“Scholz, Bayrou, Montenegro, Mitsotakis, De Wever, Plenković , Frederiksen, Orbán, Meloni, Schoof o Sánchez entre otros, están supuestamente en el mismo equipo. Qué más dará. El juego consiste únicamente en correr. Sin dirección, sin destino y sin posible estrategia”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
06/02/25. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre política internacional haciendo símiles con juegos de niños: “Netanyahu y sus muchachos son los que van dando los cortes de manga. Los de abajo deben tener nombre, pero para la mayoría son impronunciables y, por...
...no tener, no tienen ni un líder claro. Tampoco pasa nada, al parecer, van a ser substituidos en breve por un decorado turístico”.
Geopolítica de parvulario
Hay un anuncio de una marca de gominolas en la que adultos, en escenarios de adultos, empiezan a hablar entre sí con vocecita infantil mientras se comen un osito de azúcar que quizás sea una osita porque tampoco se sabe si son las chuches o los chuches.
Más allá de lo enternecedor de la escena, en algunos momentos, mientras escucho las noticias en la radio, como mi comprensión de la geopolítica es más bien escasita, imagino que algo similar se desarrolla en el despacho oval, en el Kremlin o en cualquiera de los escenarios desde donde se dirige mi vida, de la misma forma que, cuando era niña, lo era el patio de mi escuela.
Hagamos el ejercicio juntos recordando el juego de la comba. Las reglas son fáciles. Dos personas a cada extremo de la cuerda la hacen girar mientras que otros deben entrar y saltar a su ritmo con la suficiente habilidad para no golpearse con ella. Aunque aparentemente los jugadores son los que saltan, la realidad es que, los que tienen la maroma en sus manos son los que van a decidir quien pierde (porque ganar, ganar, no gana nadie en este juego) cambiando ligeramente el ritmo, deteniéndola un momento por encima de la cabeza o cualquier otro movimiento irregular (porque la clave es no seguir una regla previamente pactada si no sorprender).
No me negarán que es muy fácil imaginarse al amigo Trump y a Marco Rubio a cada extremo de la soga mientras cantan efusivamente: “Al pasar la barca, me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero…” y a Canadá o México preguntándose a quien le toca.
Vayamos ahora al “churro”. Unos tienen que formar una fila agachada, con las rodillas flexionadas y la cabeza entre las piernas del sujeto anterior (en una posición que no solo no les permite ver sino que podría ser sospechosamente humillante). Los otros se lanzan sobre esa fila humana, intentando llegar lo más adelante posible y acaban diciendo “¡Churro, mediamanga, mangotero, adivina lo que tengo en el puchero!" y lo de menos es que las palabras que se pronuncian ni existen, ni tienen ningún sentido (al menos, la RAE no considera que “mangotero” sea sinónimo de hombro ni por asomo) o que no haya nada para comer tras el juego (pese a la alusión a la olla humeante), porque los que están debajo tienen pocas probabilidades de ganar por mucho que intenten ponerse de acuerdo mientras inmovilizados, soportan el peso sobre sus espaldas, tienen la cabeza aprisionada y solo ven el duro suelo.
Esta está chupada: Netanyahu y sus muchachos son los que van dando los cortes de manga. Los de abajo deben tener nombre, pero para la mayoría son impronunciables y, por no tener, no tienen ni un líder claro. Tampoco pasa nada, al parecer, van a ser substituidos en breve por un decorado turístico.
Hay juegos aparentemente más tranquilos. Un tablero estrellado y 121 casillas en forma de triángulos y hexágonos es el contexto en el que todas las piezas tienen que moverse desde un triángulo de inicio hasta el triángulo opuesto. Son las damas chinas, una variante de las damas tradicionales y que se diferencian de estas en que las piezas pueden dar saltos múltiples y en que su objetivo no es capturar todas las piezas del oponente o bloquearlas para que no puedan moverse, sino llegar antes que el otro jugador al otro extremo del tablero.
Resumamos: parten de una denominación, pero hacen su propia versión que no se parece en nada a la original, porque no respeta ni una sola de las normas anteriores y en la que, lo de menos, es la estrategia del contrincante sino llegar más rápido saltando lo que haga falta.
Las damas chinas no las inventaron los chinos, pero podrían haberlo hecho perfectamente.
Y ¿qué me dicen de las canicas? Este juego consiste en sacar las canicas del oponente de un círculo dibujado en el suelo. Es obvio que para jugar se requiere precisión y puntería; pero también hay algo de control de la fuerza, porque como te pases a lo mejor es tu bolita la que se iba a tomar por saco. No es difícil imaginarse a Putin o a Zelenski enzarzados a la hora del recreo. Pero, de la misma forma que pasaba en esas horas escolares, había muchos más jugadores por ahí, con sus bolitas, prestándotelas o cambiándotelas y con tantos pulgarcitos dando empujones, el riesgo de que se te vaya de las manos es casi seguro.
Por último, el pilla-pilla. Uno o unos debían atrapar a otro u otros. Velocidad, agilidad y resistencia eran las aptitudes necesarias. A mí no me gustaba la versión clásica. Había otra que empezaba igual, pero, antes de ser atrapado, podías detener el tiempo y creerte que estabas a salvo. Solo tenías que decir “Tulipán”, “Stop”, “Casa” o “Salvo” y quedarte muy inmóvil para que tu enemigo no pudiera echarte el guante. Lo malo era que a partir de ahí tenías que esperar a que alguien de tu equipo tuviera a bien sacarte de esa burbuja aparente. Y a veces no había manera. El juego seguía y seguía y tu ahí, aburrido, sin posibilidad de ganar o de perder. Y los de tu bando seguían jugando, aunque cada vez quedasen menos y fuera evidente que la estrategia de ir juntos y ser más, fuese más beneficiosa.
Scholz, Bayrou, Montenegro, Mitsotakis, De Wever, Plenković , Frederiksen, Orbán, Meloni, Schoof o Sánchez entre otros, están supuestamente en el mismo equipo. Qué más dará. El juego consiste únicamente en correr. Sin dirección, sin destino y sin posible estrategia.
Dejo las noticias y me conecto a alguna de esas plataformas de streaming que ya forman parte de nuestras necesidades mínimas de bienestar. Evito así tener que ver anuncios absurdos de adultos inflándose a golosinas. Me anuncian una serie: “El juego del calamar”. Espero que sea relajante y no me genere pensamientos inquietantes, ni comparaciones absurdas con una realidad que ya empieza a superar la ficción.
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