La espiral del silencio. Se trata de un fenómeno que tiende a acallar cualquier opinión que no comulgue con lo que piensa la mayoría y que nos autoimponemos por miedo al aislamiento”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

19/06/25. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la actualidad: “La política y nuestros políticos desempeñan un papel crucial en la configuración de las preocupaciones colectivas. Podríamos decir que, a veces, no solo recogen las inquietudes sociales, sino que...

...también las producen, las amplifican o las desvían según sus intereses estratégicos. Un partido puede inflar la percepción de un problema —como la inseguridad, la okupación o la inmigración— para movilizar a su electorado o justificar determinadas medidas”.

Prioridades nacionales

Pues lo siento, no. A mi apenas me preocupa lo de Santos Cerdán, ni el triángulo de Bermudas que representa con Koldo o Ávalos. A mí lo que de verdad me pone nerviosa es ver a Trump abandonar el G7 precipitadamente y oírle decir que está listo para la guerra.

No es la primera vez que me pasa esta asincronía con el mundo a mi alrededor y también sé que no soy la única, pero en este caso concreto, sí me siento en minoría. Lo dejan patente las portadas de los principales medios de comunicación españoles que están dedicando tres cuartas partes de sus espacios al escándalo del PSOE y si lo hacen, debe ser porque están ofreciendo lo que una mayoría demanda; aunque haciéndolo también alimentan el interés. Todo un ejercicio de retroalimentación.

A los que piensan diferente les puede pasar al revés: quedar inmersos en lo que Noelle-Neumann, una periodista-filósofa ya desaparecida, llamó la espiral del silencio. Se trata de un fenómeno que tiende a acallar cualquier opinión que no comulgue con lo que piensa la mayoría y que nos autoimponemos por miedo al aislamiento.

Además de los propios medios de comunicación, el CIS también nos va orientando, cada cierto tiempo, sobre lo que debe preocuparnos. Obviamente, hay factores individuales o muy concentrados en pequeñas comunidades que pueden afectar. Por ejemplo, algunos de mis antiguos compañeros de trabajo en estos mismos instantes, están más preocupados por su futuro laboral que por las mordidas de Cerdán, como consecuencia de unas votaciones en su centro de trabajo que pueden condicionar los próximos cuatros años.

El ejemplo podría llevarnos a pensar que lo que realmente nos interesa es aquello que está más cerca física o temporalmente de nuestra cotidianeidad. Esa podría ser la causa de que los españoles hoy estemos más pendientes del intercambio de insultos entre Feijoo y Sánchez que del de misiles entre Israel y Teherán, pero a mí me sigue sorprendiendo.


Existe un mapa compartido de inquietudes que no es fruto del azar ni de una deliberación racional colectiva. Seguramente, es el resultado de una compleja red de influencias mediáticas, sociales, políticas y emocionales que determinan, en gran medida, de qué hablamos, qué tememos y qué ignoramos. Coincidir en la preocupación no nos convierte en borregos. Estar en una minoría, tampoco es en absoluto sinónimo de ser un espíritu libre. Pero comprender ese proceso es esencial para ser ciudadanos más conscientes y menos manipulables.

Hace muchos años McCombs y Shaw hablaron de la teoría de la fijación de la agenda (agenda-setting) afirmando que los medios de comunicación no nos dicen qué pensar, pero sí sobre qué pensar. Es decir, los temas que reciben mayor cobertura en prensa, televisión o redes sociales acaban ocupando un lugar prioritario en nuestra mente. No porque sean necesariamente los más urgentes o relevantes, sino porque están más presentes.

Cuando los informativos abren durante semanas con noticias sobre la inseguridad, crece el número de personas que identifican el crimen como un problema principal, incluso si las estadísticas policiales indican una disminución. Lo mismo ocurre con fenómenos como la inmigración, la ocupación de viviendas o el precio de los alimentos. La visibilidad constante de un tema lo convierte en central, desplazando otros quizá más importantes pero menos mediáticos.

Además, no solo importa qué temas se destacan, sino cómo se presentan. Esto es lo que analiza la teoría del framing o encuadre. El lenguaje, las imágenes, los titulares y los enfoques narrativos moldean nuestra comprensión del problema. Una misma realidad puede generar percepciones completamente distintas en función del marco con el que se presenta.

La pobreza puede enmarcarse como una consecuencia del esfuerzo individual o como el resultado de fallos estructurales en el sistema económico. La inmigración puede ser descrita como un fenómeno enriquecedor o como una amenaza. La corrupción puede plantearse como un conjunto de actos que deben ser perseguidos penalmente, o como un problema sistémico incrustado en las instituciones.

Estos marcos no son inocentes: activan emociones, atribuyen culpas y proponen soluciones distintas; algunas, incluso antisistema. En consecuencia, también condicionan nuestras prioridades.

Pero no pensemos siempre en los medios de comunicación como los grandes artífices de nuestra opinión. La política y nuestros políticos desempeñan un papel crucial en la configuración de las preocupaciones colectivas. Podríamos decir que, a veces, no solo recogen las inquietudes sociales, sino que también las producen, las amplifican o las desvían según sus intereses estratégicos. Un partido puede inflar la percepción de un problema —como la inseguridad, la okupación o la inmigración— para movilizar a su electorado o justificar determinadas medidas, mientras otro puede minimizar una crisis medioambiental o una protesta social para evitar el desgaste político. Los discursos públicos, los eslóganes de campaña, las comparecencias y los marcos que utiliza cada formación contribuyen activamente a señalar qué debe preocuparnos y cómo debemos interpretarlo. Así, lo político no solo responde al clima de opinión, sino que también lo fabrica.

Max Weber decía que, cuando se llega al poder todos los programas electorales quedan relegados a una máxima: mantenerse en el poder. Por analogía, yo diría que, cuando se está en la oposición, toda posibilidad de construir una alternativa de gobierno queda relegada a una prioridad: destruir al poder.

Antes de que acabe el mes, en una cumbre de la OTAN, se va a discutir si tenemos que poner 58.000 millones extras en comprar armamento y así llegar al 5% del PIB. Un punto por encima de lo que destinamos a educación, dos puntos por debajo de lo que destinamos a sanidad, casi la mitad de lo que destinamos a pensiones y prestaciones sociales. El marco de la decisión lo establece un tipo que tiene la capacidad de hacer sonar todas las trompetas de guerra.  Que esté a 8.000 km no lo coloca en una lejanía imposible. Hoy en día un misil podría tardar en 15 o 30 minutos en atravesar ese espacio.

Que le corten la cabeza a Santos Cerdán o a quien haga falta, pero, por favor,  pónganse de acuerdo en cual tiene que ser la posición de España en este escenario.

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