No hacía falta un apagón para saber que nuestra sociedad es vulnerable, pero sí nos iría bien mucha luz para reconocer que lo más frágil de nuestro modelo de vida, no es que nos quedemos sin televisión, sino que perdamos nuestra imperfecta democracia”

O
PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

08/05/25. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el apagón: “El 38,4% echó en falta más explicaciones sobre las causas y eso lo decían a las 24 horas. Mientras yo escribo estas líneas, ocho días más tarde, sigue sin saberse de manera fehaciente, aunque todos...

...hemos recibido un master en ingeniería eléctrica; así que en el próximo barómetro, les va a caer la del pulpo. Y es que los humanos llevamos mal eso de desconocer las causas de las cosas y mucho peor que un dirigente reconozca no saber algo”.

Cuando se apagó la luz y se encendió la épica

Informarse durante el apagón no fue fácil, aunque todas las cadenas de radio se presentan ganadoras, heroínas ante el caos, salvadoras de la patria: En un país que se detuvo a las 12:33, COPE siguió emitiendo. Y lo hizo porque, más allá de la tecnología, hay un compromiso con la información, la prevención y el servicio público” y no como otros, les faltó decir.

El “más allá de la tecnología” se traduce en “generadores” y eso nos lleva al diesel y a la consecuencia de que, si el apagón dura algo más, teniendo en cuenta que los surtidores de combustible requieren de corriente eléctrica, hubieran tenido que cumplir con su loable compromiso recurriendo a las señales de humo.

También miran por encima del hombro los conspiranoicos, aunque durante muchas horas estuvieron forzosamente callados al haber caído sus principales medios de comunicación. Restablecido internet, se muestran como los únicos que habían alertado de esa realidad, los poseedores de la verdad, los resistentes ante fuerzas ocultas que pretenden acallarlos y ocultar las evidencias.

La mayor parte de sus certezas ya se encuentran desde hace más de 50 años en películas, series y novelas que han sido súper ventas sin que hayan sido prohibidas bajo la censura implacable de los todopoderosos; pero eso no es óbice para que se presenten como víctimas de una persecución. Quizás da más caché hablar de pulsos electromagnéticos y de ciberdelincuencia, en lugar de riesgos nucleares o colapsos climáticos; como si no fuera obvio que todo eso es posible.

Frente a los ganadores, los perdedores de siempre: el gobierno, que recibe el vapuleo de un 60% de los españoles al considerar que la información fue, y quizás sigue siendo, insuficiente.


El 38,4% echó en falta más explicaciones sobre las causas y eso lo decían a las 24 horas. Mientras yo escribo estas líneas, ocho días más tarde, sigue sin saberse de manera fehaciente, aunque todos hemos recibido un master en ingeniería eléctrica; así que en el próximo barómetro, les va a caer la del pulpo. Y es que los humanos llevamos mal eso de desconocer las causas de las cosas y mucho peor que un dirigente reconozca no saber algo. Que se lo pregunten, si no, a los 135 señores que están en un cónclave y que se ganan el pan y lideran medio mundo de almas dando respuestas a las preguntas existenciales.

El 26,3% hubiera deseado conocer más detalles sobre cuándo se restablecería el suministro y seguramente también lo hubiera agradecido saber el mismísimo presidente de Red Eléctrica Española.

Un 24,1% considera que las comparecencias oficiales no se efectuaron con la celeridad debida refiriéndose al presidente que tardó cinco horas y veintisiete minutos en aparecer. Al menos, en este caso, sí sabíamos qué estaba haciendo porque desde el principio se nos fue informando de dónde se reunía y con quién lo hacía. Pero eso es lo de menos. Como tampoco tiene ningún valor que la empresa pública responsable del suministro, sí lo hiciera a los 23 minutos del apagón. Para eso es el presidente, oiga, para recibir, igual que para eso está la oposición, para aprovechar el momento y atacar.

A fin de cuentas, criticar es un ejercicio sano e imprescindible en democracia. Es pilar de la libertad de opinión tanto como el derecho a recibir información. Sin los críticos las sociedades no hubieran avanzado y por eso, a veces, hay quienes creen que la crítica identifica a los progresistas. Tan ingenuos ellos.

Arremeter contra algo o alguien es relativamente fácil y si se recurre a los insultos más manidos, todavía más. No requiere mucha más inteligencia que la que se emplearía destrozando un castillo de naipes y tiene como objetivo generar una crisis (que sería otra de las acepciones que nos brinda la RAE para entender qué es criticar) Si las crisis son pequeñitas, a lo mejor tenemos cambio de gobierno. Si nos esmeramos mucho, hasta nos podemos cargar el sistema enterito y se acabó lo que se daba. De ejemplos está repleta nuestra historia.

Pero criticar, también es analizar y entender con el objetivo de mejorar. En ese deporte hay que entrenarse un pelín más. Va acompañada de ciertas dosis de imaginación porque no se conforma con decir qué falta, sino que muestra lo que podría ser. Es consciente de la complejidad y por eso no se limita a aceptar soluciones simplistas. Se entretiene en comprender los argumentos contrarios para aprovechar lo que de bueno tenga su contrincante en pro del objetivo. En definitiva abre caminos, propone alternativas, sugiere mejoras y contribuye activamente a la solución.

La prueba del algodón no engaña: si quiere saber si está ante un bocazas charlatán o un juicioso oponente, pregúntese cuánto tiempo de su discurso dedica a expresar alternativas o a reflexionar sobre las opciones y cuánto a despellejar a cualquier bicho viviente.

No hacía falta un apagón para saber que nuestra sociedad es vulnerable, pero sí nos iría bien mucha luz para reconocer que lo más frágil de nuestro modelo de vida, no es que nos quedemos sin televisión, sino que perdamos nuestra imperfecta democracia.

Puede leer aquí anteriores artículos de Noemí Juaní