“El líder puede tener todas las cualidades del mundo, pero al final, como dicen los estudios serios sobre este tipo de cosas, el liderazgo es relacional, es decir depende tanto de las características de la persona como del contexto social y político”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
19/09/24. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre política: “Por mucho que me guste la política y su capacidad de transformación, hoy por hoy, pretender dedicarse a esa función es poco menos que una acción suicida. No importa qué se hace, ni qué mejoras o beneficios reporte...
...Siempre vas a recibir la crítica más despiadada y brutal que cualquiera pueda imaginarse”.
Tenemos lo que nos merecemos
Cuando escuché que España acogía a Edmundo González aceptando su solicitud de asilo, pensé que era una decisión en la que seguramente iban a coincidir todos los partidos políticos. Sin embargo, minutos más tarde, Feijoo se lanzaba a la palestra a criticar a Sánchez y al gobierno al considerar que con ello se reforzaba al régimen de Maduro.
Sinceramente, estoy convencida que el líder de la oposición ante la solicitud de asilo hubiera hecho exactamente lo mismo que Pedro Sánchez: acoger al Sr. González; pero eso daba lo mismo. Lo importante era no perder la oportunidad de criticar al Gobierno y me recordó a la vecina gritona de la serie “Aquí no hay quien viva” quien, fuera donde fuera y pasara lo que pasara, siempre intervenía diciendo “Váyase señor Cuesta”.
La anécdota me volvió a alertar de que, por mucho que me guste la política y su capacidad de transformación, hoy por hoy, pretender dedicarse a esa función es poco menos que una acción suicida.
No importa qué se hace, ni qué mejoras o beneficios reporte. Siempre vas a recibir la crítica más despiadada y brutal que cualquiera pueda imaginarse.
Situarse en esa palestra es aceptar, sin ningún género de dudas, que vas a ser vilipendiado. Por lo que hagas, por lo que hiciste, o por lo que pretendas hacer. También por lo que eres, por lo que fuiste o por lo que quieras ser. Y lo que es menos controlable: por lo que alguien imagine que haces, hiciste, seas, sueñes o desees. Con un poco de suerte solo lo harán contra ti. Pero si la palestra tiene muchos focos, ¡cuidadín!, llegarán a tu familia, amigos y conocidos.
Partiendo de esa realidad, la sola manifestación de dedicarte a la política te pone bajo sospecha; porque nadie en su sano juicio se sometería voluntariamente a eso. Pero, afortunadamente, eso no impide que haya un número de personas que se dediquen a ello ¿cuántos?
Considerando los principales partidos, se puede estimar que alrededor de 700.000 personas están afiliadas. Después, si sumamos a los diputados al congreso, a los del senado, a los diputados de los parlamentos autonómicos y a los concejales de los más de 8.000 municipios españoles tenemos otra cifra que podría estar en torno a las 100.000 personas. Un 2% de la población.
No son muchos, pero todos y cada uno de ellos deben tener perfil de líderes porque están llamados a hacerse acreedores de la confianza ciudadana y para ello deben ser inspiradores, tener habilidades de comunicación efectiva, demostrar integridad y confianza en su capacidad de tomar decisiones, ser visionarios, estratégicos, estar dispuestos a escuchar y tener en cuenta diferentes perspectivas, ser capaces de construir alianzas políticas con aliados y adversarios, trabajar en equipo para lograr objetivos comunes y unas cuantas cosas más.
Esto, según los cánones más tradicionales que enumeran las características que ha de tener un líder perfecto: carisma, capacidad de comunicación, visión estratégica, empatía, inteligencia emocional, motivación, capacidad de inspirar, credibilidad, honestidad, coherencia, entusiasmo, firmeza, humildad, persuasión… Una joyita, oiga.
Quizás sea por esta exigencia por lo que también, pese a que ya estamos más entrenados (cuarenta y cinco años de instrucción en las artes democráticas no es poca cosa) lo que más se oye es que no tenemos buenos líderes.
Cuando lo escuchas de boca de un mayor (o, lo que es lo mismo, de alguien que haya vivido la transición española) lo que se añade es que se echa en falta aquellos paladines de la antigua política que, ya fueran de ideologías cercanas o lejanas a las nuestras, demostraban un saber hacer.
Me pasó hace bien poco cuando tuve la suerte de estar en el mismo foro que uno de esos líderes, pero, aunque entendí su queja, también se me ocurrió preguntarme si alguno de esos grandes estrategas de nuestra política más convulsa hubiera podido resistir la presión desmedida que ejercen las redes sociales. Si hubiese demostrado la misma habilidad cuando las increpaciones no solo te las hace tu contrincante político sino un conjunto indeterminado y anónimo de personas por tierra, mar y aire. Si sus respuestas razonadas a preguntas complejas hubieran estado sometidas al resumen reduccionista de un titular que ya no iba a encabezar una noticia donde se trasladara todo el contenido sino que iba a ser lo único conocido en memes que se convertían en virales…
Y es que, el líder puede tener todas las cualidades del mundo, pero al final, como dicen los estudios serios sobre este tipo de cosas, el liderazgo es relacional, es decir depende tanto de las características de la persona como del contexto social y político en el que se desarrolla.
Nos podrá parecer que nuestros paladines de la política ejercen un liderazgo muy personalista, pero es que vivimos en una sociedad en la que se prioriza la independencia y el éxito personal por encima de las relaciones comunitarias y la responsabilidad colectiva.
Desconfiaremos de quien por la mañana se sienta con unos, a mediodía con otros y por la noche con los que están más allá; pero ya no estamos ante un bipartidismo que, con alguna excepción, controlaba la práctica totalidad de todas las instituciones y sectores sociales, sino que vivimos en una fragmentación política continua.
Nos quejamos de la incapacidad de construir consensos o tomar decisiones equilibradas generando confianza en la efectividad de las medidas de gobierno; pero rechazamos sistemáticamente cualquier propuesta que se perciba como alineada con el otro grupo y podríamos tildar de traidor al que se atreve a formular una opinión que difiera de la de los nuestros.
Imagínense si un Gorbachov apareciera de nuevo entre nosotros para líder una nueva perestroika y se encontrara frente a un Trump broncón y maleducado. Es muy posible que X estuviera repleto de memes que tildaran al ruso de pusilánime y a la extinta URSS como un país débil y por tanto, prescindible.
O si Mandela volviese a emocionarnos con su oratoria excelente hablando de justicia restaurativa en lugar de venganza, pero sus redes sociales estuvieran siendo bombardeadas con una realidad en la que la disparidad entre ricos y pobres son un apartheid económico. Casi seguro que recibiría cada día un mensaje de whatsapp diciéndole “váyase Sr. Mandela, váyase”.
Y ya no digo nada de si el gran líder de manual, Gandhi, nos ayudara a comandar movimientos sociales pacíficos como el cambio climático y los derechos civiles; pero se descubriera que, para poner a prueba su propia fortaleza y compromiso con el celibato, se acostara desnudo con mujeres jóvenes como una prueba de autocontrol. El escrache en la puerta de su casa tendría que ser disuelto a cañonazos.
Así que no sé si podremos recuperar esos líderes que, al menos en España, nos ilusionaron con una sociedad distinta; porque tampoco tengo claro que nuestra sociedad ahora quiera ser mucho más distinta de lo que es. A lo sumo que nos cambien alguna cosilla.
En cualquier caso, sí sé que tenemos los líderes que nos merecemos.
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