“La mayoría de las fobias se inician en la infancia, adolescencia o edad adulta temprana. Pueden ser causadas por una situación estresante o un acontecimiento traumático”

OPINIÓN. Por 
Ana Lucas
Escribir desde el corazón

20/12/23. Opinión. Ana Lucas continúa con su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre las fobias: “A lo largo de todos estos años he verbalizado más de una vez, y lo mantengo, que el ser humano debería nacer ciego y no poderse guiar por la vista para dictaminar y juzgar al resto de sus congéneres… que el físico y la presencia no fueran un punto a favor o en contra para poder...

...mantener ningún tipo de relación, laboral o personal…”.

Fobias -causas y consecuencias-

Según la RAE, la fobia es una aversión exagerada a alguien o a algo… Lo más destacable es que también tiene una acepción como término psiquiátrico: temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos y situaciones que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión.


Hay un sinfín de fobias muy conocidas, estudiadas y de amplia circulación en el vocabulario diario: la aracnofobia por ejemplo, que no requiere de explicación por su raíz bien determinada o la claustrofobia que todo el mundo sabe reconocer como la aversión a los espacios cerrados. La zoofobia, a los animales, la hematofobia, a la sangre, aerofobia, a volar, tanatofobia, a la muerte, hidrofobia, al agua. Pero otros muchos miedos igual de comunes son más difíciles de identificar a primer golpe de oído por su falta de semejanza a las palabras con las que se relacionan; acrofobia, a las alturas, agorafobia, a los lugares públicos, nosofobia, a las enfermedades (sobre todo las infecciosas), amaxofobia, a conducir o viajar en vehículo. Todos estos términos están recogidos en el diccionario de la lengua española (https://www.rae.es/).

Sin embargo, hay otros muchos vocablos que circulan por las redes y las consultas de los psicólogos y que probablemente más pronto que tarde la rae termine por aceptar como válidos pero que hoy en día aún no lo son. Se habla de testofobia, a los exámenes, brontofobia, a las truenos y tormentas, fagofobia, miedo a atragantarse, cinofobia, a perros, triskaidekafobia, al número 13, gelotofobia, a la risa, eufobia, a recibir buenas noticias, pogonofobia, a las barbas, xantofobia, al color amarillo, macrofobia, a las largas esperas, cronofobia, temor al paso del tiempo, eisoptrofobia, a los espejos u objetos reflectantes, y un etcétera tan largo que podría estar aquí hasta el año que viene… tranquilos, está a la vuelta de la esquina… Eso sí, voy a dejar una recogida que espero que nunca se llegue a implantar en el diccionario porque no habrá ser humano que sea capaz de pronunciarla (y menos aún de escribirla, como no sea con un copia/pega tal cual hice yo): Hexakosioihexekontahexafobia que es el miedo al número 666, por su relación en la religión cristiana con el anticristo…

Sea como fuere, y se recojan o no en los diccionarios, la mayoría de las fobias se inician en la infancia, adolescencia o edad adulta temprana. Pueden ser causadas por una situación estresante o un acontecimiento traumático. Cuando una persona se enfrenta al estímulo temido aparece una ansiedad severa que se manifiesta con síntomas físicos y psíquicos.

Está comprobado que en las dos últimas décadas el número de personas con fobias se ha incrementado de forma exponencial y, a raíz de la pandemia mundial de Covid, más aún si cabe, aunque con este prólogo no creo haber sorprendido a casi nadie puesto que son datos al alcance de cualquiera.

Sin embargo, un término que no había oído ni leído hasta hace apenas unos días pero que visto ahora me extraña que no me saltara antes a los ojos, es la “gordofobia” -que por cierto tampoco está recogido en la RAE- y que desde hace unas semanas recorre como la pólvora todos los medios de comunicación habidos y por haber. Me dolió la vista nada más leerlo, aunque me consta que es un “horror” descriptivo puesto que la vista no duele ya que es un sentido y como tal no tiene respuesta sensorial, por lo que entonces debería expresarlo de forma más contundente diciendo que me dolió el corazón… y mucho. Me dolió por el lugar y el contexto en el que encontré el titular y su posterior artículo, que no fue otro que el fallecimiento de la actriz Itziar Castro. Mi intención en esta colaboración no es ni mucho menos recoger toda la polvareda mediática que ha causado esta lamentable muerte prematura de una persona que ha sido mucho más que una actriz -gorda o no- por su personal implicación y compromiso en todo tipo de temas sociales, “gordofobia” incluida, sino rescatar esa insultante palabreja, o por lo menos lo que ella representa, de esas noticias y titulares y aplicarlo a mi propia experiencia personal, así nadie podrá decir que no hablo con conocimiento de causa ni de lo que no haya vivido en carne propia (y nunca mejor dicho porque, como ya comenté con anterioridad, de eso yo también tengo mucha, al menos en estos momentos).


