Tampoco es extemporáneo que empecemos a hablar de responsabilidades. Las políticas, por supuesto, porque sin estas no existiría la democracia, pero hay que añadir las que se dirimirán ante los tribunales”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

12/12/24. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobren las catástrofes y las responsabilidades: “Cuarenta días más tarde, como se acaban de cumplir en esta semana, no va a ser extemporáneo que hablemos con claridad de que es la comunidad autónoma la que tiene la responsabilidad...

...de planificar, prevenir y gestionar emergencias o de que, antes de la DANA, diversas instituciones, como la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y el Centro de Coordinación de Emergencias de la Generalitat, emitieron advertencias sobre las lluvias intensas y el riesgo de inundaciones”.

Cuarentena

Desde el siglo XIV algunas ciudades portuarias establecieron la obligación de aislamiento obligatorio a barcos, tripulaciones y viajeros. Empezaron por treinta días, pero se conoce que en algún caso no debió ser suficiente y acabaron por alargarlo a cuarenta días. También es verdad que cuarenta son los días que duró el diluvio, el tiempo que pasó Moisés en el Monte Sinaí y los días de ayuno de Jesús en el desierto; así que algún poder simbólico debe tener esa cifra.

En cualquier caso, era el tiempo que se suponía de incubación para la peste y, aunque posteriormente la medicina ha demostrado que es mucho menor, se habla de cuarentena cuando nos piden un tiempo de recuperación o limitación de actuaciones ya sea porque hemos viajado al espacio interplanetario, nos han diagnosticado una enfermedad infecciosa o acabamos de parir.

La cuarentena gráficamente es como un paréntesis, que nos permite seguir en el texto, pero sin influir ni dejarnos influir excesivamente. El resto del relato puede seguir por su lado, construyéndose y desarrollándose, sin importar demasiado ese dato que se ha dejado entre dos símbolos. Sin embargo muchas cosas pueden entenderse gracias a ese hecho aclaratorio, matizador o anticipatorio.

Por eso, abogo desde estas líneas por un periodo de cuarentena nuevo. Se trataría de que, cuando se produzca una catástrofe de cualquier tipo, por ejemplo la que inundó diversas zonas de España el pasado 29 de octubre, establezcamos una cuarentena obligatoria para cualquier crítica, reflexión o consideración electoralista.

Quizás eso nos permitirá concentrarnos en lo que hay que concentrarse, es decir, en organizar y gestionar la ayuda para los damnificados, detectar problemas, buscar soluciones y coordinar las acciones. Eso también será hacer política, pero seguramente una política distinta.

Cuarenta días más tarde, como se acaban de cumplir en esta semana, no va a ser extemporáneo que hablemos con claridad de que es la comunidad autónoma la que tiene la responsabilidad de planificar, prevenir y gestionar emergencias o de que, antes de la DANA, diversas instituciones, como la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y el Centro de Coordinación de Emergencias de la Generalitat, emitieron advertencias sobre las lluvias intensas y el riesgo de inundaciones.


Pero también debemos manifestar que lo ocurrido, ha puesto de manifiesto la necesidad tanto de clarificar las competencias y responsabilidades de las administraciones públicas para garantizar una respuesta eficaz ante emergencias; como la de realizar planes de prevención incorporando en la fórmula el evidente e innegable cambio climático que estamos viviendo.

Tampoco es extemporáneo que empecemos a hablar de responsabilidades. Las políticas, por supuesto, porque sin estas no existiría la democracia, pero hay que añadir las que se dirimirán ante los tribunales, aunque nuestro sistema judicial lleva la cuarentena a tiempos siderales.

Los acontecimientos de estos días me hicieron recordar el huracán Katrina y el hecho de que unas veinticinco mil personas se refugiaron en el Superdome y tardaron cuatro días en recibir ayuda. Ni los bomberos, ni el ejército, ni protección civil, ni nadie era capaz de llegar hasta un punto concreto en una zona devastada.

Algo parecido nos ha pasado en Valencia y los testimonios son escalofriantes. Personas atrapadas en pueblos embarrados no podían ni siquiera salir de sus casas para buscar una ayuda que tampoco era capaz de llegar.

Algunos dirán que los voluntarios sí llegaron. Lo hicieron con sus propios medios, a veces sin verdadera capacidad de ayudar porque les faltaban las herramientas y asumiendo bajo su responsabilidad la posible falta de lugar donde comer o cobijarse si llegaba la noche. No pretendo justificar a nadie, pero muy probablemente, si estoy al frente de un cuerpo de bomberos no pueda actuar de la misma forma con las personas que tengo bajo mi responsabilidad. Además de la ayuda hay que coordinar la logística que tiene que apoyar a esa ayuda.

Por eso, lo que no sé es si es demasiado pronto para que todos asumamos que, en efecto, estamos ante fenómenos que se van a ir repitiendo cada vez más, sin que pierdan la consideración de catastróficos y por tanto, de excepcionales, y por ende, difíciles de solucionar con los medios que tenemos para atender lo normal o lo habitual y que son los únicos que queremos pagar con unos impuestos cada vez más cuestionados.

La reflexión que debiéramos iniciar, cuarenta días después, tiene que dejar de mirarse el ombligo, como en la película de Adam McKay y mirar hacia arriba. Tiene que ser capaz de asumir que el previsible deshielo total del Ártico en menos de 3 años que acaban de confirmar los científicos no es algo que vaya a tener como consecuencia que sea un destino más para las vacaciones estivales; que vivir junto a un río seco no me supone únicamente tener más vistas desde mi balcón; ni que las altas temperaturas del exterior puedan solucionarse simplemente poniendo más aires acondicionados.

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