“Un argumento imbatible para defender la democracia era que representaba la voluntad del pueblo. Ahora esa voluntad es lo que es y las mayorías votan lo que votan”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
20/02/25. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe algunas reflexiones sobre occidente a raíz de una conferencia del poeta Luis García Montero: “Esa cultura occidental que ostentábamos con tanto orgullo, esos valores de la ilustración o esa política propia de las democracias más avanzadas;...
...se desvanece desde dentro, se escurre entre nuestros dedos sin que seamos capaces de contenerla”.
Yo no nací sino para quereros
Luis García Montero llenó la sala de la Fundación Unicaja de Plaza de la Marina un jueves por la tarde. El tema que debía tratar era el papel de los intelectuales en la era de la desinformación y lo hizo, aunque, como comentó un amigo, no dijo nada nuevo.
Seguramente es cierto. No hay fórmulas mágicas para los problemas eternos porque no es cierto que lo especial de nuestros tiempos sea que no haya información veraz en manos de los ciudadanos de a pie. Eso ha pasado toda la vida. Lo que pasa es que antes se debía a que no sabíamos leer o que era imposible acceder a las fuentes y ahora es por todo lo contrario y cada uno de nosotros, con nuestro altavoz en mano y nuestra capacidad de emitir opinión y de hacer ruido, nos convertimos en peones de esa estrategia de la ignorancia.
Tampoco es singular la causa oculta de todo ello: las luchas de poder locales, nacionales, internacionales o planetarias. Desde que el mundo es mundo, ese es el resumen de nuestros movimientos y de nuestra evolución. Da lo mismo si lo que empuñamos es un arma, reservas minerales o una manera de vivir. Siempre hay un yo frente a un él, aunque, a veces, lo disfracemos de un nosotros frente a un ellos.
Quizás, por eso, Luis García Montero dijo que ser demócrata significa también pensar qué queremos decir cuando decimos “nosotros”.
Hasta hace cuatro días, había creído que, en último extremo, yo sí lo sabría. Mi lógica era simplista, como lo son todos los razonamientos llevados, en modo teórico, al límite y al absurdo: si la guerra de Gaza se extendiera y tuviera que entrar en el conflicto, aunque defiendo el derecho de los palestinos, no podría combatir junto a un líder de Hamas o de la Yihad islámica.
Pero la reaparición de Trump en el escenario supone toparse de bruces con lo que sería, realmente, el otro extremo de la ecuación y ese “nosotros” pierde consistencia.
Si pienso en la guerra de Ucrania, no me engaño sabiendo que el conflicto no empezó hace ahora tres años; pero tampoco tengo claro si debo situarlo en el año 2014, cuando se produjo la anexión de Crimea, o en aquellos lejanos 2.000 cuando, durante el primer mandato de Putin, hubo acercamientos a la Unión Europea y se le dio calabazas al dirigente ruso. Europa era Europa, pero Rusia, a esos efectos era asiática y los americanos un hermano mayor al que no se podía despreciar.
Así que me posicionaba claramente con Ucrania y su derecho a no ser invadida; pero era capaz de entender el malestar ruso ante lo que se debió ver como un desprecio injusto y una amenaza continuada. Hasta que, de nuevo, Trump irrumpe en las conversaciones y se carga todas posibilidad de pensar en un “nosotros” con voz y voto.
Esa cultura occidental que ostentábamos con tanto orgullo, esos valores de la ilustración o esa política propia de las democracias más avanzadas; se desvanece desde dentro, se escurre entre nuestros dedos sin que seamos capaces de contenerla.
“Motivos para la esperanza no sé si hay pero para seguir defendiendo convicciones, sí.” También lo dijo García Montero. Para la izquierda de toda la vida, eso es lo habitual. Sin embargo, no me negarán que para la derecha debe ser más frustrante, porque no solo ve como el modelo de vida defendido pierde consistencia, sino que, encima, debe soportar que el desmoronamiento se produzca en sus propias filas que, poco a poco, escoran más hacia su diestra.
El debate está servido. Un argumento imbatible para defender la democracia era que representaba la voluntad del pueblo. Ahora esa voluntad es lo que es y las mayorías votan lo que votan. García Montero también dijo “Hay que concertar con la gente y con la vida de la gente. Es una realidad conflictiva”. Menuda tarea la nuestra, o la mía, ya no lo tengo claro.
Pero Luis García Montero no rehuyó el combate y esgrimió espada y blasón: “se puede hacer política diciendo te quiero”.
Lo dijo una, dos, tres veces. Recitó un poema de Garcilaso. Recordó al amor de su vida y yo entendí de golpe qué vio Almudena Grandes en ese hombre.
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