“Seguiremos en pánico, pero lo grabaremos con nuestros móviles y me viene a la cabeza una frase de una amiga que, en tiempos de COVID me dijo: un poquito hasta las narices de estar viviendo tiempos históricos”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
14/11/24. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el cambio climático: “A la práctica lo que se acordó es que los países que cumplían con sus objetivos de reducción podían vender sus “excedentes” de emisiones a otros países que no alcanzaban sus metas. Así que, además de...
...comprar y vender divisas, materia prima o futuros, nos inventamos un mercado de carbono en el que los países podían “comprar” y “vender” derechos de emisión”.
Alerta roja
Mientras escribo estas líneas la alerta de la AEMET pasa de naranja a rojo en Málaga y en Tarragona por fuertes lluvias y a todos nos entra un escalofrío. Son demasiado recientes y (demasiado) numerosas las imágenes de otro fenómeno similar en Valencia.
El exceso, en este caso, no sirve para normalizar una situación, sino para entrar en pánico; aunque eso no impida que las imágenes que me envían grabadas por estos reporteros amateurs en los que nos hemos convertido cualquiera de nosotros armados con un móvil, sean de personas desde dentro de un coche o junto a un arroyo a punto de desbordarse.
Tampoco sirven esas imágenes apocalípticas para recordar que hay un cambio climático en ciernes que puede hacer cambiar nuestra vida de forma radical. Por eso, la reunión de casi 200 países hablando de cambio climático en la conocida como COP, pasa casi desapercibida en los medios de comunicación.
Es la número 29 y los expertos vaticinan que tendrá resultados muy modestos, porque no están los principales países.
No sé si eso es importante porque tampoco tengo nada claro que entre las otras 28 convocatorias pueda hablarse de ningún éxito rotundo.
Se dice que el Protocolo de Kioto fue el primer acuerdo que comprometió a países desarrollados a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero y que estableció mecanismos como el comercio de emisiones y proyectos de desarrollo limpio.
A la práctica lo que se acordó es que los países que cumplían con sus objetivos de reducción podían vender sus “excedentes” de emisiones a otros países que no alcanzaban sus metas. Así que, además de comprar y vender divisas, materia prima o futuros, nos inventamos un mercado de carbono en el que los países podían “comprar” y “vender” derechos de emisión.
Los países miembros de la UE fueron de los mayores compradores de esos derechos de emisión, pero al mismo tiempo se realizaron inversiones importantes en proyectos de Desarrollo Limpio. Por ejemplo en España donde el 50% de nuestra energía tiene fuente en las renovables. Algo vamos haciendo, pero de ahí a considerar que es significativo a nivel mundial, no sé yo.
Países como Rusia y varias naciones de Europa del Este tuvieron una gran cantidad de excedentes. Pero no fue como consecuencia de su gran compromiso por el medio ambiente, sino de la disminución de su actividad industrial tras la desintegración de la Unión Soviética. El caso es que, en buena parte, economías como la ucraniana tuvieron un ingreso extra nada desdeñable (dicen que algo más de 800 millones de euros)
En paralelo, China quedó fuera de las obligaciones de reducción, dado que se entendía que era un país en desarrollo y, aunque participó activamente en el Mecanismo de Desarrollo Limpio convirtiéndose en el principal receptor de inversiones en proyectos de reducción de emisiones; hoy en día, China es el mayor emisor de dióxido de carbono (CO₂) del mundo en términos absolutos: más de 12 megatoneladas.
Las cifras marean, pero también, son relativas. En términos per cápita, las emisiones de China son inferiores a las de algunos países desarrollados. Por ejemplo, en 2023, las emisiones per cápita de China fueron de 9,24 toneladas y aunque es casi el doble de las españolas (5 toneladas) está muy por debajo de las de Estados Unidos (13,83 toneladas).
A los estadounidenses eso les preocupa poco. A fin de cuentas, aunque Bill Clinton lo firmó, nunca lo ratificó en el Senado y en 2001, la administración de Bush confirmó oficialmente que no se adheriría al acuerdo.
Más o menos lo que pasará con el Acuerdo de París que, supuestamente, es otro de los grandes compromisos alcanzados por la COP. En ese caso la historia americana es más divertida: Obama dijo YES, Trump dijo NANAY, Biden dijo of course y… ya saben lo que pasará en enero de 2025.
De todas formas, el gran hito de ese Acuerdo de París fue establecer compromisos a nivel mundial para limitar el aumento de la temperatura a bien por debajo de 2°C y, si fuera posible, a 1.5°C respecto a los niveles preindustriales y todo apunta a que vamos a superarlo en breve. No en vano hemos tenido los veranos más calurosos de los últimos tiempos. Los más calurosos y los más largos.
Cuando yo era pequeña, las tormentas de septiembre se llamaban “temporal de levante” y anunciaban que el verano se había acabado.
Algo más tarde, pasaron a llamarse “gota fría” y empezaron a temerse y a recordarse por las riadas; pero también marcaban el final del verano.
Ahora, he visto a los voluntarios recoger barro vestidos en manga corta mientras desde mi casa, veía gente tomando el sol. Estamos en noviembre. Y hay quien sigue negando el cambio climático.
La siguiente alerta roja quizás será por vientos huracanados, también por altas temperaturas y, por supuesto, de aquí a poco, volverá a resonar la de la sequía, porque toda esa agua que nos inunda no está cayendo en los embalses y el mapa de nuestras reservas sigue alarmantemente bajo.
Seguiremos en pánico, pero lo grabaremos con nuestros móviles y me viene a la cabeza una frase de una amiga que, en tiempos de COVID me dijo: un poquito hasta las narices de estar viviendo tiempos históricos, la verdad.
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