“Si todo da igual, desaparece el compromiso con la verdad y con el bien común; la política se convierte en gestión cínica del poder o en espectáculo y se abre el camino a formas de autoritarismo y populismo”
OPINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión
03/04/25. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la incertidumbre: “¿Europa como país? Sí y sin duda sí. Pero la argamasa con la que lo están haciendo se basa demasiado en el miedo al otro más que en la identificación de un nosotros. A ver si después de tanto esfuerzo...
...me voy a encontrar viviendo en un país con Meloni de presidenta, Orbán de vicepresidente y Abascal de Ministro de educación”.
Crónica de la incertidumbre (con copa de vino en mano)
Escribo estas líneas el dos de abril de dos mil veinticinco, aunque van a aparecer publicadas (por graciosa concesión de mis estimados editores) el jueves tres de abril.
Son pocas las horas que pueden haber pasado desde un hecho hasta su consecuencia y, sin embargo, podría haber cambiado el mundo porque mientras aporreo el teclado todavía no sé qué ha anunciado Trump y que nos tiene en vilo desde hace tres días. La incertidumbre planea sobre mi cabeza y pese a ello (de momento) no siento palpitaciones ni boqueo en busca de aire.
El “Día de la Liberación” para los americanos puede ser el principio del fin para el resto del mundo; aunque solo se han enterado los brokers de Dinamarca, Letonia, Rusia, Japón, Indonesia, Filipinas, Omán y Arabia Saudí. En el otro extremo están los venezolanos, que deben leer el horóscopo en lugar de las noticias y por eso sus índices de los últimos días superan los 28 puntos. Pero la inmensa mayoría de los trader, operadores o agentes mundiales no parecen inmutarse.
Tampoco crean que los del Dow Jones están dando saltos de alegría. Más bien están en paro técnico; aunque la tendencia desde que su nuevo presidente está en el poder es tímidamente hacia la baja.
Así que, si ellos no se alteran, ¿por qué tendría que hacerlo yo? Frente a la incertidumbre del gran anuncio yo me busco mis propias garantías y he decidido que, con toda seguridad, brindaré con una copa de vino para saludar al nuevo orden mundial.
No es que no esté preocupada. Tampoco he comprado la navaja multiusos del kit de supervivencia pese a que sospecho que, antes de morirme, tengo muchas probabilidades de vivir alguna catástrofe que requiera de la lista de artículos que, tan amablemente, nos han relacionado las autoridades europeas. Pero, la verdad, no tengo muy claro que mi situación, en ese supuesto, sea mejor al llegar la hora 73.
Tampoco me ayudan las certezas. Me confirman que el asteroide 2024-YR4 no impactará sobre la tierra, aunque quizás sí lo haga sobre la luna, pero eso no me garantiza que vaya a cobrar la jubilación, que fue lo primero en lo que pensé cuando los cálculos del desastroso meteorito se calculaban para dentro de ocho años.
A los seres humanos nunca nos ha hecho demasiada gracia la incertidumbre. Por eso a lo largo de la historia, nos hemos aferrado a certezas religiosas para combatirlo. Pero en mi ADN alguien se olvidó de inocular la capacidad de creer en seres salvadores y todopoderosos.
¿Quizás he logrado controlar mis miedos más atávicos? ¿tal vez soy alguien con un grado óptimo de racionalidad?
Pues va a ser que no. Lo más probable es que solo esté acercándome al peligroso abismo del nihilismo. Ni más ni menos que como el 40% de los europeos que han dejado de consumir noticias y se lanzan a ver maratones de series o videos breves deslizando el dedo por la pantalla en una secuencia sin fin.
Me advertía de ello un amigo mientras leía con pasión a Markus Gabriel: si todo da igual, desaparece el compromiso con la verdad y con el bien común; la política se convierte en gestión cínica del poder o en espectáculo y se abre el camino a formas de autoritarismo y populismo.
Y es en medio de todo eso donde algunos pretenden construir una nueva Europa.
Me gusta la idea, no voy a negarlo. Y deberíamos hacerlo con cierta rapidez, dando por fin la razón a aquellos que llevábamos años pidiéndolo. El problema es que puede pasarnos como en el boom inmobiliario de los años 70. En España, construimos centenares de edificios en unas nuevas ciudades que crecían rápidamente. Lo hicimos con el cemento aluminoso que fraguaba muy rápido, tanto como la velocidad a la que se degradó pasados unos años.
¿Europa como país? Sí y sin duda sí. Pero la argamasa con la que lo están haciendo se basa demasiado en el miedo al otro más que en la identificación de un nosotros. A ver si después de tanto esfuerzo me voy a encontrar viviendo en un país con Meloni de presidenta, Orbán de vicepresidente y Abascal de Ministro de educación.
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