Yo nací gordita, más cerca de los cuatro kilos que de los tres, lo que de toda la vida se ha llamado un bebé hermoso, que es como gustaba a las madres, al menos entonces. Luego me crié gordita, con esas roscas en las muñecas y en las piernecitas que los familiares no podían dejar de alabar y recalcar en cada visita. De niña, como no, también fui gordita… la infancia, gordita… y cuando llegué a la adolescencia, adivínenlo… pues eso… gordita…

Y como no podía ser de otra manera, aunque no me llegaran a poner bellotas debajo de la mesa como contaba Itziar que hicieron con ella, a mí también me han llamado gorda en el patio del colegio, con toda la maldad inocente, o inocencia malvada (el orden de los factores en este caso no altera al producto) de unos compañeros tan pueriles como yo que probablemente no sabían ni lo que decían ni el daño que provocaban con sus palabras. Lo que sí es cierto es que los insultos en francés suenan más suaves, menos rotundos, o al menos a mí me lo pareció en aquellos tiempos… porque con pocas semanas de diferencia y salvando los 1.600 km de distancia de un patio a otro, foca y vaca suenan bastante más contundentes y directos… o quizá fuera que ya en esa edad, rayando la pubertad, las palabras adquieren otro significado, se magnifican y empiezan a calar y a echar raíces donde de verdad harán daño por mucho tiempo (casi para siempre)… si a eso unimos el hecho de que vienes de fuera, eres extranjera -otra ironía de la vida, en Francia era la inmigrante española, aunque hubiera nacido allí, y aquí la emigrante francesa- y que para tus trece años recién cumplidos tienes más “cuerpo” que muchas de las madres que llevaban a sus hijas a la puerta del colegio, entonces el cóctel explosivo está servido.

Siempre deseé ser de esas chicas de piernas flacas y largas que pueden ponerse unas botas altas, de muslos adecuadamente formados para una buena minifalda, de cintura estrecha y pecho apropiado para un buen corsé… Pero me tuve que “conformar” con unas pantorrillas más parecidas a las de Jack Grealish (buscadlo que no pienso daros pistas) y un busto, muslazos y posaderas que bien hubieran podido inspirar las estatuas de Botero…

Pero si recapacitas bien, con el tiempo te das cuenta que también me hubiera gustado haber tenido el pelo rizado y no liso… y los ojos verdes y no castaños… o una buena voz para cantar y no la caja de grillos fiesteros que tengo por garganta… y que nada de lo que no esté relacionado con el físico ni la gordura te acomplejan…

¡¿Entonces, qué nos hace tan frágiles e inseguros cuando a “medidas” corporales se refiere!? ¡¿Qué diferencia puede haber entre una persona que use una talla 38/40 y una 48/50… o incluso una 60!? Pues yo puedo decirlo con conocimiento de causa, la diferencia está en nuestra cabeza en primer lugar y en los ojos de los que nos ven y juzgan por nuestro físico en segundo término… porque realmente, aunque sea recurrir a tópicos, la persona es la misma, su formación, su corazón, su cabeza, sus vicios y defectos, sus virtudes, su profesionalidad o no, su entrega, sus alegrías y sus penas…

Y lo digo, repito, sabiendo bien lo que expongo, porque yo soy de esas personas que a base de dieta, deporte y mucho esfuerzo mental y físico, he podido bajar -y desgraciadamente, también subir- hasta 20/25 kilos de un plumazo, así como quien no quiere la cosa… y esa diferencia es tan sustancial como para que, de un año para otro, no parezca la misma persona. Lo he podido constatar por ejemplo en los viajes de negocios que he tenido ocasión de realizar durante mucho tiempo donde los clientes o proveedores simplemente no me reconocían, me hablaban de “la chica que vino el año pasado”, “tu compañera”, etc.… pero de ninguna manera me relacionaban con esa misma trabajadora que les visitó anteriormente… y a este punto es dónde yo quería llegar de verdad cuando hablo de cómo nos ve la gente, porque mi profesionalidad no estuvo nunca en duda, ni gorda ni más delgada… ni mi competencia en mi trabajo… sin embargo las caras de mis interlocutores lo decían todo, si estaba más gorda eran como miradas huidizas que venían a decir algo así como “huy, la pobre, con lo mona que estaba el año pasado” pero si era a la inversa y me veían con menos kilos eran más elocuentes y brillantes en plan “qué mona, el año pasado parecía su abuela”…

Y ahora estará el sabiondo de turno que me dirá que eso eran imaginaciones mías, pensamientos frutos de mis propias inseguridades, y que en parte ahí radica la base del problema, no en los demás, sino en uno mismo… Y yo aclaro: he querido ser benevolente con lo de que estas oraciones entrecomilladas estaban sólo en las caras y en los ojos pero alguna perla guardo en mis recuerdos de frases que harían enmudecer al defensor más acérrimo de que esto no va de ti, sino de mí. Sin embargo, como bien dijo Itziar en una entrevista "Las palabras tienen el poder que nosotros les queramos dar, y las tenemos que relativizar", y en la vida de los “gordos” eso es lo que aprendemos a hacer, relativizar lo que nos dicen para convertir en escudo protector todo lo que de verdad no tenga que ver con nuestra competencia y calidad personal por encima de la física.

A lo largo de todos estos años he verbalizado más de una vez, y lo mantengo, que el ser humano debería nacer ciego y no poderse guiar por la vista para dictaminar y juzgar al resto de sus congéneres… que el físico y la presencia no fueran un punto a favor o en contra para poder mantener ningún tipo de relación, laboral o personal… ¡Cuántas veces nos dejamos llevar, la mayoría de forma errónea, por la simple imagen y “presentación” de la persona con la que nos toca tratar! Rechazamos la “fealdad” visual en general, aunque el candidato sea el más idóneo al “puesto” que tenemos vacante, físico o emocional, las taras, las medidas extremas (gordura, altura y sus antónimos), cuando en realidad lo que tendríamos que rechazar sería la estupidez, la insinceridad, la hipocresía, la soberbia o la vanidad…

Definitivamente, señores, creo que si de verdad estamos a punto de acuñar como nuevo término fóbico la “gordofobia” yo voy a ir patentando uno que me resulta mucho más adecuado a los tiempos que estamos viviendo, la “gilipollofobia” porque creo que hay bastantes más individuos en el mundo carentes de peso psíquico que sujetos con exceso de peso físico.