Tan solo 45.000 trabajadores son capaces de parar el mundo. Se trata de los estibadores de EE. UU y su amenaza de huelga general”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

03/10/24. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe la huelga de estibadores en EE.UU: “Aún siendo un número insignificante de sujetos comparados con el volumen de la humanidad, es posible que dejen mella y que los libros de historia del futuro (digitales, por supuesto) casi con toda seguridad...

...los mencionen junto a los guionistas como los primeros movimientos de protesta de una sociedad que se veía venir lo que iba a pasar con la IA e intentaron resistirse”.

Mucho ruido y pocas nueces

El locutor de la radio que escucho por la mañana me asusta con su vaticinio: tan solo 45.000 trabajadores son capaces de parar el mundo. Se trata de los estibadores de EE. UU y su amenaza de huelga general. Aún podemos darnos por satisfechos ya que son solo los de la costa este. Los de la costa oeste todavía se lo están pensando.

Colocado junto a las noticias que protagoniza Israel, parece casi una estupidez, pero no sería la primera vez que una minucia aparentemente insignificante cambia el mundo. Así que me lanzo a internet buscando cómo me puede afectar a mí, que estoy a 6.311 km, para que no me pase como en aquellos lejanos tiempos de la pandemia en la que nos quedamos sin papel higiénico.

Mi primer sentimiento es de desolación: no tengo capacidad de almacenar petróleo; ni sabría que hacer con los medicamentos específicos para enfermedades que en estos momentos no tengo. Tampoco tenía previsto comprarme un coche en los próximos meses y no suelo aderezar mis ensaladas con salsa de soja. En resumen: no figuro en la base de datos de los clientes directos de los principales productos que exportamos al gigante americano. Pero no soy una ingenua, así que no puedo respirar con alivio sino aceptar con resignación que acabaré sufriendo una subida generalizada de precios porque vivo en una sociedad en la que el supuesto equilibrio entre oferta y demanda, casi siempre, decanta la balanza hacia quien tiene más.

Decido comprar un par o tres de kilos de nueces porque, detrás de la soja, es uno de los productos alimenticios que más exportamos de los americanos, por encima de un millón de toneladas. Cuando llego a casa, me doy cuenta de que, cómo las he comprado sin cáscara hay muchas probabilidades de que el fruto seco sea chino. Allí pueden aportarle ese valor añadido: un millón de orientales con ridículos salarios dándole al cascarón y sin que se conozca una huelga en todo el territorio.

Los estibadores sí quieren más sueldo; pero también conocen los planes de la empresa de automatizar todos los procesos gracias a la inteligencia artificial y quieren garantías de que eso no va a afectar a sus puestos de trabajo. ¡Bendita ingenuidad!


No hay empresa o negocio, hoy en día, que no esté incorporando, o planificando incorporar, tecnología basada en la inteligencia artificial en algunos de sus procesos. Lo más habitual es que, sea cual sea su objeto social, la aplique sobre cuestiones como contabilidad, finanzas, logística, marketing y comunicación o gestión de recursos humanos. Son procedimientos transversales que toda empresa utiliza; así que tener sobre la mesa un aparatito que puede hacer más eficiente todo eso porque es capaz de aprender y aplicar lo aprendido no solo por mi sino por millones de personas físicas y jurídicas; es una tentación a la que es difícil sustraerse.

Entre 300 y 600 millones de personas en todo el mundo podrían estar empleadas en ese tipo de funciones pero eso no genera una huelga paralizante a nivel mundial porque, no suelen ser más del 5% de cada empresa y, por tanto no tienen conciencia de pertenecer a un grupo.

Pero cuando nos encontramos con la aplicación de la inteligencia artificial a los procesos específicos u operativos, aunque no sean muchos los afectados a nivel mundial, el ruido es mayor.

La huelga de guionistas y actores fue un ejemplo que sufrimos en carne propia cuando no pudimos ver el siguiente capítulo de la macro serie del momento.

Aquella contienda acabó tras 148 días de huelga con un aumento salarial del 30% y unas medidas proteccionistas contra la IA que incluían que no pudiera obligarse a los guionistas a utilizarla y que no pudieran entrenarla con el propio trabajo de esos escritores, protegido por lo que llamamos “derechos de autor”.

No hay mucha creatividad en la carga y descarga de un buque por mucho que haya que distribuir convenientemente los pesos, así que no tengo yo muy claro que los estibadores puedan acogerse a la propiedad intelectual para defender su puesto de trabajo; pero tienen la suerte de no tener al frente del país a algún republicano de pro que los despida sin miramientos como hizo Ronald Reagan con 11.000 controladores aéreos allá por los años 80.

Pero, aún siendo un número insignificante de sujetos comparados con el volumen de la humanidad, es posible que dejen mella y que los libros de historia del futuro (digitales, por supuesto) casi con toda seguridad los mencionen junto a los guionistas como los primeros movimientos de protesta de una sociedad que se veía venir lo que iba a pasar con la IA e intentaron resistirse. La incógnita está en si las referencias a estas profesiones tendrán una nota a pie de página intentando definir qué eran (tanto como hoy por hoy tenemos que explicar a nuestros hijos qué era un deshollinador o un calculista).  Tampoco es fácil pronosticar qué profesiones nuevas habrá en un futuro (¿alguien podía imaginarse que uno pudiera ganarse la vida como influencer?) pero no es difícil pensar que trabajaremos menos horas (aunque, hoy en día, hay quien se horroriza ante la posibilidad de establecer una jornada laboral de 37,5 horas) No está tan claro si las condiciones de vida habrán mejorado en general o solo una minoría disfrutará de una vida digna; pero es casi seguro que el proceso no va a ser pacífico y que estará disfrazado de argumentos religiosos o patrióticos.

Y, por último la certeza más clara: esto no se para. No importa el ruido que hagan los estibadores, los robots acabarán descargando los barcos y al súper volverán las nueces con cáscara.

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