“Esta alianza tácita entre EE.UU. y Rusia no busca un nuevo equilibrio global basado en normas compartidas, sino una política de expansión donde las reglas las dicta la fuerza”

OPINIÓN. 
La mirada crítica. Por Eduardo Sánchez de Hoyos
Doctor en Historia del Arte, gestión del patrimonio cultural


17/02/25. Opinión. El doctor en Historia del Arte, Eduardo Sánchez, escribe en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un artículo sobre el orden internacional: “La OTAN ha sido un instrumento de dominación estadounidense dentro del bloque occidental. Aunque se presentaba como una alianza defensiva, en la práctica EE.UU. la ha utilizado para sus propios fines, como ocurrió en la invasión de Irak en 2003...

...En ese caso, a pesar de la oposición de varios aliados europeos, Washington logró arrastrar a la OTAN a una guerra basada en información manipulada sobre armas de destrucción masiva”.

El nuevo imperialismo: Trump, Putin y el fin del orden internacional

La victoria de Donald Trump ha acelerado la transformación del orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial. Si bien Estados Unidos siempre ha utilizado su poder global en función de sus propios intereses, la actual administración parece haber dado por amortizados los mecanismos multilaterales que, aunque imperfectos, imponían ciertos límites y exigencias de legitimación a sus acciones.

La OTAN, históricamente utilizada como herramienta de proyección de poder estadounidense, está siendo descartada por Trump porque implica algún grado de rendición de cuentas a otras naciones. El derecho internacional, que desde 1945 penalizaba la anexión de territorios por la fuerza, ha quedado reducido a una formalidad vacía ante la indiferencia de Washington. Y el imperialismo estadounidense, que antes operaba mediante estrategias indirectas, ha evolucionado hacia una fase en la que ya no es necesario justificar las intervenciones con argumentos democráticos: la imposición de sus intereses económicos y geopolíticos es razón suficiente.

El autoritarismo posdemocrático como nuevo modelo global.

La clave para entender este cambio de paradigma está en el concepto de autoritarismo posdemocrático, un modelo en el que las estructuras formales de la democracia se mantienen, pero vaciadas de contenido. Tanto Trump como Putin representan esta tendencia, aunque con diferencias de grado y contexto.

Trump ha demostrado que es posible socavar una democracia desde dentro, sin necesidad de abolirla formalmente. Su deslegitimación del sistema electoral, su ataque a la prensa libre y su uso del poder ejecutivo para favorecer su entorno han debilitado los mecanismos de control institucional en EE.UU. Su regreso al poder refuerza la idea de que la democracia estadounidense puede ser utilizada como un instrumento para el ejercicio personalista del poder.

Putin ya ha llevado el autoritarismo posdemocrático a su fase más avanzada. Rusia mantiene la apariencia de un sistema democrático, pero con elecciones controladas, represión de la oposición y un dominio absoluto de la información.

Lo que une a ambos líderes es su enfoque en el vaciamiento institucional de la democracia: no necesitan abolir los sistemas democráticos porque pueden moldearlos a su conveniencia desde dentro. Esto los convierte en aliados naturales en la redefinición del orden internacional.

El declive de la OTAN: una herramienta que ya no sirve a EE.UU.

Históricamente, la OTAN ha sido un instrumento de dominación estadounidense dentro del bloque occidental. Aunque se presentaba como una alianza defensiva, en la práctica EE.UU. la ha utilizado para sus propios fines, como ocurrió en la invasión de Irak en 2003. En ese caso, a pesar de la oposición de varios aliados europeos, Washington logró arrastrar a la OTAN a una guerra basada en información manipulada sobre armas de destrucción masiva.

Sin embargo, a Trump le sobran incluso estos pocos controles. La OTAN, aunque dominada por EE.UU., sigue siendo una alianza multilateral donde los presidentes estadounidenses deben justificar sus decisiones ante sus socios. La tendencia actual sugiere que Trump prefiere operar sin ataduras y sin la necesidad de alinear su política exterior con otras naciones. Esto no solo debilita la alianza, sino que deja a Europa más expuesta ante Rusia, mientras Washington busca acuerdos bilaterales con Moscú al margen de sus aliados tradicionales.

