“El cáncer es la principal causa de muerte en todo el mundo, al que se atribuye una de cada seis defunciones. Lógicamente los porcentajes varían mucho dependiendo del país o incluso el continente y la accesibilidad a la sanidad, pública o privada”
OPINIÓN. Por Ana Lucas
Escribir desde el corazón
24/04/24. Opinión. Ana Lucas en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el cáncer: “Casi todos aceptamos que en algún momento de nuestra vida tiene que caernos algo de lo que, ni con toda la prevención y precaución del mundo, nos podamos librar. Este suceso puede afectarnos de forma personal o familiar, que viene a ser poco más o menos lo mismo porque las ondas expansivas...
...suelen ser casi igual de desequilibrantes o destructivas. Y uno de esos ejemplos que probablemente todos metemos “sin querer pero queriendo” en nuestra lista es la del Cáncer”.
Más vale prevenir que curar...
Estoy por afirmar, sin miedo a equivocarme mucho, que a ninguno de nuestros lectores se le escapa el significado de esta más que manoseada expresión “typical spanish” que prácticamente todos utilizamos de forma sistemática y, porque no, algo agorera, a lo largo de nuestra vida: “es mejor adoptar los medios necesarios para que una situación no desemboque en un final sin solución alguna”.
Desde que somos “chiquititos” lo oímos en boca de nuestras madres y abuelas: ponte la chaqueta no te vayas a resfriar MVPQC… coge el paraguas no vaya a ser que llueva MVPQC… echa preservativo en la cartera ;-) MVPQC…
Ejemplos aparte, que con toda probabilidad cada cual pueda aportar el suyo a esta seguramente interminable lista, nos hacemos mayores con el sempiterno runrún de fondo de que es mejor ser precavidos y atajar el mal antes de que nos llegue, porque independientemente de lo optimista o pesimista que pueda uno ser, casi todos aceptamos que en algún momento de nuestra vida tiene que caernos algo de lo que, ni con toda la prevención y precaución del mundo, nos podamos librar. Este suceso puede afectarnos de forma personal o familiar, que viene a ser poco más o menos lo mismo porque las ondas expansivas suelen ser casi igual de desequilibrantes o destructivas. Y uno de esos ejemplos que probablemente todos metemos “sin querer pero queriendo” en nuestra lista es la del Cáncer.
Lo primero que se me viene a la mente comentar sobre ese temido mal es que venimos de una generación en la que, no hace mucho -si me apuras aún perdura en ciertas zonas geográficas y franjas de edad- la palabra cáncer estaba poco más que censurada de labios para fuera… La gente utilizaba circunloquios para no tener que llegar a pronunciar ese terrible y temible vocablo, como si el simple hecho de expresarlo en voz alta le diera de repente apariencia de realidad o lo convirtiera en más mortífero… Cuántas veces no habré oído eufemismos tales como “tiene una cosa mala” y cuchicheos varios en decibelios casi inaudibles al oído humano, como si el sujeto portador de la dolencia, en lugar de estar enfermo hubiera cometido vete tú a saber qué sarta de imperdonables fechorías.
La principal diferencia que yo personalmente pueda querer recalcar sobre este tema, aparte por supuesto de la exponencial y tranquilizante evolución de la medicina, está en que hemos pasado precisamente de escondernos u ocultar cierto tipo de aspectos personales de nuestra vida a hacerlos públicos y tratarlos de la forma más sencilla y naturales posibles y eso, aún a estas alturas, sigue chocando mucho. La gente, al menos la más joven, expresa de forma natural sus miedos e inquietudes, habla del tema, busca ayuda, tanto médica como psicológica, no esconde las “taras” (casi siempre momentáneas) que puedan producir su enfermedad: usa pañuelos o pelucas o se deja la cabeza al aire ante la casi inevitable alopecia, se pone reservorios o adminículos varios que quedan parcialmente a la vista… En fin, que estamos frente a una generación que tiene como criterio primordial normalizar, o al menos dar apariencia de cierto control y aceptación de los hechos, por encima de las propias dudas y vacíos emocionales que esa especie de agujero negro insondable pueda realmente causar, porque está claro que los miedos están ahí pero no por esconderlos desaparecen.
De un día para otro, los resultados de las pruebas a las que te someten le ponen nombre y apellido a tus dolencias, eso que médicamente se define como diagnóstico y que desde ese momento te hace vivir con la sensación casi permanente de tener una espada de Damocles amenazando tu futuro, al menos el más cercano, porque si de algo más estoy segura es de que la gran mayoría de los afectados tienen una fe ciega en que se curarán o, al menos, no morirán de ello, que para nada es lo mismo aunque la gente a veces confunda ese principio tan básico: se puede seguir viviendo con cáncer muchos años y terminar muriendo de otra dolencia totalmente ajena al mismo.
