“La PAC sigue siendo la herramienta más potente que se puede tener para garantizar la viabilidad del campo español. Estar fuera de la PAC sería un suicidio mayor al del Brexit del Reino Unido, sería sin lugar a dudas la muerte del campo”
OPINIÓN. La mirada crítica. Por Eduardo Sánchez de Hoyos
Doctor en Historia del Arte, gestión del patrimonio cultural
12/02/24. Opinión. El doctor en Historia del Arte, Eduardo Sánchez, continúa su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre las protestas de los agricultores: “Lo sorprendente es que la ultraderecha haya convencido a los agricultores de que el problema es Marruecos, Francia y la Agenda 2030, o directamente la UE. Claro, si triunfaran estos intereses, las consecuencias serían que la industria...
...contaminante no tendría sobre costes, al campo que le zurzan, y que el pequeño y mediano productor desaparecería en favor del gran productor”.
Agricultores: la revuelta desnortada
De entre las diferentes problemáticas políticas que ha de abordar nuestro Estado y la Unión Europea, el de la agricultura y la ganadería, junto a la pesca es uno de los más complejos. De los que necesitan más análisis, planificación y coordinación entre instituciones. Pero, sin lugar a dudas, como pasa en tantos otros sectores y conflictos sociales son los principales afectados los que se deben asumir que no se puede llevar un negocio de manera acientífica, sin asumir la realidad a corto, medio y largo plazo. No se puede plantear ningún horizonte razonable desconociendo el pasado, analizando el presente, y sabiendo a dónde hay que ir. Son los principales afectados los que han de asociarse para velar por sus intereses, que a la par, como sector primario y por tanto estratégico, supone por extensión el interés general de toda la sociedad.
Por suerte, para ellos, para los agricultores, vivimos en una sociedad del conocimiento. No todo el mundo puede saber de todo, por tanto, nos entregamos y confiamos en la especialización del conocimiento. No todo el mundo puede gestionar todo, cada uno gestiona su pequeña parcela de responsabilidad. Por suerte, en una sociedad democrática estas parcelas quedan bien definidas y cuentan con la legitimidad que otorgan las urnas como expresión de la soberanía popular.
En estos días que estamos viendo cómo se articulan protestas legítimas mediante tractoradas de buena parte del sector europeo y español, podemos asistir con preocupación a como las argumentaciones absurdas, llamémoslas populistas en cuanto que inventan un enemigo interior responsable del problema y con su abolición, o agresión el problema quedaría solucionado. No cuesta darse cuenta que hay partidos que viven de alimentar estas situaciones que son tendentes a expandir un estado de opinión que tienen la misma seriedad y profundidad que la sentencia que pueden hacer un grupo de sabelotodo, bien regados por el vino en la barra de un bar.
Así han establecido que la problemática del campo se compone de un conjunto variopinto de razones sin conexión alguna, pero que por extensión, les son de gran utilidad para la construcción de una clientela política, de una parroquia exaltada y enfadada capaz de jalear unos intereses que no solo nada tienen que ver con sus problemas, sino que van en contra de sus propios intereses. Culpar a la llamada Agenda 2030, que podemos convenir, que son un horizonte de buenas intenciones, justas y necesarias por más de 180 países para frenar no solo el cambio climático sino también la pobreza y la desigualdad, y que de brillar, brillan por su ausencia. Es más, la Agenda 2030 a 6 años de tener que cumplirse es poco más que una operación de greenwashing. Si hay que denunciar algo de la Agenda 2030 es precisamente que en los años que tendríamos que haberla aplicado el mundo se ha sumido en una carrera bélica, de aumento de la contaminación, de aumento de la concentración del capital, de aumento de la pobreza, mientras ya padecemos las consecuencias irreversibles del cambio climático. Los agricultores, las primeras víctimas del cambio climático salen a protestar para pedir que la sociedad de consumo, de la contaminación de acumulación de la riqueza en las grandes corporaciones continúe, y lo hacen pensando que piden lo contrario.
La situación del campo en España tiene punto de origen precisamente en un pasado que algunos piensan que fue la edad dorada del campo. Olvidan que en el campo español a pesar de las políticas agrarias de la dictadura durante los años ´50, con la extensión de los cultivos de regadío y una incipiente mecanización, así como y la creación de pueblos para acoger colonos agrarios, todo ello no fue suficiente, y pronto para 1959 se iniciaba un éxodo rural a la ciudad de gente que huía del hambre y la miseria y se refugiaban en arrabales y periferia de las grandes ciudades que iniciaban un desarrollo industrial como Madrid, Barcelona, o Bilbao, y poco después este éxodo rural continuó con cifras alarmantes a las zonas de costa ante el nacimiento del turismo y la economía del sector servicio: “Tras la imagen de las concurridas playas mediterráneas subyacía el trasfondo de un país empeñado en fiar su crecimiento económico a las oportunidades que ofrecía el turismo. Cuando en el Anuario de 1954 se registraban por primera vez estadísticas de turismo no hacía el INE sino constatar una realidad que había despuntado entonces y que se convertiría en el sector con más peso del PIB español”.
Ahí se estableció la que hoy llamamos la España vaciada. La prensa de la época dedicaba reportajes en sus páginas a esta situación. Películas como “Surcos”, o libros como ‘El disputado voto del señor Cayo’ de Miguel Delibes, dejaron constancia de aquel movimiento migratorio interior, del campo a la ciudad con más de 4,5 millones de desplazados sin contar menores de 10 años.