El fin del orden internacional de 1945: la justificación de la fuerza deja de ser necesaria.

El orden internacional nacido tras la Segunda Guerra Mundial, con todas sus contradicciones, estableció al menos un principio clave: la invasión directa de territorios extranjeros quedaba formalmente prohibida, salvo en casos de autodefensa. Aunque EE.UU. y otras potencias han intervenido en múltiples conflictos, siempre se vieron obligados a justificar sus acciones dentro de un marco legal, recurriendo a la ONU o argumentando razones humanitarias o de seguridad.


Hoy, esta necesidad de legitimación ha desaparecido. La anexión de territorios y la intervención sin justificación ya no encuentran una respuesta coordinada por parte de la comunidad internacional. Rusia ha ocupado territorios en Ucrania sin mayores consecuencias más allá de sanciones económicas, y EE.UU., lejos de defender el derecho internacional, parece aceptar la lógica de la fuerza como nuevo principio rector de la geopolítica global.

Del imperialismo económico al imperialismo directo.

Durante la Guerra Fría, EE.UU. practicó un imperialismo indirecto basado en el control económico y la financiación de movimientos internos en otros países. En lugar de invadir directamente, solía respaldar golpes de Estado, financiar guerrillas reaccionarias o imponer sanciones para desestabilizar gobiernos cercanos al socialismo. Ejemplos como la intervención en Chile en 1973 o el financiamiento de los contras en Nicaragua en los años 80 ilustran esta estrategia.

Sin embargo, con el colapso de la Unión Soviética, esta justificación ideológica desapareció. Ya no hay un bloque comunista al que contener, y la nueva fase de imperialismo estadounidense ya no se molesta en disfrazar sus intereses bajo la retórica de la defensa de la democracia. Ahora, EE.UU. impone su voluntad sin necesidad de excusas, utilizando su peso económico y militar de manera directa para reconfigurar el mapa global según sus intereses.

Trump y Putin: el eje del nuevo imperialismo posdemocrático.

El giro más sorprendente de esta nueva etapa es la aparente convergencia entre Trump y Putin. Si en el pasado EE.UU. y Rusia eran adversarios, hoy parecen haber encontrado un entendimiento basado en el pragmatismo del poder.


Trump no ve a Rusia como un enemigo, sino como un socio potencial en la redefinición del orden mundial. Su decisión de excluir a Europa de las negociaciones sobre Ucrania indica un intento de pactar directamente con Putin, ignorando los intereses de sus aliados tradicionales.

Putin, por su parte, se beneficia del desinterés estadounidense por la OTAN. Con una Europa aislada y dividida, Moscú tiene más margen para consolidar su influencia en su entorno inmediato sin temor a una intervención occidental coordinada.

Esta alianza tácita entre EE.UU. y Rusia no busca un nuevo equilibrio global basado en normas compartidas, sino una política de expansión donde las reglas las dicta la fuerza. Lo que los une no es solo un interés geopolítico común, sino su adhesión al modelo del autoritarismo posdemocrático, donde las instituciones democráticas existen solo en la forma, pero no en el fondo.

Conclusión: ¿un mundo sin frenos?

La reelección de Trump no es solo un cambio de liderazgo en EE.UU., sino un síntoma de una transformación más profunda: el paso de un orden internacional basado en reglas a un mundo donde el poder se ejerce sin restricciones.

La OTAN, la ONU y otros organismos internacionales han quedado relegados a un papel decorativo, mientras que el nuevo eje Washington-Moscú redefine el equilibrio global sin necesidad de legitimaciones democráticas.

El autoritarismo posdemocrático de Trump y Putin, más que una anomalía, parece ser el modelo político que define esta nueva era. Ambos han demostrado que se puede desmontar la democracia sin necesidad de eliminarla formalmente, al tiempo que consolidan una política exterior basada en la imposición de intereses sin justificación.

La gran incógnita es qué hará Europa y el resto del mundo ante este nuevo paradigma. ¿Aceptarán este orden sin resistencia, o intentarán construir un nuevo sistema que limite la lógica del dominio absoluto?

Puede leer aquí los anteriores artículos de Eduardo Sánchez