A partir de ese momento, todo es una lucha contra reloj, conocer los posibles tratamientos, las diferentes alternativas de fármacos, dosis y tiempos de administración… Empezar cuanto antes con todo a pesar de las dudas y miedos para intentar atajar el mal desde la fase más primaria posible… Y todo un proceso desestabilizante al máximo que te absorbe como un tornado y que ni siquiera te deja tiempo para pensar en ti, ya no eres dueño ni de tu cuerpo ni de tu mente porque vives suspendido en un limbo entre la incredulidad de la situación y el miedo al futuro. Aunque las reacciones varían mucho según la personalidad del paciente, parece que hay un patrón bastante definido y similar al de cualquier luto vital que pasa en mayor o menor medida e intensidad por varias fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación… No siempre tienen que darse todas ni alargarse mucho tiempo en cada una pero los informes médicos recogen estas pautas como unas constantes bastante habituales.
Reciente, claro y mediático ejemplo de mis afirmaciones a los párrafos anteriores es la princesa de Gales, Kate Middleton, que hace pocas semanas saltó a la palestra, diría yo que muy a su pesar, y se convirtió en trending topic mundial por la intervención a la que se sometió, el cáncer que padece -no desvelado de momento aunque se sabe que la operación fue abdominal- y su posterior tratamiento de quimioterapia preventiva. Y aquí en concreto es donde yo quería llegar con mi título de hoy “más vale prevenir que curar” porque lo que muchos no entenderán en este caso en concreto es lo del término “preventivo” si el cáncer ya ha dado la cara: tendemos a pensar que el tratamiento con quimio es sólo para atajar ese primer mal y no es exactamente así. Se entiende por quimioterapia preventiva la que se administra a un paciente después de un tratamiento primario en forma de cirugía, radioterapia o cualquier otro medio que pueda haber incluso erradicado el tumor inicial pero se aplica para minimizar la probabilidad de que el cáncer regrese o se instale en otras zonas del cuerpo (sobre todo en forma de metástasis). Es decir que en este caso en concreto prevenimos la reaparición y no tratamos el cáncer original en sí.
El cáncer es la principal causa de muerte en todo el mundo, al que se atribuye una de cada seis defunciones. Lógicamente los porcentajes varían mucho dependiendo del país o incluso el continente y la accesibilidad a la sanidad, pública o privada, de cada zona.
Los cánceres más comunes a nivel mundial en los últimos años son, por este orden, los de mama, pulmón, colón y próstata. En cuanto a tasas de mortalidad, el que se lleva la palma tanto en hombres como en mujeres es el de pulmón seguido para los hombres por los de próstata, colón, páncreas e hígado y en el caso de las mujeres mama, colón y páncreas.
Pero hay que recordar que las estadísticas no son más que frías cifras y baremos que no nos tienen que amedrentar sino impulsarnos a desmentirlas y formar parte del lado “bueno” de la balanza, el de los curados, porque aunque parece evidente que cada día oímos más casos a nuestro alrededor de personas afectadas por algún tipo de cáncer, tampoco es menos cierto que cada vez son más las que se recuperan y siguen con su vida tras un, eso sí, duro paréntesis. Porque por mucho que queramos ponerle al mal tiempo buena cara, llevar el tema con optimismo y buena predisposición, no hay que dejar de reconocer que, al menos durante unos meses, esta terrible enfermedad pone patas arriba tu vida -y la de tus familiares más cercanos-, te destroza por dentro y por fuera, tanto a nivel físico como emocional, te cambia los planes y los esquemas. Lo que se supone que te va a curar, la quimio, algunos días parece que más bien vaya a querer matarte… Los efectos secundarios, aunque de índoles muy variables y personales, te llevan a veces a plantearte si de verdad vale la pena pasar por eso, si no hay otra forma de atajar esa maldita dolencia… Pero los días pasan, luego las semanas, y cuando quieres darte cuenta estás tocando la campana de los sueños (the bravery bell) esa costumbre que desde hace unos años importamos desde Toronto y cuyo sonido marcará un nuevo inicio…
Desde aquí, hoy, esta colaboración es para todos aquellos que están en ese proceso de “prevenir para curar”, para que tengan confianza en la ciencia y, por qué no, en la suerte, que la tostada de Murphy no siempre cae del lado de la mantequilla por mucho que nos empeñemos en convertir en verdades algunas expresiones cotidianas ;-) ... Hay que mirar hacia adelante con optimismo y visión de futuro, esto es una carrera de fondo y no los cien metros lisos y de todos es sabido que la mente es un arma poderosa por lo que es primordial convencerse de que se saldrá victorioso de esta desagradable contienda… seguro que dentro de nada este episodio dará paso a un nuevo comienzo, un punto de partida con otras prioridades: de todo en la vida se aprende y, habitualmente, más de los malos momentos que de los buenos (aunque después de la nefasta experiencia de la pandemia me veo obligada a afirmar que parece que los buenos propósitos tienen una vida mucho más corta de lo deseado)…
¡Ánimo a todos con el proceso, la sanación está cada vez más cerca!