La entrada en la Unión Europea en los años ́80 por parte del nuevo régimen democrático permitió a nuestra maltrecha y anticuada agricultura sumarse a la Política Agraria Común (PAC) creada por los primeros países ya tempranamente en 1962. Y es que la UE dedica un tercio de su presupuesto a lo que consideran una estructura fundamental de la unión. Nuestro campo pudo modernizarse y retener con los subsidios agrícolas a buena parte de los trabajadores agrícolas, trabajadores que son insuficientes cuando llegan ciertas recogidas y tenemos que ir a Marruecos a traer trabajadores como sucede con la recogida de la fresa. Nuestros productos dejaron de tener un recorrido nacional y pudieron comenzar a exportarse sin conflictos aduaneros.
Esto dio lugar al crecimiento floreciente de una nueva agricultura como son los invernaderos de Almería que terminaron enriqueciendo a muchos agricultores, de modo, que hay pueblos como el Ejido, que llegaron a tener la mayor densidad de sucursales bancarias de Europa. Evidentemente, este mercado exigía contrapartidas tales como un etiquetado común de calidad, que tiene tanto criterios ambientales como de salud, un mercado que igual que permite salir permite entrar en lógica reciprocidad.
Evidentemente los productos de la Unión Europea se gastan en un mayor porcentaje en Europa, y además lógicamente Europa produce muchas otras cosas y necesita muchos más bienes. Ahí entra la relación comercial con otros países, algunos pueden ser agrarios, por ejemplo, pero a los que les vendes semillas, maquinarias o consigues cuotas importantes de sus recursos naturales, ya sean minerales, aguas para pescar, etc. Ahí es donde entra la lógica comercial con países como Marruecos. Obtenemos mucho más de ellos, les vendemos muchos más bienes industriales que algunos cultivos que igual no tienen la etiqueta de calidad de la unión europea y que por tanto, compiten a la baja en el mercado. Es cierto, en pos de la Agenda 2030 se les puede pedir ese etiquetado de calidad. El greenwashing de la Agenda 2030 ya sería un aliado para los agricultores que ven una amenaza en el producto marroquí. Claro está si la protesta no estuviera mediatizada absurdamente y capitalizada por la ultraderecha y se centrara en usar el conocimiento como recurso para mejorar sus condiciones, en lugar de andar desnortada pidiendo el fin de las tímidas políticas ambientales o un interesado cambio en la ley electoral.
La Renta Agraria en términos corrientes por Unidad de Trabajo Anual (UTA) ha disminuido un 1,2%, hasta situarse en 32.194 euros. No estamos hablando, por tanto, de un descenso tan exagerado como algunos nos quieren hacer pensar. De hecho, esta renta es superior al llamado salario medio que se estipula en 28.360 euros. No soy muy amigo de estas medias, pues evidentemente hay una mayoría por debajo de estas cifras que esconden que hay una mayoría muy por encima de las mismas.
Precisamente en esta protesta como en la de los camioneros solo se pueden permitir el coste de no producir, y gastar recursos y sufrir multas por descontrolar la protesta aquellos que están por encima de la media de estos ingresos.
La PAC sigue siendo la herramienta más potente que se puede tener para garantizar la viabilidad del campo español. Estar fuera de la PAC sería un suicidio mayor al del Brexit del Reino Unido, sería sin lugar a dudas la muerte del campo, de los paisajes agrarios, sino que además a nivel interno nos llevaría al fin del pequeño productor y a la acumulación de lo que quedará del campo en unas pocas manos. La gente que somos de zonas rurales, ¿a cuántos agricultores sin tierras pero con subvención de la UE conoces?, y que gracias a esta subvención pueden alquilar tierras de grandes propietarios y realizar su actividad.
Evidentemente, el campo está sufriendo, no podemos negar la mayor. La renta agraria desciende un 5,5 % en 2022 y se sitúa en 27.861 millones de euros. Pero, sin lugar a dudas, el descenso se debe al aumento de los costes de producción, como consecuencia de la guerra en Ucrania, y a las adversidades climáticas. Y por otro lado, el mercado alimenticio responsable de fijar los precios de compra los productores y de venta a los consumidores han aprovechado la coyuntura citada de la guerra de Ucrania y adversidades climáticas para sacar tajada. Respecto a lo que le pagan a los productores nos han subido a los consumidores los productos entre un 400% y un 700%. Así que es el mercado libre, el responsable de que los más débiles de la cadena, productores y consumidores salgan perdiendo. Es aquí donde hay que exigirle a la Unión Europea, es aquí donde hay que exigirle a los políticos, es aquí donde hay que poner la crítica al sistema, y la única solución son las políticas intervencionistas que fijen precios que tan poco son del agrado de las derechas. Lo sorprendente es que la ultraderecha haya convencido a los agricultores de que el problema es Marruecos, Francia y la Agenda 2030, o directamente la UE. Claro, si triunfaran estos intereses, las consecuencias serían que la industria contaminante no tendría sobre costes, al campo que le zurzan, y que el pequeño y mediano productor desaparecería en favor del gran productor que es quien podría sostener los costes arancelarios y sobrevivir sin apoyos de la UE.
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