico en Reino Unido y acabó, entre otros motivos, con el conocido Brexit.
Los europeístas llegamos a sacar pecho y respirar aliviados cuando en plena crisis pandémica se mostró coordinación en políticas tradicionalmente de competencia nacional como la sanitaria, y se suspendieron las reglas fiscales sobre déficit, deuda e inflación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que nos habían puesto un pie sobre el cuello en aquellos días posteriores a la crisis financiera del 2008, al tiempo que inyectaban 750.000 millones de euros bajo una marca que casi nos tatuamos en la piel (Next Generation)
E, incluso, los europeístas no veganos reprimimos nuestra expresión de asco y aplaudimos con firmeza la autorización de la venta de larvas de gusano y grillos como alimento en territorio europeo como un paso adelante en favor del medio ambiente. Nada más y nada menos.
Por fin Europa adquiría ese sentido de “un mundo mejor”.
Pero la sabiduría popular dice que la alegría de la mañana es tristeza de la tarde y la dicha iba a ser breve.
Si la guerra en Ucrania volvió a recordarnos, como ya ocurrió en la Guerra de los Balcanes, que se nos puede montar la marimorena en el mismo patio trasero de casa sin que el llamado “poder blando”, basado en un despliegue de política y diplomacia, pueda hacer nada; el conflicto palestino israelí (o la consecuencia de haber barrido ocultando el resultado bajo la alfombra a ver si, por uno de esos milagros, desaparecía por sí sola) le propina la estocada final a una Unión Europea que, una vez más, se ha visto superada por una situación que no ha previsto y no tiene los medios para contrarrestar.
Lo de menos es que se produzcan declaraciones totalmente contradictorias que solo pueden ser acalladas con desautorizaciones tan surrealistas como que la presidenta del organismo que tiene como función velar por los intereses generales de la UE hablaba en nombre propio y no representaba a nadie.
Lo importante es que nos hemos topado con un mundo multipolar en el que el aumento de la influencia de otras potencias más allá de la bipolaridad endémica y la creciente consideración del uso de la fuerza como un recurso válido para casi todo; se producen en un contexto en el que la Unión Europea sigue siendo incapaz de establecer una política exterior común y tiene una capacidad militar que tiene más valor para la compraventa que para cualquier otra cosa. Así que se limita a esbozar tímidas recriminaciones a los protagonistas de una catástrofe humanitaria sin precedentes.
Mientras tanto, miro estupefacta el auge de la extrema derecha no solo en las más remotas Hungría o Polonia, sino en países tan esenciales para el sueño europeo como Italia, con un Gobierno presidido por Meloni, sin descartar la constante amenaza de Le Pen en Francia o de la AfD en Alemania.
Este soberanismo fascista de nuevo cuño convive a las mil maravillas con la idea de la UE y de sus fondos europeos. Se mueve con comodidad en los pasillos de las instituciones europeas porque el mensaje es que el enemigo está fuera y va ocupando las estructuras de poder con la ayuda de todos los que normalizan su presencia pactando con ellos para alcanzar el poder regional.
Así que mi europeísmo se tambalea al tiempo que me ilumina la “verdad” de antiguas fakes dañinas:
- El europeísmo no tiene por qué ser índice de progreso ni acorde con el respeto por los derechos humanos.
- Comer proteína animal puede ser coherente con el medio ambiente.
- Y los avestruces nunca han hecho un agujero para esconder la cabeza ¿por qué habrían de hacerlo si son capaces de correr a más de 70 km/h y pegar patadas poderosas con sus garras afiladas?
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