“De nada me sirve saber que el votante de la extrema derecha, aunque ahora deje de vocear para perseguir siglas que auguran el final de la fiesta, es estadísticamente joven, hombre y está pillado por las redes sociales”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
11/07/24. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre los votantes de extrema derecha: “Con esto de las nuevas tecnologías, a las 24 horas de unas elecciones sabemos lo que han votado nuestros vecinos. Así que, cada vez que me cruzo con uno en las escaleras, mi corazón...
...palpita pensando si será uno de esos votantes que enarbola la bandera con el mismo furor que despotrica de emigrantes o desprecia la preocupación de que mi desarrollo profesional tope con un techo de cristal de cientos de años de profundidad”.
Cordón sanitario a mi vecino del quinto
Ya podemos respirar tranquilos: el cordón sanitario ha funcionado.
Otra vez.
La tercera. Lo habíamos vivido en 2002 y en 2015.
Pero no creo que podamos decir que “la troisième sera la bonne” al menos, si lo pensamos en nuestro español más castizo, porque significaría que va la vencida. Y aquí, vencer, lo que se dice vencer, no tengo muy claro quién lo ha hecho, y mucho menos hablar de nada definitivo.
Hasta hace bien poquito todo parecía un voto protesta, un coscorrón para ver si así se espabilaba. Y, como el sistema francés es precavido y está estructurado de manera que incentiva lo de “réfléchis à tête reposée” haciéndoles votar dos veces lo mismo con apenas unos días de diferencia, todo parecía volver al redil.
Pero, la realidad del número de votos obtenidos nos lleva a otro panorama.
En las elecciones europeas, el partido de Le Pen obtuvo más de 7 millones de votos. En la primera vuelta de las legislativas francesas, superó los 9 millones. En la segunda vuelta, perdió algunos de esos votos, pero unidos a los de la UXD (Union de l'extrême droite) han superado los diez millones de personas.
Esto no parece un calentón, ni que sirva de mucho lo de mantener “la tête froide”. Y si aparentemente no ganó fue porque el sistema de asignación de escaños hizo posible relegarlos a la tercera posición; dejando un parlamento en el que ningún partido tiene peso suficiente para gobernar.
A mí, lo de que tengan que negociar entre los de NFP y Ensemble, no me parece mal; pero seguramente va a ser más difícil que en las anteriores ocasiones. Porque, pese a esa imagen de inconformismo luchador, la resignación, sobre todo cuando se trata de conseguir el poder, está en el ADN de la izquierda y el voto cedido a la derecha, como ocurrió con Chirac o Macron, fue estable. Ahora habría que pedirle a la derecha que claudicase. Sin embargo, sabemos que muchos candidatos de la coalición presidencial eliminados en la primera vuelta se negaron a pedir el voto para los miembros de Francia Insumisa, poniendo al mismo nivel la formación de Mélenchon y la extrema derecha (discurso que, por cierto, tiene un gran número de adeptos) y eso se tradujo en una gran abstención de los votantes de la coalición presidencial en algunas de las circunscripciones.
Así que, la verdad, todo parece cuestión de tiempo. A fin de cuentas, en estos últimos doce años, el partido de Le Pen, padre o hija, no ha hecho más que crecer. De la misma forma que lo han hecho sus homólogos belgas, italianos, holandeses, griegos o españoles donde lo del aislacionismo político ha tenido reinterpretaciones tan laxas que, como todos sabemos, ha permitido que se toque poder y, con ello, la capacidad de normalizar su presencia institucional.
En cualquier caso, aun funcionando el perímetro de contención, tener un gobierno liderado por partidos que, esencialmente, se distinguen de la extrema derecha en el hecho de anteponer el respeto por la Declaración Universal de los Derechos Humanos a políticas autoritarias y represivas, no esfuma de un plumazo que a uno de cada tres francesitos que me voy a cruzar por la calle si vuelvo por ese precioso país, no le importa un bledo discriminar a quien no considera su igual (y los españoles y, seguramente, mucho menos las españolas, no sabemos cantar la marsellesa con la misma pasión, ya se lo digo yo).
No estoy más tranquila en España. Con esto de las nuevas tecnologías, a las 24 horas de unas elecciones sabemos lo que han votado nuestros vecinos. Así que, cada vez que me cruzo con uno en las escaleras, mi corazón palpita pensando si será uno de esos votantes que enarbola la bandera con el mismo furor que despotrica de emigrantes o desprecia la preocupación de que mi desarrollo profesional tope con un techo de cristal de cientos de años de profundidad.
La verdad es que no es fácil distinguirlos por su apariencia física; pero no es de extrañar que, si tienen la oportunidad, además de darme los buenos días, me hagan algún comentario despectivo contra los políticos en general, pongan en duda la honestidad de los extranjeros cuando provienen de un país pobre o tachen de anormal lo que no responde al prototipo de género.
Lo dirán en voz alta y dando por supuesto que comulgaré con sus ideas, porque el cordón sanitario no consigue evitar las filtraciones y cada día que pasa, se avergüenzan menos de su ideología.
De nada me sirve saber que el votante de la extrema derecha, aunque ahora deje de vocear para perseguir siglas que auguran el final de la fiesta, es estadísticamente joven, hombre y está pillado por las redes sociales. Tampoco me siento mejor en las zonas urbanas frente a las rurales, pese a que también esa es una característica en la diferencia de voto. Y menos confianza en ningún cambio tengo, cuando veo que los seguidores de las opciones más autoritarias son aquellos con más problemas de subsistencia, castigados por una situación económica absolutamente inestable e inflacionista.
Lo que está claro es que esa tendencia sigue expandiéndose y creciendo como lo haría cualquier virus si no se aplica vacuna.
El inmunógeno lo conocemos (la educación en valores democráticos y en derechos humanos que algunos han tachado de adoctrinamiento; la memoria histórica que nos permita recordar cómo de terribles pueden ser algunas ideologías que hay quien menosprecia como revisionismo manipulador; el establecimiento de un sueldo mínimo digno que acalle las voces de agoreros que pronostican quiebras empresariales que no se dan nunca; la apuesta por servicios públicos de calidad e inclusivos en educación y sanidad gracias a la contribución mediante los impuestos como única forma de garantizar el crecimiento de todo un país y no solo de quien pueda permitírselo) pero los hay negacionistas y esta es la realidad y el futuro que se nos viene.
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